“Quiero hacer algo que sea en idioma original en todos los países”

Después de una larga espera hoy se presenta Zama en el Festival de Venecia y a fin de mes llega a los cines argentinos. La adaptación de la célebre novela de Antonio Di Benedetto es un relato extrañado y fascinante que reflexiona sobre el pasado y el lenguaje con el poder de invención propio de la directora de La ciénaga. Lucrecia Martel habla de su esperada nueva película.

Los Inrockuptibles
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10 min readAug 31, 2017

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Por Javier Diz y Diego Lerer

Bueno, ahora sí. Se estrena Zama. Es tentador jugar con la idea de que la espera que sufre Don Diego de Zama tiene algo que ver con lo que se generó desde que se supo que Lucrecia Martel iba a animarse a adaptar la obra maestra de Antonio Di Benedetto, una de esas novelas que suele catalogarse como “infilmable”. Ese tiempo –nuestra espera– fue teniendo distintas etapas de fogoneo. Para empezar, ya llevábamos demasiado sin una película de Martel (La mujer sin cabeza se estrenó en 2008). Y la expectativa creada por el hecho de que la directora salteña estaba trabajando en su adaptación de El Eternauta fue tan gigante como el golpe ante la noticia de que ese proyecto (otro “infilmable”, por ahora) quedaba en la nada. Al tiempo, Zama. Enseguida, los interrogantes lógicos sobre, por un lado, cómo poner en imágenes los devaneos espirituales y físicos de un personaje de moral dudosa y confusión existencial, y por otro, las cuestiones prácticas que requiere un film ambientado en el siglo XVIII, algo inédito por estos lados. Desde entonces, la historia de la película se enreda en plazos que se estiran, interrupciones, nuevas etapas de edición y la ausencia llamativa de la misma en festivales importantes. Con todo, la expectativa que crece, cambia de forma, ¿dónde está Zama?, ¿qué pasa con Zama?, ¿qué es Zama?

Zama es, como no podía esperarse otra cosa, un mundo dentro de un mundo. Es la capacidad de una artista para inventarse un espacio de libertad creativa en un universo previamente establecido (y monitoreado: ahora vendrán los señaladores de blasfemias) por la propia genialidad del texto original. Y es el talento para echar mano a elementos que reescriben –sin deshacer y ampliando– la extrañeza de un estado (el de estar atrapado en una identidad, además de pendular en la espera), alterando la percepción del tiempo, en una sensación de déjà vu visual y sonoro, mientras el relato va sumando capas de sentido hasta un tramo final de una belleza plástica extraordinaria. Y es, también, uno de esos sopapos que de tanto en tanto hacen falta para desactivar esa idea de que el cine está en un estado de emergencia. Y de que no todo está perdido, aun con una o dos generaciones de espectadores profundamente perezosos. En todo caso, quedan los que piensan el cine y usan sus dispositivos con la misma intensidad con la que lo viven. Con todo, Zama es una película necesaria. Y, como el tiempo, escurridiza. A por ella, que el premio es grande. / Javier Diz

ENTREVISTA> Zama es una de esas novelas consideradas infilmables. ¿Qué fue lo que te llegó del libro que te disparó a hacer la película?
Todo lo que se dice sobre la espera respecto a Zama no es la impresión que motivó la película. Probablemente porque un libro es leído en circunstancias. En alguna circunstancia particular, que en mi caso fue la imposibilidad de hacer El Eternauta. Cuando uno se sumerge en un universo ajeno, aunque sea por invitación como en El Eternauta, el proceso mismo de la escritura te obliga a la inmersión. Cuando finalmente no se pudo hacer la película, salir de Buenos Aires nevada, invadida de fenómenos bizarros, habiendo recorrido la ciudad de noche muchas veces, pensando no como una ciudadana sino como una sobreviviente, habiendo repasado en mi cabeza cientos de diálogos sobre las fracturas temporales… salir de El Eternauta no iba a ser fácil para mí. Así que tuve que hacer unos movimientos de considerable dramatismo para llegar otra vez a la superficie. Y esa superficie era el río Paraná, y más allá el Paraguay, y en eso estaba cuando leí Zama. De toda la infinidad de cosas que uno puede decir de Zama, hay una no menor y es la penuria de ser alguien. La identidad. Esa cárcel necesaria, que construimos mientras borramos los planos. Debiera ser obligatorio dejar de ser alguien, a los 45 años, por ejemplo, y no dejar esa magnífica oportunidad en manos de La Muerte.

