“Acepté la melancolía. La época de mierda lo imponía”

American Dream marca la gran vuelta de James Murphy a las bateas al frente de su máxima creación, después de aquella llamativa autodestrucción en 2011. LCD Soundsystem se muestra intacto, hedonista y festivo en este regreso sorprendente con el que el cantante reconoce haber estado obsesionado durante años. Más melancólico pero también tan efectivo como placentero, el disco nuevo demuestra cuánto se merecía la banda esta resurrección.

Los Inrockuptibles
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13 min readNov 1, 2017

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Por JD Beauvallet

Foto gentileza Sony Music

En febrero de 2011, LCD Soundsystem encontró un bloqueo radical al gigantismo que lo acechaba y al cansancio que lo amenazaba: la autodestrucción. La banda anunciaba entonces, apenas unos días antes de un show memorable en Groove, un recital de adiós –que iba a cerrar casi diez años de carrera– en el Madison Square Garden, en Nueva York, la ciudad matriz de ese sonido a la vez urgente y bailable. En Shut Up and Play the Hits, formidable documental que relata ese gesto novelesco, se ve a James Murphy, al día siguiente, holgazaneando en pijama, preparando con manía su café y paseando a su perro. Un hombre liberado pero un músico extraviado, el sueño de una vida de fan de la música se desmorona. Había puesto todo en su banda, invertido años de aprendizaje y de pasión para finalmente iniciar, en 2000, la aventura salvaje capaz de unir en una bacanal pocas veces igualada desde entonces la rigidez del postpunk y el movimiento de la dance music.

Murphy tenía treinta y cinco años cuando salió el primer disco de la banda; LCD Soundsystem era su última oportunidad. En nombre de una ética y de una rimbombancia de otra época, eligió suicidar a su formación. Desde entonces, este hiperactivo incorregible multiplicó las empresas (wine-bar, café, restaurante…) y las colaboraciones (Arcade Fire, Yeah Yeah Yeahs, Soulwax, David Bowie…). Pero todavía quedaba mucha savia en LCD Soundsystem para hacer de esta monstruosa máquina de groove un manojo de leña.

“Hoy, que todo está disponible, los chicos escuchan a Justin Bieber. No entiendo nada del panorama de 2017, de la manera en que la música se transmite. Tengo la sensación de que ya no quedan muchas bandas en vivo. Sin duda esa es nuestra fuerza, lo que nos vuelve relevantes hoy.”

El año pasado, la banda intacta volvía al escenario. La recuperamos ahora con un cuarto disco, American Dream, más melancólico pero igual de diabólicamente eficaz, concebido con instrumentos inventados para la ocasión y tomado por el humor de los años Trump, un disco que encontró en la agitación de los culos una alternativa para la morosidad y la resignación. James Murphy, el hombre de las mil habilidades e intereses, habría podido recibirnos en una disquería. Será finalmente una cava de vinos, donde se entusiasma con el mismo fervor de un adolescente (de cuarenta y siete años) tanto con una canción de Lou Reed como con un vino blanco bio de Sancerre.

ENTREVISTA> LCD Soundsystem desapareció hace cinco años. ¿Cómo vivís el regreso?
Esta es la primera entrevista musical que doy desde hace años, me pone contento. Hablé mucho con la prensa en este tiempo, pero de mi restaurante neoyorkino, de vinos, de cafés, de platos… Todo me parece diferente, quizá porque envejecí, tuve un hijo… Pero estoy seguro de una cosa: es un alivio enorme haber terminado un nuevo disco. Me tomó mucho más tiempo que el previsto, me di miedo. Me obsesiona desde hace años, no podía ni tomarme un fin de semana en familia que me sentía culpable de abandonarlo. Ahora, por fin puedo ir a la playa (risas)

