Juana Molina: “Yo quiero provocar algo con la música, no con las letras”. Entrevista
Luego de veinte años de carrera, Juana Molina encontró un lugar de preferencia no solo dentro de la escena musical local, sino también como la artista argentina de mayor peso internacional. En ese marco aparece Halo, su nuevo disco, donde sintetiza la relación entre tradición y modernidad que caracteriza su música.
Por Yumber Vera Rojas — Fotos Alejandro Ros
Antes de consumar la entrevista pública que le organizó la Red Bull Music Academy en el CCK, a mediados de abril, donde además se pudo escuchar por primera vez su flamante disco, Juana Molina aguarda sentada en una de las oficinas del viejo Correo Central de Buenos Aires. Cerca del ocaso de la tarde, y mientras los oficinistas se refugian en el subte o en un bar irlandés a causa de la lluvia, la cantautora saborea el café que acaban de traerle. Después de un sorbo, asegura que “Paraguaya” es “increíble”. Y tiene razón. No obstante, si bien la epidermis de la canción que abre Halo, su séptimo álbum de estudio, alude a las atmósferas sombrías de The Cinematic Orchestra y al ritmo misterioso del cover de Peggy Lee de “Fever” (matizados por el delirio electrónico de The Knife), la hija de Chunchuna Villafañe y Horacio Molina desconcierta al revelar su trasfondo: “Me pareció guaraní. En el intervalo hay una melodía que suena así. Por casualidad tocaba los teclados de un tema, y apareció. Tenía eso y la base, y me volvió loca. Siempre me pasa que cuando tengo la intención de hacer otra cosa, de golpe estoy probando sonidos”.
Tras ilustrar el disparador de “Paraguaya” a través de un guaraní chamamecero onomatopéyico, afín a ese lenguaje abstracto que bien supo convertir en uno de los identikits de su propuesta –especialmente en su álbum anterior, Wed 21–, Molina concluye la explicación de la concepción de la canción: “Ya sabía que se llamaría así, y el nombre me generó la historia”, evoca sobre un tema que recrea un hechizo de amor. El concepto de Halo surgió al mismo tiempo que definía la tapa del álbum junto al diseñador gráfico Alejandro Ros, responsable de la estética de sus trabajos previos. “La idea inicial que me mostró era buenísima, pero ya la había hecho. Sentía que le faltaba algo. Estaba como ofendido cuando se lo dije. Entonces me pidió que abriera los ojos lo más grande que pudiera, y me sacó una foto. Y al día siguiente me mandó eso”, explica Molina. “Me encontraba en el estudio terminando de masterizar los temas, y era tal el shock que causaba en la gente esa imagen que me incliné por ella. El disco no tenía nombre aún. Volví a leer las letras, y de pronto apareció ‘halo’. Se lo comenté a Ale, y me dijo que tiene ver con la luz mala (N. de la r.: según el folclore rioplatense, se refiere a la aparición de una luz nocturna que flota cerca del suelo y que se cree que es un alma en pena). Si bien no me gustan los conceptos ni las ideas previas, me dio la sensación de que me pasó lo contrario”.
Además de convertirse en el primer trabajo de la cantautora tras abrazar en 2014 la consagración en su propio país, no cabe la menor duda de que Halo es su mejor álbum. Al igual que uno de los más trascendentales de 2017. Y eso se debe a que no solo sintetiza su obra post-Segundo, sino a que a partir de los fragmentos sonoros y de esa bendita intuición, que se transformó en el GPS de su genialidad, no deja de dragar ruidos, melodías e imaginarios con destino hacia el futuro, al tiempo que le mete hilo y aguja a la relación entre tradición y modernidad. Con lo que sí no transa es con los símiles, pese a que uno de los temas del disco, “Cálculos y oráculos”, sea un justo encuentro entre Boards of Canada y Leda Valladares. “Eduardo Mateo y Nick Drake no se conocieron, pero fueron contemporáneos y son increíbles sus coincidencias. ‘Cello Song’, de Drake, podría ser de Mateo”.
ENTREVISTA> En comparación con tus otros discos, ¿cómo fue el proceso de composición en esta ocasión?
