Los hermanos Dardenne dan otra lección de cine en “La chica sin nombre”

Los Inrockuptibles
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2 min readMar 3, 2017

La chica sin nombre (La fille inconnue)
De Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne
Con Adèle Haenel y Olivier Bonnaud

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Puede decirse que las películas de los hermanos Dardenne se parecen entre sí en algunos aspectos (como las de muchos cineastas autores), pero confundir la coherencia de una obra con la duplicación de lo mismo exhibe pereza o falta de agudeza en la mirada. Reducir su trabajo a un cine social, que haría de ellos los Ken Loach belgas, es un error. En los Dardenne, nunca veremos una división maniquea entre gentiles hombres de pueblo y malvados auxiliares del sistema capitalista. Sus personajes son más bien filmados en los matices, y en ellos los conflictos morales no son un calco de las barreras de clase sino que las cruzan.

En esta nueva película, la doctora Jenny sermonea en exceso a su pasante y luego se niega a abrirle la puerta a un paciente porque ya pasó el horario de cierre. La persona que había llamado a la puerta aparece muerta algunos minutos después: es una joven negra sin papeles.

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Todo el talento de los Dardenne está en esa forma de hablar de política a partir de situaciones particulares y sin nunca mencionar de forma explícita lo que quieren señalar. Acá nuestra doctora cerró su puerta en lugar de abrirla: ¿no es acaso el tema que toca hoy en día a Europa y el mundo todos los días respecto de los “migrantes”? Un asunto de frontera, de umbral, de adentro-afuera, de preocupación por el otro o de indiferencia. ¿Será esta muerta un eco de todos esos muertos sin nombre de las masacres de la historia del mundo? Los Dardenne no lo dicen, pero lo sugieren entre sus imágenes. Cuando la palabra es muda o mentirosa, los cuerpos hablan. Cineastas físicos, extremadamente precisos sobre los cuerpos, sus movimientos, sus velocidades, los Dardenne funden acá en un mismo gesto su principio central sobre la dirección y su dramaturgia.

No está demás decir que los hermanos evolucionaron minuciosamente desde las cámaras al hombro y los planos de espaldas de sus primeras películas hasta la cámara fija y el montaje clásico de La chica sin nombre. Y si bien su cine es preciso y riguroso, no lo es con una intención teórica, sino para alcanzar las emociones más fuertes sin golpes bajos. En las escenas finales, cuesta contener las lágrimas, incluso aunque los hermanos opten por la idea simplista del bien y el mal.

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