La nueva camada de escritores argentinos

Veinte cuentos de autores de entre 18 y 32 años se dan cita en la antología Raros peinados nuevos, un compendio de nuevas voces –algunas de ellas interesantísimas– editado por Eterna Cadencia. Como muestra, un relato de Mariel Leite Escobar.

Los Inrockuptibles
Los Inrockuptibles
13 min readOct 18, 2017

--

Los Inrockuptibles y la Bienal Arte Joven Buenos Aires se unieron para traerte los destacados del evento multidisciplinario que celebra a los jóvenes creadores.

Con una frase de Charly García tomada como título, un prólogo de Martín Kohan y en una editorial del prestigio de Eterna Cadencia, acaba de ver la luz –de las librerías– el volumen Raros peinados nuevos, una cuidada antología de cuentos de escritores y escritoras sub 32, elegidos en la categoría de Literatura de esta edición de la Bienal Arte Joven. Los autores de este libro pasaron varios filtros hasta ser publicados: fueron seleccionados entre cientos de aspirantes por un jurado compuesto por la traductora y poeta Laura Wittner, por el escritor y crítico Martín Kohan, por el editor y periodista Mariano Valerio, y por la editora de la casa, Leonora Djament.

Como bien observa Kohan en la introducción, lo que llama la atención de esta selección de relatos de autores de entre 18 y 32 años es que no puede encasillarse a estos jóvenes bajo categorías ya trilladas de la literatura: cada autor explora una zona específica y busca su propia voz. Además, si algo comparten es la afirmación de que el cuento, de gran tradición en la Argentina, sigue convocando a las nuevas generaciones, que ven en el relato breve una forma disponible para darle vida propia.

Foto Eterna Cadencia (Twitter)

Los veinte cuentos seleccionados para este volumen expresan, sin dudas, el común denominador de la solidez literaria y la apreciable variedad de apuestas y de registros. Conviven aquí el lenguaje y el universo de las contingencias cotidianas; los hallazgos de una perspectiva singular; el recurso a la disonancia para alterar un orden; la apuesta a entreverar disparidades; los tonos ajustados y precisos que estremecen; los tonos que tienden hacia la transgresión o hacia la violencia; la fusión inaudita del futuro y el pasado”, dice Kohan tratando de encauzar algunas lecturas sobre estas obras, y da gusto saber que lo valioso y lo diverso de los tonos y los estilos ya se perfila en una nueva generación de escritores. Algunos, probablemente, se conviertan en las voces del futuro.

Les compartimos un cuento llamado “Laundry” de Mariel Leite Escobar, que nació en Buenos Aires en 1991 y es realizadora cinematográfica, egresada de la ENERC. Mariel participó de talleres de escritura creativa de Romina Paula y Cynthia Edul, y tiene en desarrollo una colección de cuentos.

“Laundry” — Mariel Leite Escobar

1

Hace tres días que tengo ropa en el lavarropas.

2

Mono me recibe como siempre, maullando desde que abro la reja de afuera, y mordiéndome cuando lo acaricio. Se nota que mis viejos hace rato que están de viaje, por el olor a humedad. A humedad y encierro. Creo que J.B. lo nota pero no dice nada porque es muy cortés. Pongo mal el código de la alarma y estamos más de un minuto intentando apagarla en medio de los gritos del aparato, los de Mono y los de Olga, la vecina, que se vuelve loca cuando me ve después de tanto tiempo y lo cambiada que estoy. Me pregunta si volví para quedarme y le contesto que vinimos de urgencia nomás. Se ve que no vio las noticias. Le presento a J.B. y Olga lo recibe orgullosa. En su cabeza lo debe estar comparando con el anterior, y en cualquier momento me lo va a querer decir, así que antes de que hable nos meto raudos a la casa y cierro con llave; porque mi mamá dice –y Olga también me lo comentó rapidito– que la inseguridad ahora es una cosa de locos.

Dejamos las valijas por cualquier lado. Me da pena que mis papás no estén porque por Skype el gringo les cayó muy bien y dicen que se mueren por conocerlo; porque ya tenían miedo de que no me volviera a juntar nunca más, o peor, que se me ocurriera volver con Julián.