¿Por qué dejaste de tocar después del mítico concierto en 2011 en el Madison Square Garden?
Nunca me sentí vacío, terminado. Solo quería cambiar de vida. LCD Soundsystem se había embarcado en un camino que ya no me interesaba. Cuando empezamos, éramos realmente outsiders, marginales. Ya tenía treinta y dos años cuando en 2002 salió nuestro primer single, “Losing My Edge”; treinta y cinco cuando salió el primer disco. Treinta y cinco años es mucho más empezar… digamos, para vivir solo de la música. Hasta ahí, yo pagaba para poder tocar. Entonces tenía la costumbre de hacerlo por amor, por pasión. Al principio nos fue bien, al público le gustaba nuestra música, algo nuevo… Pero poco a poco, de buena banda pasamos a gran banda. Y nos estábamos volviendo enormes, la continuación inevitable.
Solo perdí el interés, no tenía pensado volverme un profesional. Es como esos videojuegos en los que hay que sistemáticamente esperar el nivel superior, con la ansiedad que eso implica. No podés demorarte en un nivel inferior. Preferí desenchufar la consola, entonces dejé de ser un músico profesional para ser un músico que toca con sus amigos, ya que antes de dejar la profesión sentía la angustia de haber cometido errores, de meter la pata en un concierto. Y yo no hacía música para eso.
Nuestro mánager proponía, como banda soporte, a gente como Big Boi de OutKast; a mí me parecía desproporcionado que una estrella así tocara antes de nosotros. Le dije que iba a dejar de tocar. Me gustaba el lado caballeresco, casi burlesco de la partida… Fue una decisión muy fácil de tomar, solo elegí vivir. Y volví a empezar a escribir, tan simple como eso. Pero nunca estuve ocioso, siempre tenía algo para hacer: mezclar el sonido del recital del Madison Square Garden, primero para el CD, luego de forma completamente diferente para el DVD; el proyecto Despacio con los hermanos Soulwax; la escritura de un programa de tele con un amigo; la construcción de mi nuevo estudio; la producción de Yeah Yeah Yeahs o de Arcade Fire en Reflektor, etc. Una de las cosas que me angustiaban antes de la separación era la incapacidad de improvisar ese tipo de proyectos. Entre el estudio y las giras, todo estaba arreglado por lo menos durante dos años.

¿Estás muy involucrado en tu restaurante en Brooklyn?
Cualquiera sea la actividad que haga, me tomo el trabajo muy en serio. Es mi problema cotidiano. Felizmente, no cocino en el restaurante, sería el fin (N. de la R.: Murphy padece la enfermedad gota). Le delegamos todo eso a nuestro chef. Pero igual estoy implicado en la cava de vino que creé, el vino es muy importante. Finalmente tengo pocas cosas en mi vida porque a esas cosas las amo más de lo razonable. Por ejemplo, el café: cada mañana me levanto y peso 70,4 gramos de café en grano, lo muelo y lo pongo en una máquina, espero treinta segundos, recomienzo con el vapor entre treinta y cuarenta y cinco segundos. Esta concentración, este cuidado, es mi manera de ser zen.

¿Grabaste American Dream de forma menos maníaca?
Por la fuerza de las cosas, por esos cambios en mi vida y los muchos proyectos, no pude dedicarle todo mi tiempo a este nuevo disco, lo visitaba de vez en cuando. Tenía un plan de vuelo, una lista de cosas para hacer y para no hacer. Por ejemplo, me prohibí ciertos sonidos que teníamos tendencia a repetir. Envejecí, pensé en los discos de mi infancia, el sonido fue influido por esos recuerdos, cosas que me estaban prohibidas hasta ahora. Cosas como John Foxx, Martin Rev de Suicide.
Acepté la melancolía. La época de mierda lo imponía. La elección de Trump cambió completamente la escritura. La cortina negra cayó. Me sentí insultado. Lo único bueno es que va a obligar a los republicanos a reinventarse, a definirse. Ese partido del odio no sobrevivirá a Trump, que lo ha distorsionado. Yo no votaba por ellos pero los respetaba. Ahora bien, no voy a comprometerme políticamente, ya hay suficientes bandas chillonas e imbéciles que lo hacen. La situación exige comentarios más finos.

