La primera novela de Miranda July

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5 min readMay 31, 2016

A Miranda July le gusta escribir papeles de mujeres torpes y extrañas, de chicas ordinarias un poco perdidas, que llevan su rareza como bandera. Cheryl, la protagonista de su primera novela, El primer hombre malo, tiene su marca en cada página: “43 años, tamaño normal, pelo castaño ahora gris, sin hijos”. Empleada apocada de una asociación de San Francisco, Cheryl vive sola y cultiva fantasías sexuales extrañas sobre su compañero de oficina. A través de su voz, juraríamos escuchar a su creadora. Sin embargo, Miranda July nunca trabajó en una oficina, no es de las que se dejan crecer las raíces canosas, tiene un hijo de cuatro años, está casada con el director Mike Mills (el de la gran Beginners), vive en Los Ángeles y es una de las artistas estadounidenses más multimedia de su generación. Creció en el valle de San Fernando, en California, escribió para Paris Review y The New Yorker, y ganó el premio de la Semana de la Crítica en Cannes en 2005 por su primera película, Tú, yo y todos los demás. Sus cortometrajes fueron proyectados en el MoMA y en el Guggenheim, su novela figuró en la lista de las más vendidas del New York Times: Miranda July no es ni una perdedora ni una inadaptada social. Hasta se preocupa por lo políticamente correcto, o al menos es consciente cuando decide ir más allá de los límites. Es lo que sucede en casi todas las páginas de su libro, en el que Cheryl se masturba de improviso, donde el objeto de su afección, Phillip, se enamora de una chica de dieciséis años, donde Clee, la hija de sus jefes, aparece en su vida y pone todo patas para arriba. Y todo esto sin ahondar en los amores lésbicos, los malos pensamientos invasivos y la iconoclasia intrínseca de las situaciones. [youtube]https://www.youtube.com/watch?v=V3HTRwTDc4E[/youtube] Miranda July es una punk vestida como una princesa, una anarquista insospechada, con un corte de pelo de los años setenta y los ojos muy muy azules. Stilettos, pantalón tiro alto, suéter de terciopelo negro, collar dorado… parece recién salida de un boceto de Vanessa Seward, pero su humor no es nada educado y el desprecio contra sí misma es sincero. ¿Su problema del día? Posteó en Twitter una foto de su saco. “La borré unos segundos después. Me dije que para publicar ese tipo de cosas era mejor Instagram. Hay muchas fotos de mis sacos en Instagram. No soy el tipo de persona supercómica que postea comentarios hilarantes cada día en Twitter.” No, el humor de Miranda July no se basa en escenas típicas sino que es más íntimo, sutil. No entra en 140 caracteres, no está hecho de buenas punchlines sino de situaciones en las que cualquier ser humano que haya tenido una sensación de malestar puede identificarse inmediatamente. “Hace poco, mi psicólogo –sí, como Cheryl y mucha otra gente, voy al psicólogo– me recomendó, cuando las emociones me desbordan, que me pregunte exactamente qué siento, que lo analice con precisión. ¡Pero yo hago eso todo el tiempo! Me encanta escribir lo que siento, narrarlo lo más precisamente posible. Y como no me interesa la autobiografía, uso ese conocimiento para mis personajes.

Hacer de lo cotidiano una aventura

Entomóloga apasionada por los vaivenes extraños del deseo, las pulsiones, las frustraciones y los impulsos que constituyen nuestra cotidianeidad interior, July se examina y cita sin parar sus hallazgos para transformarlos en arte: “Siempre sentí una gran felicidad en la creación. Bueno, ahora que tengo un hijo, no puedo trabajar todo el tiempo, tengo que pasar tiempo con él… Entonces termino haciendo cosas con lo que él tiene a su disposición. Cocinamos muchas cosas dulces, hacemos origamis en forma de copos de nieve. ¡Qué tristeza! ¡A eso me redujo la maternidad! Tenía mucho talento y ahora estoy haciendo copos de nieve extremadamente sofisticados”. Empezamos a comprender cómo funciona ese cerebro desenfrenado, que hace de lo cotidiano una aventura, de lo trivial poesía, del sexo una epopeya y de un momento de incomodidad la revelación de una neurosis devastadora. Pero cuidado, si bien Miranda July es libre, se preocupa por la opinión ajena.

Miranda July es una punk vestida como una princesa, una anarquista insospechada con un corte de pelo de los años setenta. (…) Su humor no es nada educado y el desprecio contra sí misma es sincero.

Cuando se acercaba al final de su novela, se la dio a leer a sus amigos, y luego a amigos de amigos: “Cuando escribo, nunca me propongo incomodar. Si se siente bien en el momento, tengo la sensación de que todos van a identificarse y no me siento provocadora. Luego, en función de los comentarios, selecciono entre lo que es extraño pero tiene valor y lo que incomoda cuando no debería hacerlo. Pero a pesar de todo, me llevo sorpresas: Lena Dunham me entrevistó después de la publicación del libro y dijo que algunas escenas de sexo le resultaron provocadoras. ¡No me lo hubiera imaginado! ¡Lena, mi amiga! ¡Yo pensaba que estábamos completamente conectadas en todo y que conocía toda su vida sexual! Me hizo reír darme cuenta de que la mayor parte de las cosas que están en el libro son excitantes para mí pero no para todo el mundo.” A pesar de todo, la obra de Miranda July, ecléctica y deforme, a menudo parecida a una performance, es de las que crean vínculos. A veces, literalmente: en agosto de 2014, inventó Somebody, una aplicación para iPhone que prometía hacer que un extraño enviara en tu lugar mensajes a tus seres queridos. Esponsoreada por Miu Miu, la iniciativa terminó en octubre. En un texto en forma de epitafio, Miranda July despidió a su “loca experimentación de arte público”. En su celebración de lo efímero de la performance, también le puso fin, hace tres meses, a su proyecto teatral New Society, que llevó a través del mundo entero durante algunos meses, con una consigna para el público y la prensa: no hablar de la obra para no arruinar la experiencia.

La incomodidad en el centro

En este momento, Miranda July está escribiendo su tercera película, cuya idea le vino una noche mientras su hijo afiebrado ocupaba la cama conyugal: “Era horrible, me empujaba hacia el borde de la cama. Me dije: ‘Ok, esto es un infierno, él está enfermo, yo siento que me voy a enfermar también, no duermo…’. Creo que me salí de mi cuerpo y toda la película apareció”. Tanto en sentido propio como figurado, la incomodidad está en el centro de su obra. Una constante que su extrema inestabilidad sostiene: “Hay algo no profesional en expresarse a través de tantos medios; no se puede tener un gran éxito en ningún lado. Si solo sos escritora, escribís muchos libros y terminás por existir en el medio literario. Yo no volveré a ver a esa gente por muchos años. Lo mismo sucede con el cine: vuelvo después de años y ya me olvidé los códigos… Es un poco como mis personajes, que hacen lo contrario de lo que deberían para obtener lo que quieren. Pero como digo en el libro, esas debilidades no necesariamente deben ser solucionadas”. Su jardín mental es un paraíso de malas hierbas, que Miranda July deja que se desarrollen sin parar. Si ella fuera una planta, sin duda sería un yuyo.

El primer hombre malo

Miranda July El primer hombre malo (Random House) 272 páginas Traducción de Pedro Fontana

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