J.B. se hace él solo un tour por la casa. Dice que es very cozy, mientras acaricia a Mono que ya lo dejó subirlo a sus brazos como un bebé, y me dice que por favor hagamos laundry. Las valijas también huelen a humedad y encierro. No tuvimos tiempo de lavar nada así que metimos toda la ropa que habíamos usado en los últimos días; ninguno de los dos supo prever cuánto tiempo nos íbamos a quedar, ni qué íbamos a necesitar. Él encuentra el jabón y el suavizante antes que yo y los pone todos en los huecos correctos y en menos de dos minutos ya me está incitando a que cojamos, con la dulzura sufciente para que yo entienda que si estoy triste, cansada o preocupada, podemos dejarlo para otro momento. Yo no estoy segura si siento algo de eso, así que me dejo llevar, mientras Mono nos sigue a la habitación de mis viejos, porque siempre le gustaron esos espectáculos.

3

Entre J.B. y yo está parado Julián con el uniforme del colegio. Tiene un envase de birra en una mano y con las llaves de mi casa golpea la botella y hace una música horrible. Le digo que por favor se calle y me dice que no me preocupe, que a la canción le queda poco. Escucho el auto de mi viejo que estaciona en el frente y no quiero que nos vean, porque deberíamos estar en el colegio. Estoy segura de que, aunque nos escondamos, J.B. les va a contar que nos rateamos para chapar en su habitación. Entonces se me ocurre que la mejor idea es besar a Julián en la boca, como esperando que eso nos haga invisibles. Pero toda su boca está tan seca que me ahogo y empiezo a toser, y. J.B. me palmea la espalda y yo me despierto y le pido que me traiga un vaso de agua. Pero antes me da un beso, que por suerte es húmedo y cariñoso.

4

Suena el teléfono. Me levanto en bombacha a atender. Del otro lado del tubo hay un tono. Pero el teléfono sigue sonando.

Yo no lo vi pero J.B. está en la cocina haciendo unos huevos y me dice que it’s the doorbell. Tampoco veo a Mono que se me mete entre las patas y me tropiezo, y puteo en inglés y después me corrijo en castellano. Llego al timbre y atiendo a un hombre. Me pide disculpas por molestarme y después me pregunta si puedo dar declaraciones. Le digo que no soy una figura pública. Me dice que no importa porque soy la novia de tantos años. Lo corrijo “ex novia” y le digo que no soy buena para esas cosas y me pide que lo deje pasar. Mono maúlla porque tiene hambre. Le digo al hombre que soy peor aún para recibir gente. Me pide entonces que le diga unas palabras por el portero. Ensayo algo como que es una situación terrible, pero no me conforma. Me dice algo del patovica detenido y me doy cuenta de que realmente no sé nada de lo que pasó, y le corto. Le digo a J.B. que tengo que colgar la ropa y él me recuerda que está lloviendo.

5

El cielo crece sobre lo que alguna vez fue mi ventana. Ahora, donde antes había un vidrio, hay un plástico; donde estaba mi cama hay un montón de palets; y donde poníamos mi baúl de juguetes, ahora hay unas bolsas de arena.

J.B. me grita desde abajo que he’s gonna get the car. Yo le respondo “dale”, pero creo que no me escucha. Yo sí escucho su portazo y a Mono que maúlla, porque siempre que alguien abre, sale y se queda afuera. Sé que tengo que bajar a abrirle –a Mono y a J.B. que viene con el car, ready to go–, pero de pronto mi mano ya está metida en una bolsa de arena saboreando un puñado bien grande como los que le pongo en la boca a Julián cuando vamos a la playa para que se calle. Porque una vez que se le da por cantar las canciones horribles que hace con su banda, o cuando se pone a contar esas historias peronistas que habrá leído en alguno de esos libros que a mi viejo lo ponen loco, no hay quien lo pare. Entonces un buen manojo de arena en la boca logra que deje de hablar, para odiarme y correrme por la playa hasta que se le olvida que me odia y me tira a la arena y yo chillo de miedo y de risa, como está chillando Mono ahora porque llueve mucho, y porque lo irrita la bocina del auto que J.B. está tocando hace un rato.

6

Marilú tiene una corona de Burger King en la cabeza y un estetoscopio que le cuelga del cuellito. Está escuchando el corazón de un viejo que está al lado de una vieja y los dos se ríen. Gabi le grita a Marilú que venga, que ya llegó Ana, y la nena corre a darme un abrazo. Yo les presento a J.B. y Gabi le dice nice to meet you. Marilú lo mira con ojos grandes y después le saca la mirada, tímida. Está enamorada.