“Me gustaba el lado caballeresco, casi burlesco de la partida… Fue una decisión muy fácil de tomar, solo elegí vivir. Y volví a empezar a escribir, tan simple como eso. Pero nunca estuve ocioso, siempre tenía algo para hacer.”

¿Sentiste presión, cinco años después de la separación?
Sabíamos que teníamos que estar no solo en el mismo nivel sino mejor. No quería que al salir de un recital alguien nos dijera: “Los vi en 2006, eran mucho mejores”. Había que componer con esta mitología del recuerdo. Yo sé que tocamos mejor, con un equipamiento inaudito, fabricado a medida, de la guitarra a los sintetizadores. Hasta los pies de los platillos son piezas únicas. Una de mis especialidades, aparte del café, es saber cómo hacer sonar una banda en el escenario. ¡Es mi laburo! Cuando era chico ya era así, desarmaba mis nuevos juguetes para ver cómo funcionaban. Y sobre todo creaba mi propio universo con los Lego.

¿Cómo pasaste del Lego a los vinilos?
Crecí en Princeton, en Nueva Jersey, que tiene una radio universitaria increíble y una de las mejores disquerías del mundo, Record Exchange, conocida en todos lados por su stock de jazz y de música clásica. Era un almacén gigantesco con una sola caja. Y ahí laburaban estudiantes de Princeton que alimentaban sin cesar seis enormes bandejas de punk y de postpunk. Ahí descubrí a la Velvet y Modern English, fue el paraíso para mí. Gracias al vendedor Bill Tucker, que tocaba en una de esas bandas cool, conocí un 99% más de música nueva que cualquier otro chico de los suburbios.
Después, en 1987, incluso produje mi primer disco con Falling Man, una banda cuyo vinilo vale hoy una fortuna; no por mí sino porque el mercado de discos goth financiados por el autor está en auge… (risas) ¡Era antes de Internet! Pero hoy, que todo está disponible, los chicos escuchan a Justin Bieber. No entiendo nada del panorama de 2017, de la manera en que la música se transmite. Tengo la sensación de que ya no quedan muchas bandas en vivo. Sin duda esa es nuestra fuerza, lo que nos vuelve relevantes hoy.

Cuando eras chico, ¿eras un poco snob en relación con la música?
¿Con quién habría sido snob? No tenía ningún amigo. Y además tenía reglas muy estrictas: no escuchaba punk hardcore porque me parecía muy macho. Prefería cosas menos machistas, como las Violent Femmes, B-52’s, Dead Kennedys… Por ejemplo, prefería la rareza de Public Image Ltd que los Sex Pistols, que para mí solo era una banda pop acelerada. Era un verdadero geek que se peinaba y se maquillaba de forma rara. Pero como era un tipo duro, no me buscaban pelea. Cuando era chico, probé el béisbol, el fútbol americano, la natación, el básquet… Conocía a muchos adolescentes pero no pertenecía a ningún círculo.

“Acepté la melancolía. La época de mierda lo imponía. La elección de Trump cambió completamente la escritura. La cortina negra cayó. Me sentí insultado. Lo único bueno es que va a obligar a los republicanos a reinventarse, a definirse.”

¿Cuál fue tu primer instrumento de música?
Un pedal de efectos. Antes incluso de tener una guitarra o un amplificador, tenía este phaser. A los doce tocaba en una banda pero no tenía plata para comprarme una guitarra, entonces tomaba prestada una de alguien que conocía, Chan Kinchla, que se volvió famoso con los Blues Traveler. Mi hermana tenía una guitarra acústica, aprendí a tocar leyendo partituras de John Denver o de Bread.
Mis papás no veían esa obsesión con buenos ojos, no les interesaba el arte, pero eran tolerantes. Rápidamente se dieron cuenta de que era una batalla perdida. Se contentaron con limitar los daños obligándome a estudiar mucho en la escuela. Lamentablemente murieron con unos pocos meses de intervalo, en 2001, justo antes de que empezara a ganar un poco de plata, de que la música dejara de ser un simple hobby.
Mi papá era contador, hizo muchos sacrificios para que sus cuatro hijos pudieran ir a la universidad. Se iba todos los días en traje a responder a órdenes de otros. No voy a morder la mano del que me da de comer y a quejarme de mi vida de músico. Mis únicos sacrificios son el resultado de mis elecciones, lo que los hace poco graves.

