Los salvajes, de Alejandro Fadel

Los Inrockuptibles
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5 min readOct 3, 2012

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El debut como director en solitario de Alejandro Fadel es el relato ambicioso de una travesía en la que confluyen la aventura iniciática y una mística inédita –por lo arriesgada– en el cine local. / Por Matías Capelli

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Cuatro chicos y una chica se escapan un día entre tiros y corridas de un correccional de menores y se internan en los dominios de una naturaleza –el monte, las sierras, el bosque– que se va volviendo cada vez más espesa. El objetivo del grupo es llegar al campo del padrino de dos de ellos; en el camino tienen que vérsela con la hostilidad de la vegetación, de los animales y de ciertas personas. Sobrevivir como sea, apelando al instinto o a la violencia pura y dura es la brújula que guía sus acciones. Ese es, en resumidas cuentas, el argumento de Los salvajes, primera película de Alejandro Fadel, exhibida hace unos meses en el BAFICI, y que ahora se estrena comercialmente. Aunque en este caso el argumento dice bien poco. Porque si bien Fadel –uno de los codirectores de El amor (primera parte)– es un reconocido guionista (colaboró en ese rubro en las últimas tres películas de Pablo Trapero), la potencia de Los salvajes reside en su materialidad cinematográfica, audiovisual, más que en cualquier idea previa que pueda haberse puesto por escrito en un papel.

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“No creo haber dejado demasiadas dudas: se trata de un relato místico. La pregunta no era cómo narrar un cuento místico sino como filmar hoy lo sagrado.” (Alejandro Fadel)

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Para filmar su primera película en solitario, Fadel cuenta que se fue a las sierras con un equipo de rodaje muy acotado –entre los que se destaca el trabajo descomunal del DF Julián Apezteguía (Bolivia, Tumberos, Crónica de una fuga, Carancho, etcétera…)–, cinco jóvenes sin experiencia actoral previa, y un guión de noventa páginas. Así que, de alguna forma, director, técnicos y actores debieron atravesar una aventura similar a la proyectada para los personajes: sobrevivir, vérselas con la intemperie. Lo cual lleva a preguntarle al director cuánto de lo que se termina viendo estaba previsto en el papel y cuánto surgió espontáneamente. Fadel: “Si bien esas páginas contenían la estructura y la mayoría de los textos, yo sabía que la película no se podía limitar a reproducir una serie de escenas escritas con cierto ingenio. Que la película iba a transformarse en algo más que una serie de escenas y personajes en cuanto la experiencia de rodaje tomara por asalto al guión, incluso a las ideas más firmes que yo pudiese tener. En ese choque, intuía, iba a estar lo verdadero de la película”. Intuyó bien: las pruebas están a la vista. Poco más de un mes después, Fadel volvió con una película de cinco horas. Y si tenemos en cuenta que la versión final tiene poco más de ciento veinte minutos, queda en claro que, aunque haya absorbido su vitalidad, su linfa en el rodaje, Los salvajes es, sobre todo, una obra de montaje. Porque, tal como reconoce el propio Fadel, ese primer corte de cinco horas era “imposible de ver”. Fue entonces que junto con los montajistas Andrés Estrada y Delfina Castagnino empezaron un lento trabajo de sustracción. “Había que sacar fuerzas y esculpir esa piedra enorme. Porque si en el rodaje me permití abrir la película, que cosas nuevas pudieran surgir en cada día de filmación, incorporar el azar, ahora había que descartar el afecto por el material filmado y volver a ser rigurosos, formalmente violentos. Descartamos el guión. Privilegiamos las elipsis y los espacios en off. Decidimos priorizar los planos cortos y los planos muy abiertos, prescindiendo de aquellos planos que garantizaran cierta continuidad espacial.” En esa especie de vacío entre la dimensión de encuadres, director y montajistas se jugaron la apuesta estética de la película. “Como si entre los personajes y el paisaje, como así también entre cada uno de ellos, existiera un agujero irremediable.”

Sin embargo, así como la travesía de estos cinco personajes supone un devenir animal hacia lo más primitivo y atávico, la película también muta: empieza moviéndose en un registro realista y tumbero, una fuga magistral con pulso de thriller; a medida que se somete a los efectos de la intemperie se interna por senderos muy poco transitados en el cine local hasta convertirse en un relato místico, panteísta, en el que la lógica racional queda de momento suspendida. Para puntear un recorrido, es como si Los salvajes empezara cerca de Pizza, birra y faso o de una película de Trapero para mutar a Los muertos, de Lisandro Alonso, y terminar cerca del El hombre que podía recordar sus vidas pasadas de Apichatpong Weerasethakul.

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“Haciendo una analogía musical”, arriesga el propio Fadel, “es como empezar con una canción para terminar en un largo track psicodélico”. O, podría agregarse, como uno de esos trips interminables con los que The Doors cerraban sus discos, temas como The End o When The Music Is Over. Así, al llegar al final, Los salvajes logra despojarse de nociones tradicionales como la trama y los personajes e intenta representar una emoción más directa, casi primitiva –la misma que exudan las canciones de Morrison. “No creo haber dejado demasiadas dudas: se trata de un relato místico. Siempre imaginé a este viaje como una peregrinación. Sin embargo, mi intención no era de orden literario. La pregunta no era cómo narrar un cuento místico sino como filmar hoy lo sagrado. Era una pregunta puramente cinematográfica, formal.”

Y si bien en términos formales la película es irreprochable, deslumbrante, hay algo de su propuesta discursiva que, sin embargo, no termina de cuajar del todo. Tal vez tenga que ver con que “filmar lo sagrado” es, cuanto menos, un proyecto ambicioso, maximalista. Que Fadel quiere decir demasiado, podrán decir algunos. Otros podrán echar en falta ciertas sordinas, algunas decisiones que hubieran vuelto al relato más elusivo, más indeterminado. Como sea, es difícil que a un espectador lo deje indiferente. Tomemos, si no, las reacciones que se suscitaron en el runrún cinéfilo del BAFICI: que era una obra maestra, que era un fiasco artificioso. Sin punto medio. Cuando lo que habría que hacer en realidad es afinar un poco más la apreciación y discutir si Los salvajes termina siendo una película ambiciosa o pretenciosa, si es efectiva o efectista, si es potente o prepotente. Matices sobre los que vale la pena volver una y otra vez. Pero desconocer de cabo a rabo sus méritos cinematográficos habla más de la dinámica de cierta crítica que de la película en sí.

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Los salvajes
De Alejandro Fadel
Con Leonel Arancibia, Roberto Cowal, Sofía Brito, Martín Cotari, César Roldán

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