El pasillo del hospital es largo y tiene un montón de asientos azul francia, todos ocupados por los parientes de Julián, dispuestos de los más lejanos a los más cercanos a medida que uno se acerca a la habitación, que creo que es la 302. En la mitad del pasillo, parada con los chicos de la banda, está la nueva; pero todos, incluso –y en especial– ella, me reconocen a mí como la viuda.

Irene, la madre, me ve y llora. Yo la abrazo muy fuerte y le digo hang in there. Ella, entre su llanto, me perdona por haberle dicho eso en inglés y me dice algo sobre el patovica, una botella de vidrio y unos travestis indignados que salieron de testigos, y me pide una carilina. Después de sonarse los mocos me pregunta si los periodistas todavía están en la puerta. Respondo como puedo, no sé bien qué.

J.B. hace la suya: se presenta solo, como puede, con las palabras correctas y el acento errado. Y a todos los reconforta que un gringo gigante avale sus penas en castellano. Irene ni lo mira, porque todavía lo ve como una amenaza. Porque aún no entiende, después de tanto tiempo separados. Porque aún no cae, después de tantas horas esperando.

7

Tengo miedo de que de un momento a otro fnalmente me agarren ganas de llorar, así que voy al baño a sacarme los lentes de contacto. Marilú me sigue con su corona puesta porque la madre le dijo que aproveche que Ana viene por pocos días y después no se la ve más por quién sabe cuánto. No la miro, jamás la miro, pero intuyo que cuando Marilú me da la manito y atraviesa el pasillo conmigo, la cara huesuda de la nueva se deforma un poco más. Quiero sentir pena porque entiendo que ella tiene tanto miedo como todos de cuando salga el médico y diga lo que sabemos que va a decir. Pero en vez de eso no siento nada o quizás un poco de orgullo, o quizás un poco de hambre, porque no me terminé mis huevos y tenemos que comprar pan.

La cosa es que me quiero sacar los lentes así que apoyo mis cositas sobre la mesada de porcelana fría y, justo antes de sacármelos, veo en el espejo a Marilú que ausculta la puerta del baño y se ríe cada vez que (supongo) alguna señora se tira un pedo.

8

Marilú me pide que le cuente una historia de las que le contaba el tío –porque ella entiende los tiempos verbales mejor que todos nosotros–. Intento contarle la única que se me viene a la cabeza, la de cuando Perón y Evita se conocieron, que es la que Julián ama contar cuando está cerca mío, porque sabe que me irrita que él omita el detalle de la fecha, que también es la fecha en la que nos conocimos nosotros, quince años atrás. Creo que yo también tengo ganas de omitir ese detalle, pero por suerte me interrumpe el médico que fnalmente sale de la habitación 302 y pide que alguno de la familia se acerque un minuto. J.B. me agarra fuerte la mano pero solo se da cuenta de que mejor se lleva a comprar caramelos a Marilú que, con lo enamorada que está, no percibe que su mamá se desmorona en los brazos de su papá ni que Irene me mira con la esperanza de que, como soy la única que no llora, yo sí tenga ganas de hablar con el médico; pero se equivoca. Así que, tácitamente, las dos decidimos mandar a la nueva; que sirva para algo.

9

Agarramos mal una salida de la autopista y terminamos camino a Berisso. Yo estaba muy concentrada mirando a la nada y me olvidé que J.B. no conocía el camino. Él me deja poner el CD de Babasónicos que siempre pongo cuando no entiendo cómo me siento, y aunque él no entiende las letras, me sonríe como si le gustara lo que escucha y como si no importara que no tenemos idea de cómo volver a casa.

De momento a otro me dice honey. Yo lo miro sor prendida porque nunca me dice así pero veo que empieza a tirar el auto hacia la banquina. Me dice honey de nuevo, y ahí entro en pánico porque pienso que me va a proponer matrimonio y yo, que hace meses que tengo todas las excusas bien pensadas, en ese momento me abatato y las mezclo todas en mi cabeza, y me doy cuenta de que hace unas horas se me redujo la lista, y que pronto, si J.B. no se esfuerza un poquito, voy a tener que decirle que sí. Porque ya no está más esa remota posibilidad de que algún día yo, de que algún día Julián… Pero él, siempre perfecto, frena el auto, agarra la billetera y sale corriendo. Por el parabrisas no veo nada porque hay mucha lluvia y no tengo los lentes puestos, pero se me ocurre prender el limpiaparabrisas y lo veo al gringo que vuelve corriendo con algo en la mano. Entra al auto, empapado y sonriente, y me dice honey, y me da un frasco de vidrio lleno de miel artesanal. Le doy un beso y abro el frasco y meto la mano entera para llevarme uno a uno y sin pudor los dedos a la boca, a la vez que él arranca y tararea la única canción que más o menos ya se aprendió.