¿Qué habrías hecho sin la música?
Habría escrito, por eso fui a la universidad. Era mi veta. Pero soy muy perezoso para la disciplina y la extrema soledad de la escritura. La música es más simple, más natural para mí. Cuando muera, no van a descubrir en un cofre una novela inédita. No soy Salinger. Prefiero bailar con la gente.

Conocés la canción de Lou Reed, “Rock’n’Roll”…
(Interrumpe)… ¡La mejor canción de todos los tiempos! “Su vida fue salvada por el rock’n’roll…” Todo está dicho ahí. Mirá, tengo la piel de gallina. Es un texto fundacional para mí. Todo ese lado pretencioso, optimista, nihilista y lleno de esperanza, es una canción que le hablaba directamente al adolescente de los suburbios que yo era, una canción tan generosa. Esa certeza de ser olvidado, atrapado en una pequeña vida, y de repente surge esta música del espacio, que viene a salvarte.
Es exactamente lo que deben haber sentido los ingleses de los años setenta cuando descubrieron a Bowie vestido de Ziggy Stardust. Esa sensación de que te parte un rayo, de pertenecer finalmente a algo después de haber creído durante años que estabas solo, que eras un paria. De hecho, el primer disco que compré fue Fame de Bowie.
En Princeton, mi vecino tenía tres hermanos más grandes, cada uno especializado en un género musical: uno escuchaba únicamente new-wave, el segundo adoraba a los Stooges, los Dead Boys y la Velvet, el tercero era fan de Black Sabbath. Ellos también participaron en mi educación. Nunca quise conocer a Lou Reed, no quería imponerle mi visión, mi versión de Lou Reed. Mi Lou Reed seguro que no tiene nada que ver con el verdadero Lou Reed.

Pero sí conociste a David Bowie…
Había una razón profesional: iba a producir su disco Blackstar. Él era la generosidad en persona. Debe haber conocido en su vida a miles de músicos que no serían nada sin él. Y a pesar de eso, tenía una palabra gentil, un comentario conmovedor para cada uno. Por ejemplo, me dijo: “Lo que me encanta de tus discos es que hay nueve canciones en cada uno. Yo pongo demasiadas”. Yo ni siquiera me había dado cuenta de eso de las nueve canciones (risas). Te trataba como a un igual. Aunque nadie era su igual.

También produjiste Reflektor de Arcade Fire en 2013…
Nos conocíamos desde hace años. Ya había producido Neon Bible en 2007. Pero estaba muy ocupado con LCD. La única solución era que dejara mi banda… (risas). Pasó de forma muy relajada, enseguida entendí que mi rol no era producir el disco sino organizar el proceso, arbitrar. “Esta canción es demasiado caótica para mí, voy a proponer un marco…” Ese era mi rol, muy técnico. No se puede producir a Arcade Fire, hay que tener en cuenta demasiadas opiniones. Solo me encargué de hacer que la grabación fuera más racional.

Empezaste tu carrera por esta canción sorprendente, “Losing My Edge”, que homenajea a todos tus héroes. Es como si hubieras empezado por tu testamento, por los títulos del final…
Era la historia de un pibe que hacía como si fuera canchero pero no lo era. Y a quien la canción termina por volver canchero. Siempre me encantó esa ironía. En esa época, pensaba que había llegado a mi fin, que estaba sobrepasado. Esta canción habría podido destruirme. Venía de mis tripas y era una mala idea hacer una canción que hablara tanto. Porque solo se iba a hablar de la letra, no de la música. En donde estuve astuto fue en sacar rápidamente el single “Yeah”, cuyas únicas palabras son: “Yeah”… (risas). Te ahorrás el análisis de texto.

