Jurassic World: El reino caído, los monstruos somos nosotros

La nueva entrega de la saga, ahora en manos de Juan Antonio Bayona, no emociona y tropieza en su reiteración de recursos.

Los Inrockuptibles
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5 min readJun 25, 2018

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Por Mariano Kairuz

Al final del episodio “Cómo cocinar para cuarenta humanos”, de un inolvidable especial de noche de brujas de Los Simpson (que parodiaba el brillante “To Serve Man”, de La dimensión desconocida), Lisa hacía una de sus observaciones habitualmente racionales y sensibles, pero esta vez su madre la impugnaba: demasiada moraleja, querida, demasiada moraleja. Tal vez como pidiéndole: hace falta más acción y menos palabras.

Con una aparición que el tráiler nos quiso hacer creer que podía llegar a ser vital pero que se limita a unos muy pocos minutos, el Dr. Ian Malcolm (Jeff Goldblum) se convierte un poco en la Lisa de Jurassic World: El reino caído, la quinta película de la saga Jurassic Park. La suya es la voz de la, ejem, conciencia –plagada de explicit lyrics– de los guionistas, que vuelve a rizar una vez más el mismo rulo de ácido desoxirribonucleico de siempre, y que viene sosteniendo desde la primera película –guión de David Koepp basado en el libro de Michael Crichton, que se robaba un poco a su propia Westworld– la voluntad de darle al espectáculo de las bestias prehistóricas masticando humanos un marco más o menos argumental y un enclave vagamente filosófico. En general, un palabrerío acerca de cómo el hombre propicia su propia ruina poniendo en marcha poderes que no sabe administrar –o que su codicia le impide mantener a raya–, juega a ser Dios y pretende anteponer sus caprichos a los designios de la naturaleza.

No está mal, tiene su gracia, pero no era lo mejor de la primera Jurassic Park de Spielberg. Cuando se estrenó, en 1993, algunos entusiastas críticos americanos la llamaron “La verdadera Tiburón 2”. Pero no: era Tiburón más el discursito ético. Sin embargo, unas cuantas ideas visuales y de puesta en escena –la primera aparición del T-Rex, esencialmente; la persecución de los velocirraptor– se imponían de manera definitiva y estruendosa sobre los diálogos. Aparentemente descargados de la necesidad de rodear el espectáculo de dientes filosos de “sustancia humana”, El mundo perdido (Jurassic Park 2) se permitió jugar un poco a ser King Kong, con los bichos sueltos en medio de la ciudad, mientras que Jurassic 3 se avino a la aventura más clásica, en la que los cositos humanos deben completar su misión en una tierra arrasada, que ya no les pertenece. ¿Qué tenía para aportar entonces Jurassic World, el reinicio de la saga con personajes nuevos, tres años atrás? Bueno, como habían transcurrido más de dos décadas desde la primera película, la película de Colin Trevorrow podía ser sencillamente lo que fue: una remake. Disfrazada de cuarta parte, con actores que el público millennial, presumiblemente gerontofóbico, no fuera a rechazar.

La virtud de Jurassic World consistió en refritar y aumentar el discurso moralista asumiendo el salto involutivo que por momentos parece haber dado el mundo entre los años 90 y la actualidad. El parque de bichos prehistóricos que tan imposible parecía –por los obstáculos materiales y conceptuales que presentaba– dos décadas atrás, finalmente se ha hecho realidad y abrió sus puertas: otro triunfo del capitalismo. Y va por más, no solo recreando la vida que alguna vez fue, sino inventando cruzas brutales en busca de vaya a saber qué cosa, más allá de demostrar que se puede. A mitad de camino entre el Spielberg perfecto de Tiburón y el de Jurassic Park, Trevorrow despejaba toda culpa bien rápido, en las primeras partes de su película, para luego entregarse a una divertida secuencia de caos y destrucción con gente –un poco más buena, un poco más mala — muriendo cruelmente, los cosos multiplicados digitalmente y dándose con la impunidad de una Madre Naturaleza provocada y desbocada, y con Chris Pratt proponiéndose no solo como Han Solo sino ahora también como Indiana Jones. El resultado general: menos palabras más acción.

Así que ¿qué quedaba por hacer en una quinta película? Parece que alguien dijo menos es más y se le ocurrió que Jurassic World: El reino caído podía ser una de monstruos, de sombras tenebrosas y niña escondida bajo las sábanas. La verdad es que no es tan buena idea.

Nuevas y más diabólicas cruzas genéticas entran en escena para que los viejos monstruos pierdan monstruosidad y pasen a ser simplemente animales y todo es pura reiteración y es también decepcionante no tanto porque hubiera mucho que esperar de la secuela bastante veloz de una secuela-remake que fue un fenómeno comercial de proporciones dinosáuricas, sino porque al frente se puso el español Juan Antonio Bayona.

Al comienzo, como corresponde, el palabrerío: los bichos, que son animales, no monstruos, enfrentan su segunda extinción porque la isla en la que se construyó el parque tiene un volcán en erupción, una reproducción a escala del dino-apocalipsis original. La propuesta es simpática pero el relato no apuesta del todo a ella, sino que es un mero pretexto para lo que viene después. El mundo se debate entre salvar a estas criaturitas de Dios (de un Dios de tubos de ensayo) o dejar que, esta vez sí, la Naturaleza siga su curso. Se impone una vez más la pérfida corporación (un montón de millonarios que quieren hacerse de ejemplares de estos animales des-extinguidos por motivos de lo más innobles). Nuevas y más diabólicas cruzas genéticas entran en escena para que los viejos monstruos pierdan monstruosidad y pasen a ser simplemente animales (primero el T-rex nos asustó, luego nos salvó de los velocirraptores; ahora el velocirráptor es nuestro amigo, y así…) y todo es pura reiteración y es también decepcionante no tanto porque hubiera mucho que esperar de la secuela bastante veloz de una secuela-remake que fue un fenómeno comercial de proporciones dinosáuricas, sino porque al frente se puso el español Juan Antonio Bayona, que viene de la extraordinaria Lo imposible –que combinaba catástrofe masiva y desmesurada y drama emocional e íntimo con un sentido del equilibrio asombroso — y de Un monstruo viene a verme –injustamente ignorada por acá; que hacía una operación afín con los monstruos del inconsciente. Cabía esperar algo de marca autoral, pero no se la ve nítida. Y ahora, spoiler alert: de acuerdo a los resultados en taquilla del primer fin de semana de El reino caído es más que obvio que de acá a tres años podemos contar con un Jurassic World 3; y lo mejor que puede pasar es que cumpla con lo que insinúan las escenas finales de esta segunda parte, que es básicamente la promesa con que la serie viene amagando desde El mundo perdido, hace veintiún años. Una en la que los dinosaurios vuelven a dominar la Tierra y a ver de qué nos disfrazamos esta vez. Puede ser un espectáculo fabuloso, si finalmente quien quede al mando entiende que es necesaria más acción, menos palabras, que ya sabemos… Que ya nos quedó claro por enésima vez, Lisa, que los monstruos somos nosotros.

Jurassic World: El reino caído
De Juan Antonio Bayona
Con Chris Pratt, Bryce Dallas Howard y Jeff Goldblum

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