La parte inicial fue igual a la de los demás. Si te muestro todas las ideítas, no se las podés adjudicar a ningún disco. Sigo partiendo de la base de que Segundo es la matriz de todo lo que vino después. En algún compás, lo vas a encontrar. Al menos yo lo reconozco. Siento que me armó mi lugar y que me sigue representando. El sonido distinto, mi manera de cantar. El camino es ese. Y me parece que, en ese sentido, no evolucioné nada. Tengo una especie de ley muy dura con lo genuino y lo auténtico. Es un prejuicio, y me tengo que soltar más.
“Soy un buen ejemplo de alguien al que le fue bien gracias al boca a boca.”
Mientras que algunas canciones revisitan la mixtura entre ritmos percusivos y acústicos que te caracterizan, hay otras que te ubican más cerca de la electrónica. ¿Abriste el juego hacia ese lado?
Me encanta y me sorprende cómo la gente recibe los discos. Ya de entrada, me pusieron el mote de “Reina de la folktrónica”, al tiempo que Segundo fue considerado un disco electrónico. Según mi concepción, la música electrónica la hace una persona que está con una computadora. Tengo una idea encasillada en la manera de hacer, no en cómo suena.
¿Y qué lugar ocupa lo tribal en tu música? No solo abarca lo propiamente rítmico, sino lo tímbrico.
No sé cómo sucede eso. Siento que las influencias son despertadores de cosas que uno tiene adentro. La primera vez que oí música tribal en serio fue cuando viví en Francia. De golpe, en la Radio Nacional de allá pasaron algo que me dejó completamente hechizada: cantos de los pigmeos. Lo que me llevó a la música etíope. Y en todo eso estaba lo tribal. Lo mismo me sucedió tras conocer la música hindú. Cuando era muy chica, fui a la casa de unos hippies en Ibiza, y no me quería ir solo por eso.
Si bien venías grabando tus discos de forma casera, ¿por qué decidiste hacer este en un estudio?
La mitad de las canciones se definieron en la sala y la otra ya estaban hechas. Como se iba retrasando la grabación, debido a que todo el tiempo tenía problemas técnicos o se rompía algo en casa, Odín (Schwartz, integrante del trío que le acompaña y coproductor de Halo) me insistía con ir a un estudio. En uno de los temas que quedó fuera del disco no me gustaba cómo sonaba la guitarra. Y un día, en una fiesta, me presentaron a un chico que se hizo su guitarra pieza por pieza. Fuimos al estudio de Eduardo Bergallo (N. de la r.: ingeniero y también coproductor del álbum), y la probé. Casi me muero: me sentía la mejor guitarrista del mundo. Así que ese día arreglamos que íbamos a Sonic Ranch, en Tornillo, Estados Unidos, por la cantidad de equipos que hay. Luego de ir, se me metió en la cabeza que necesito un lugar acustizado. No me gusta que los vecinos piensen en mí. Jamás.
A pesar de que fue un proceso lúdico, te sacó de tu lugar de confort. Tomando en cuenta que sos amiga del hábito, ¿cómo lo viviste?
Los primeros días de estudio fueron un caos. Estaba irritada porque hace veinte años que grabo sola en mi casa, y de golpe sentía que no encontraba esa intimidad. Estuvimos tres semanas, pero era un lugar para quedarse un mes más. El hecho de tener instrumentos o herramientas novedosas indefectiblemente hace que se te ocurran cosas distintas. Y yo soy medio vaga para buscar cosas nuevas.
“Todo lo que estaba en contra de mi carrera musical, que era haber dejado la actuación, se convirtió en un reconocimiento por habérmela bancado.”
Halo tiene a tu primer invitado en siete discos: John Dieterich, guitarrista de Deerhoof. ¿Por qué lo elegiste? Además para un tema instrumental…
Siempre consideré a Alejandro Franov un invitado. Pero ahora que lo pienso, es una parte de mí. John Dieterich vive muy cerca del estudio. Le mandé algo, mientras pensaba. Y apareció con esa melodía rarísima. Era tan fuerte que no ponerla hubiera sido una estupidez. Me costó aceptar esa guitarra porque es muy distinta a lo que vengo haciendo.