Habiendo entrado al mundo de Zama mientras trabajabas en El Eternauta, ¿ves algún tipo de conexión entre esos mundos?
Hay algo interesante con respecto al tiempo. Ambos relatos aparecen a fines de los cincuenta. En uno se narra un acontecimiento futuro, que aún hoy, porque no hemos sido bendecidos con la llegada de otra civilización, no ha sucedido. Es decir, estamos en un futuro menos futuro que el que narra El Eternauta. En Zama, se narran acontecimientos del siglo XVIII, un siglo que es tan distante hoy como en 1957. ¿Qué es esto? ¿Qué hemos inventado con este lenguaje que puede zamarrearnos en el tiempo como si fuéramos un lampazo caprichoso? El Eternauta me había obligado a unas meditaciones sobre la naturaleza del tiempo. Cuando llegó Zama, el terreno estaba marcado.

“Una obra maestra como Zama de Di Benedetto te deja una locura adentro. Genera una euforia loca, un deseo de crear, de poder inventar algo. Zama tiene un poder de invención que genera invención. Y ese poder no lo tiene cualquier cosa.”

¿Cómo trabajaste los elementos de época en un pasado colonial que no es tan preciso?
Leí las obras de Félix de Azara mientras escribía el guión. Resulta conmovedor ver ese esfuerzo humano por incorporar lo inaudito a su mundo conocido, con unas categorías, palabras, siempre inadecuadas. Y ese es el pasado que ha nutrido nuestra cultura colonial, un relato de hombres que no podían entregarse a este continente por sus ambiciones, sus estrategias, sus propósitos y deseos de salvarse. Y por avaricia, claro, pero también porque esa cárcel de la identidad propia parece un buen techo para la intemperie. Hay un relato de unos tipos que confunden una garza con un hombre vestido de blanco. Por supuesto que todo eso está perdido para siempre, como perdidas estarán muchas cosas que suceden ahora. Porque las civilizaciones desconocidas ahora coexisten en un mismo espacio. La percepción del tiempo que hay en una villa, por ejemplo, permanece desconocida para la clase media urbana. El tiempo es muy distinto si tomar agua es abrir una canilla o ir a buscarla en un bidón a cuatro cuadras. El tiempo se preforma con las acciones necesarias que hay de un nodo a otro. Entre el vaso vacío y el vaso lleno hay tres segundos y unos cinco centímetros desde el pico del grifo, o hay media hora de caminata y un trecho de quinientos metros. Fijate cómo esa firmeza moral con la que se condena la conducta del villero, una generalización torpe, parte ya de una percepción del tiempo irreconciliable. El tiempo no es homogéneo, tampoco los valores morales. No somos habitantes de nuestro pasado, y eso define a la colonia. Lo primero que se corta en la colonia es la continuidad de tiempo. Nosotros no tenemos sensación de continuidad, vamos más o menos hasta la independencia y después para atrás nos hacemos un lío, y enseguida corremos hacia los gliptodontes porque en el medio hemos hecho desastres. Vamos al pasado, con miedo de que Mitre se levante y nos pegue unos latigazos. La propiedad de la tierra, qué difícil caminar por el pasado.

El mismo Di Benedetto dijo alguna vez que se liberó de cierta rigurosidad a la hora de escribir…
El dispositivo que Di Benedetto pone en acción en la novela fue un elemento disparador para todos los que trabajamos en Zama. Porque te empuja a una invención. Te aleja de cualquier devoción documental. En ese sentido, como quería filmar en la zona del Gran Chaco, tomamos cosas de la región que nos permitieran chispazos de algo no del todo comprensible, lo que en el cine se dice: un universo propio, frase que me da vergüenza, pero para qué andar armando camorra. Muchas prendas del vestuario están basadas en los gauchos correntinos, y en los corredores chaqueños –que son los que entran a sacar baguales a lomo de mula–. Son detalles. El tiempo es extensión. Esas artimañas vienen del El Eternauta también. La ciudad estaba quebrada temporalmente. En ese sentido, irse al pasado o alejarse de los centros narrativos se parece. La decisión fue desplazarse a las provincias y cosechar. Las tonadas, por ejemplo, están sacadas de los santiagueños, de los formoseños, hay algo de Cuyo… También usé el neutro que los venezolanos inventaron para las telenovelas. Una vez tuve que hacer un trabajo sobre las cartas de Encarnación Ezcurra. Qué hacer con el idioma en el caso de que me tocara hacer una película de época, porque no había visto películas argentinas en las que me haya gustado cómo lo resolvieron. Esas cartas tienen un lenguaje un poco chabacano, rioplatense, sin diplomacias mañeras –sobre todo en las cartas íntimas que escribe a Rosas– y que no tiene nada que ver con una Mariquita, almidonada y compuesta.