10

Obviamente pongo mal el código de la alarma de nuevo y estamos más de un minuto intentando apagarla en medio de los quejidos del aparato y los de Mono, hasta que lo logramos y nos adentramos en la humedad una vez más.

Me tiraron por debajo de la puerta un par de cartas de diarios que tiro a la basura sin leer. Beso a J.B. en la boca junto a la escalera, en un lugar bien público de la casa, porque los lugares escondidos siempre serán de Julián. Ni siquiera míos, suyos; y si hay algo que no puedo tolerar en este momento son comparaciones. Después me levanta en sus brazos gigantes y me lleva a la habitación y me coge sin esperar nada de mí.

11

El cielo crece encima mío y me tapa mejor que mi acolchado. Julián me lee un cuento sobre cómo Perón independizó la cuadra de mi casa, con ayuda de los tres hijos de Olga, que tienen todos vitíligo. Empieza a llover sobre la cama y él me pregunta si me hice pis.

Me despierto y J.B. me abraza fuerte justo antes de que me sienta una mierda por no poder llorar.

12

Otra vez pienso que es el teléfono pero es el timbre. Atiendo y esta vez es una mujer, que me dice que es de un canal de música, que si puedo darles declaraciones. Quiero contestarle que no, pero mi mano se apura a cortarle.

J.B. se me acerca armando un porro del que trajimos de California. Me dice que the clothes are still in the washing machine. Le digo que todavía hay probabilidades de lluvia según el pronóstico, aunque no lo leí. Me pregunta si está bien si fumea antes del ceremonia. Lo beso pero él igual asume que es mejor no fumar. Así que deja el porro y me dice que va a buscar el auto, que termine de vestirme, con las palabras correctas y el acento casi perfecto.

Sale él y atrás suyo, Mono. Me doy cuenta de que mi vestido negro está en el lavarropas, así que lo abro y lo saco porque se ve que tengo ganas de oler a humedad. Si me lo pongo y llueve no se va a notar que no lo dejé secar, si me pongo mucho perfume quizás. Entonces entro a la habitación de mi mamá y reviso todo su vestidor en busca de los mil perfumes que solía tener, que ya no son más de tres, porque la situación familiar se ve que de verdad no es la misma. Todos huelen tanto a ella que me da miedo que otra vez entre a su habitación y nos encuentre ahí, entre sus tapados, con quince años, a punto de darnos nuestro primer beso, y llame a los papás de Julián horrorizada y se enoje tanto con ellos por su serenidad que se olvide de nosotros, que aprovechamos el interín para subir a la terraza a darnos un beso tan torpe que tenemos que parar para reírnos y al rato volver a empezar.

Me cae una gota en la frente y ahí caigo en la cuenta de que subí a la terraza y colgué toda la ropa. Y llueve y el cielo gris avanza rápido sobre mi cabeza y se viene cada vez más negro. Y yo tengo ganas de hacer pis.

Al rato J.B. se cansa de tocar bocina y abre la puerta y Mono entra como loco, todo empapado. Yo estoy bajando la escalera y él me mira un poco sorprendido. No sé si es que se nota mucho que el vestido negro no está seco o es que es la primera vez que me ve llorar.

13

Soy chiquita y Julián me sostiene la mano.

Los otros antologados son Martín Borches, Miguel Bruno, Franco Calluso, Juan Pablo Castro Brunal, Santiago Clément, Guido Gamba, Micaela Gonzalo, Martín Jali, Mariana Komiseroff, Juan Gabriel Miño, Santiago Molina Cueli, Juan Agustín Otero, Vanesa Pagani, José Mariano Pulfer, Nahuel Repetto, Blas Rivadeneira, Juan Ignacio Sapia, María Florencia Scaia y MartínSporleder.

Para más información acerca de la Bienal Arte Joven, visitá bienal.buenosaires.gob.ar

--

--

Los Inrockuptibles
Los Inrockuptibles

El medio para los que hacen — Música, cine, libros, artes y más.