Tu voz en Halo va de lo abstracto a lo instrumental, pasando por el pulso propio del cantautor. ¿Qué fue lo que incidió en esta dinámica?
No lo sé. Hasta Un día, los discos forman parte de una etapa. Y a Wed 21 lo siento más cerca de Halo que de mis otros trabajos.
¿El disco contiene el librito con las letras?
Sí. Si las necesitás, te las paso. ¿Por qué lo preguntás?
Por “A00B01”. ¿La cantás en inglés?
¡Qué inglés! No es ningún idioma, no hay ni una sola palabra. Así son todos mis temas antes de terminarlos. Siempre, rítmicamente, repito lo mismo. Las letras bajan a tierra las canciones. A veces quedan bien, y en otras ocasiones pierden la gracia. Si le hubiera puesto letra a “In The Lassa”, diría: “Y la nena milanesa no come”. Y no le voy a poner eso. La imagen que te evoca es graciosa, pero no linda. Yo quiero provocar algo con la música, no con las letras. Por eso siempre están supeditadas a una melodía.
Hay una anécdota sobre tu participación en el festival español Primavera Sound de 2014, y es que al público, en su mayoría anglosajón, le advertís que le vas a hablar en tu idioma porque cuando sus artistas vienen a la Argentina se expresan en inglés. Pese a tus experimentos vocales y líricos, el español es el idioma te que identifica. ¿Por qué?
Siempre sentí que en la Argentina la cultura del rock venía de Inglaterra. Si bien hoy mucha gente habla inglés, cuando yo era chica muy pocos lo hacían. Y me crie escuchando y disfrutando de discos en otro idioma. Cuando me preguntan cómo puede ser que me vaya bien hablando y cantando en castellano, creo que sucede lo mismo que nos pasaba a nosotros. Hoy existe una conexión puramente musical, que es la que me interesa más. Y eso es muy lindo porque se caen las barreras de los idiomas, lo que te lleva a alcanzar lugares insospechados.
Luego de agotar Vorterix en 2014, vino tu consagración local en el festival Music Wins. ¿A qué se debió que ese fenómeno haya sucedido ese año y no antes?
Veníamos de una gira bastante larga por Europa. Lo que nos dio ritmo y cancha porque ensayamos mucho. Recuerdo que lo que más me impactó de Vorterix fue que al primer tema la gente lo conocía y lo cantaba. Ni hablar de la alegría que me provocó… Todavía me pregunto qué fue lo que pasó. Es incomprensible. Supongo que el tiempo habrá conjugado esos caminos para que llegaran a eso. Si bien lo de Vorterix fue una sorpresa lindísima, al igual que el Music Wins, yo toco desde hace veinte años. Quizá es una consecuencia natural de todo ese tiempo.
“Yo quiero provocar algo con la música, no con las letras. Por eso siempre están supeditadas a una melodía.”
Hoy sos considerada la “reina del indie argentino”, al igual que la artista más internacional que tiene el país. Por lo que Halo será tu primer lanzamiento, al menos local, con las piezas en su lugar. ¿Cómo es la sensación de sentirte profeta en tu tierra?
Es muy gratificante, lindo y emocionante. Soy un buen ejemplo de alguien al que le fue bien gracias al boca a boca. Lo que en un principio fue considerado difícil, cerrado, incomprendido e incluso malo, de pronto interesó y fue aceptado. Lo que sentí con lo que terminó pasando fue que todo lo que estaba en contra de mi carrera musical, que era haber dejado la actuación, se convirtió en un reconocimiento por habérmela bancado. Cuando un chico que nunca me vio actuar me da ese abrazo tan sentido, lo siento como un premio a la perseverancia.
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Juana Molina presenta Halo el miércoles 17 y el 24 de mayo a las 21 en Niceto Club (Niceto Vega 5510, CABA). El 20/5 en Galpón de la Música (Rosario), el 27/5 en Club Paraguay (Córdoba) y el 3/6 en Teatro Sala Ópera (La Plata)