“La mujer de los perros”, de Laura Citarella y Verónica Llinás

¿Qué hace a nuestra lógica? ¿Qué nos hace presente? ¿Dónde está el instante en el que la civilización nos suelta y devenimos, según la mirada, fábula? ¿Qué es el tiempo en una fábula?

La Mujer de los Perros no responde ni a una de estas preguntas, pero las vuelve un refugio, un laberinto tremendamente simple (descampado, filmado en planos inmensos) y lacerante. La calma del film de Laura Citarella (Ostende) y la actriz Verónica Llinás es envolvente, pero no contiene, tampoco asusta: es como si viéramos a un Minotauro, a algo que podría devenir mitológico pero ha decidido simplemente ser (o no tiene conciencia, ni palabras que decir, sobre sus decisiones, sobre sus animales, sobre su propia vida animal a la intemperie). Citarella: “Al principio había preguntas dando vueltas: ¿qué es este personaje? ¿Qué filmamos? ¿Habla o no habla? Ahí Vero empezó a verse haciendo un montón de movimientos que no registraba. Empezamos a despojar –hay planos muy grandes donde ella toma decisiones, y en un montón de espectros mueve lo mínimo indispensable– y sentimos que era un plomo escucharle la voz a ese personaje, en ese universo”.

La Mujer de los Perros nace como “una idea original de Verónica Llinás, que quería hacer algo que la represente un poco más (ella vive con esos perros de verdad). Quería hacer algo donde no tuviera que llevar a cabo ciertas monadas a las que los actores son sometidos en la televisión, por ejemplo. Se le ocurrió eso y tuvo un tiempo largo de charlas con su hermano –mi socio en la productora El Pampero–, Mariano Llinás. Él dijo que no la podía hacer. De hecho, es una película que tiene una energía de otro tipo. Al principio, era ver si funcionaba entre nosotras, porque de verdad somos muy distintas. Yo sabía que iba a ser un proceso larguísimo”.

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Ese proceso duró tres años y dio como resultado un film que muestra, a lo largo de cuatro estaciones y con ojos y corazón a lo Henry David Thoreau, a esta mujer y sus perros, siempre silenciosa, así como también la forma en que deviene fantasma a refutar por los niños y adolescentes de ese paraje donde vive, en que comparte una excepcional cena bajo techo, y donde se relaciona con sus perros (no habla ni con ellos). Citarella: “Fue parte del trabajo con Verónica; ella viene de un palo muy diferente, tiene otra relación con la actuación. El proceso fue increíble; al principio filmábamos y ella hacía muchas cosas. Si escuchás los audios de cámara se nota que yo le digo ‘Vero, no hagas nada’, y ella me mira y me dice ‘¡Pero no estoy haciendo nada!’”.

Citarella, que ya había capturado (como quien captura en una canción algo que lastima pero que es lindo tener dentro) cierto misterio y cierta sensualidad en Ostende, habla de “dos cosas que entendí mucho después: una bien y una bizarra. Una tiene que ver con el trabajo con la realidad, en términos de que se trata de una película que transcurre en el conurbano bonaerense, la expulsión, un paisaje entre el campo y la ciudad, personajes de nuestro día a día. Todo eso rápidamente se puede volver en una película que intenta reflexionar sobre la realidad y el mundo. Y creo que La Mujer de los Perros logra con esas texturas de la realidad generar un universo que se despega completamente de lo que uno reconoce en cada imagen. Hay un universo que tiene que ver con la basura, con el universo cartonero; sin embargo, la película se las arregla para trabajarlo como contexto y también para abstraerlo y hacerlo lúdico”.

Así, en sus choques, en la naturaleza dominante (detrás y delante de cámara, sea la conducta de los perros o el mismo clima) como monstruo y en la realidad como castillo de paja a soplar, Citarella y Llinás crean una bomba atómica silenciosa, chiquita, que sabe detonar y hacer radiactivo cada fragmento de aquello que nos define siempre: nuestra soledad majestuosa.

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La mujer de los perros
De Laura Citarella y Verónica Llinás
Con Verónica Llinás y Germán de Silva