Zama

Una de las marcas fuertes de la película es cómo resuelve el tema de la voz que narra la novela.
Era fundamental. La voz del libro te permite pensar que el tipo ya sabe el final de todo. Era fundamental deshacerse de esa voz y ponerla en acción de otra manera. Se da un procedimiento parecido al de La mujer sin cabeza: todos los diálogos, en realidad, son resonancias de su propia cabeza. Uno piensa: “¿habrá pasado esto realmente?”. Cuando uno masculla, en la calle, qué está haciendo, está resolviendo diálogos de lo que va a decir, lo que debería haber dicho, donde el volumen de la voz de los interlocutores imaginarios puede llegar a ser tan fuerte que uno tiene que gritar alguna palabra. Todos hemos visto gente hablando sola. La idea era alejarse de una voz –algo que había que hacer en El Eternauta también– porque de esa manera naufragaba la película. Esa voz es una llama que hay que mantener encendida pero lejos.

¿Te preocupó en algún momento qué tan fiel al libro ibas a ser?
No, nunca me sentí obligada a ninguna escena del libro. Durante mucho tiempo lo estuve leyendo y trabajé en él con mucha gente, sobre todo con Ricardo Bartís y María Alché, armando estructuras, en un trabajo de análisis. Después lo abandoné y ya no volví más a él. Lo que está en la película que pertenece al libro no se debe a una cuestión de respeto a la novela. En eso siento que logré una liberación, una obra maestra como Zama de Di Benedetto te deja una locura adentro. Genera una euforia loca, un deseo de crear, de poder inventar algo. Zama tiene un poder de invención que genera invención. Y ese poder no lo tiene cualquier cosa.

“Toda la maestría que indudablemente tienen las series representa un paso atrás narrativo tremendo. Crea una generación de gente vaga, con una vida sexual disminuida y disimulada en horas de cama por temporada.”

Pasaron casi diez años de La mujer sin cabeza… ¿Qué expectativas te genera el estreno?
Ahora siento una sólida satisfacción con la película y quiero compartirla con los espectadores. El cierre de una aventura que fue posible gracias a los implacables productores de REI. El año pasado, en lo personal, fue tan particular, que el estreno parece un ruido detrás de un vidrio. Fue un esfuerzo muy grande, fueron muchos años, y ahora veremos qué dice nuestro querido espectador.

Parece que estamos en un momento en el que al espectador le parece árida una propuesta como la de La cordillera
Uh, entonces… (risas) Agradezcámosle a todas esas series que son puro guión. Toda la maestría que indudablemente tienen esas series representa un paso atrás narrativo tremendo. Crea una generación de gente vaga, con una vida sexual disminuida y disimulada en horas de cama por temporada. Pero es curioso, porque hace un tiempo yo pensaba que con series de animé como Lain o Pokemon se estaba formando un público que estaba preparado para cualquier locura narrativa, y las series invirtieron eso. El animé había puesto la humanidad en una situación de disponibilidad para algo más extremo, con menos causa-consecuencia, con una naturaleza de personajes menos limitada… Pero volvió todo para atrás. También pensé que Facebook era un fracaso.

Y después de Zama, ¿qué?
Tengo algunos proyectos iniciados que quedaron interrumpidos en alguna página. A veces uno escribe y cae en una tramposa metáfora que se va apoderando de la cosa hasta parar la escritura. Hay un fenómeno que tiene que ver con el lenguaje, sobre el que ahora doy vueltas. Sin mucha resistencia de las demás lenguas, el inglés es el idioma que va a dominar cualquier proyecto cinematográfico de cierta ambición. De hecho, cuando estábamos buscando financiación para Zama, mucha gente me preguntó si podíamos filmarla en inglés. Pienso que la industria es ignorante de lo que eso significa. No sé si el idioma es un derecho humano, pero debiera serlo. Quiero hacer algo que sea en idioma original en todos los países. Un experimento que puede perderse en el vasto mar de los experimentos jamás realizados. Tengo muchos barcos hundidos en ese archipiélago.

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Zama
De Lucrecia Martel
Con Daniel Giménez Cacho y Lola Dueñas

Estreno en la Argentina 28 de septiembre.

> reicine.com.ar/zama

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