Reseña: LCD Soundsystem / American Dream

El nuevo viaje fantástico de James Murphy se llama American Dream, cuarto disco de LCD Soundsystem donde su líder vuelve a hacer públicas y sonoras todas sus obsesiones.

“I’m losing my edge, the kids are coming up from behind” (“Estoy perdiendo mi ventaja/ los chicos me vienen pisando los talones”), se lamentaba James Murphy en la canción fenomenal “Losing My Edge” allá por 2002. Un primer single en forma de testamento, en el cual el new yorker les agradecía a todos los músicos, incluso a los más increíblemente oscuros, que lo ayudaron a construir su estética, su estilo, su filosofía y su vida misma. No hace falta más que hablarle, por ejemplo, de la canción “Rock’n’ Roll” de Lou Reed para constatar cómo una canción puede cambiar el curso de una vida.
Gracias a ese revoltijo de influencias, LCD Soundsystem construirá un sonido único, con la colisión del postpunk rígido con la libertina música dance. Aun cuando los discos, raros, y los conciertos, excitantes al máximo, se mantuvieron a una vertiginosa altura durante más de una década, James Murphy vivió mal el gigantismo que dirigía y se hacía la pregunta cruel que tantos músicos buscan evitar: ¿mi música sigue siendo relevante?
Él, que esperó treinta y dos años antes de lanzar ese primer single, se transformó en un profesional, prisionero de su propia pericia y de la obligación de expandirla. La reacción de este artesano devenido empresario aprueba ahora el resplandor y la intensidad de su música tras al sabotear LCD Soundsystem en abril de 2011, después de un recital mítico en el Madison Square Garden. Pasados ya los cuarenta, se encontró con otras pasiones a explorar, con las mismas manías que hasta entonces estaban reservadas a sus canciones: el vino, el café, la gastronomía e incluso la producción (Yeah Yeah Yeahs y Arcade Fire). Pero James Murphy nunca olvidó sus días como adolescente en la disquería Record Exchange de Princeton: pedazos enteros de su música vuelven en flashbacks –los primeros Ultravox, Remain in Light de Talking Heads, el Bowie berlinés, los discos solistas de Martin Rev–. El estudio entonces se impone como única contención de ese flujo de recuerdos distorsionados por el tiempo.

Grabado sin presiones, entre sus obligaciones gastronómicas y familiares, el cuarto disco lleva la marca de esa serenidad: menos urgente, menos frenético, American Dream es constante en este equilibrio, como con la mejor electrónica (Kraftwerk, New Order, Daft Punk: la familia), esa combinación misteriosa entre humanidad y robótica, jolgorio y melancolía. Pero lejos de la furia y la exaltación compulsiva de antaño, LCD Soundsystem sabe de acá en más cómo hacer pausas más introspectivas y también oscuras.
Desde que comienza la muy Suicide “Oh Baby” uno siente que esos años de ausencia fueron un período fértil de búsqueda sónica, donde la legendaria ciencia del ritmo se vuelve más precisa, más diabólica. Se puede decir que Murphy aprovechó la oportunidad para construir un arsenal de instrumentos y de efectos inéditos, que lo salvan de caer en el retumbe de sus sonidos fetiches y permiten el triunfo de canciones con otros nuevos, fascinantes y rebuscadas como “How Do You Sleep?” o “American Dream”. Otro signo de una monomanía intacta: este cuarto disco fue pospuesto varias semanas porque James Murphy se negaba a lanzarlo hasta no tener disponible también la versión en vinilo. Uno puede reinventarse, pero no se pierden las costumbres. / JD Beauvallet

(Sony Music)

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