“La maestra rural”, de Luciano Lamberti

Los Inrockuptibles
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4 min readAug 16, 2016

En Árbol de Diana, Alejandra Pizarnik escribe: “explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome”. Versos que transmiten de manera notable lo que tal vez sea la función última de la poesía: llevar el lenguaje a sus límites, poder transmitir con palabras aquello que no se puede decir. De ahí que la poesía, más que ningún otro género, tenga algo inasible, incluso misterioso. En La maestra rural, Luciano Lamberti se apropia de ese misterio y lo pone a comulgar con hechos paranormales, propios de los relatos de terror o de la ciencia ficción de clase B. Hechos que, como muchas veces ocurre con la poesía misma, parecen carecer de explicación. “En gran medida, la poesía hace alusión a otro mundo, un mundo sin lenguaje”, reflexiona Lamberti. “Parto de la idea de que ese otro mundo también es real, pero está en otro planeta, en otra cultura y por lo tanto en otra forma de percibir la realidad.” De este modo, lo sobrenatural en la novela, además de ser un elemento distintivo de la trama, sirve como una forma válida y delirante de representar ese costado inaprensible de la experiencia poética. “Estuve intentando escribir poemas”, dice Angélica Gólnik, la maestra rural a la que alude el título del libro. “¿Por qué lo hago tan mal? ¿Y por qué sigo intentándolo a pesar de todo? Detrás de esa ebullición que a veces siento no hay nada. La necesidad de llenarlo con algo que no existe.”

A diferencia de Pizarnik, Angélica es una poeta prácticamente desconocida de San Ignacio, un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba. Trabajó durante años dando clases en una escuela hasta que la echaron por enseñarles “incoherencias” a sus alumnos. Asistió a un taller literario, se casó, tuvo un hijo “especial” y autopublicó sus poemarios en tiradas ínfimas. Pero todos los que acceden a esos libros caen en una suerte de influjo que linda con la locura. “Entonces sucedió otra cosa. Algo que ningún otro libro me había provocado”, dice Santiago, un aspirante a poeta que descubre la poesía de Angélica y se fanatiza hasta enloquecer. “Algo del orden de lo sobrenatural, de lo mágico. El libro me transportó. A la sexta o séptima lectura (en mi colchón maloliente tirado sobre el piso) sentí una especie de hormigueo, una sensación rara en el cuerpo, y al levantar los ojos sucedió. Ya no estamos en Córdoba (…) Estaba en Goliklandia.” Angélica y Santiago representan dos visiones opuestas de la literatura. Mientras Angélica escribe en trance, lejos de cualquier tendencia (“No sé qué es el campo literario”, dice), Santiago es pura impostura. Además de ellos dos, La maestra rural tiene como narradores a diferentes personajes que por distintas razones se conectan con la historia de la poeta: desde familiares y vecinos hasta aquellos que, al igual que ella, tienen vínculos con los Sefraditas, la secta que está detrás de la mayoría de los sucesos incomprensibles de la novela. Muchos de estos sucesos también aportan una mirada deforme de algunos momentos de la historia argentina, como los sueños científicos del peronismo, la dictadura o la guerra de Malvinas. Temas que ya fueron tratados por otros escritores pero que Lamberti explora desde otro ángulo. Como si por medio de lo sobrenatural, también se propusiera desmontar algunos mitos de esa zona de nuestra historia, bastante delirante, por cierto.

Lamberti se apropia del misterio y lo pone a comulgar con hechos paranormales, propios de los relatos de terror o de la ciencia ficción de clase B. Hechos que, como muchas veces ocurre con la poesía, parecen carecer de explicación.

La maestra rural es la primera novela de Lamberti, que luego de escribir tres libros de relatos y uno de poemas había probado con una forma más extensa en la nouvelle Los campos magnéticos. Pero la pulsión del cuentista late en los distintos testimonios que componen La maestra rural. Relatos que si bien de ninguna manera son cerrados, consiguen cierta autonomía al mismo tiempo que interactúan entre sí. “La idea de escribir una novela surgió de dos inquietudes”, cuenta el autor. “La primera era la de tener al lector conmigo por más tiempo, construir un universo (o por lo menos un barrio) a su alrededor, y desarrollar algunos climas que en un cuento son imposibles. La segunda fue la de presentar algo unitario. En los libros de cuentos siempre hay alguien que te dice que le gustó tal o cual; en una novela eso es imposible.

Si el chisme fue uno de los dispositivos narrativos de finales del siglo XIX y de la primera mitad del XX, sin dudas la paranoia lo es de la época sucesiva. En La maestra rural, Lamberti logra reunir con eficacia y humor corrosivo esos dos discursos sin caer en la mera sugestión.

Al igual que Roberto Bolaño en Los detectives salvajes –que por su forma coral y el tópico de la búsqueda de la poeta se conecta con La maestra rural–, Lamberti escamotea la poesía de Angélica pero decide narrar uno de los secretos centrales de la novela, concretando algunos de los chismes y los temores paranoicos. “Me interesaba que el monstruo realmente apareciera, aun a costa de lo que se suele llamar buena literatura”, dice el autor. “Quería que tuviera un final, cosa que no suele suceder mucho ahora. Yo lo sabía y podía jugar con su sugerencia, estirarlo lo más posible. Pero en algún momento tenía que revelarlo. Si es decepcionante o no, no me importa demasiado. Es lo que tiene que pasar. El final de Lost, por ejemplo: es decepcionante pero tiene que serlo.

Este es el movimiento que realiza casi toda la novela y tal vez ahí resida su encanto: revestir los huecos de sentido que anidan en el corazón de lo cotidiano con elementos asombrosos y bizarros; resolver un misterio con otro misterio quizá todavía mayor.

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La maestra rural

Luciano Lamberti
La maestra rural

(Random House) 288 páginas

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