Entrevista histórica: Luis Alberto Spinetta

Figura venerada del rock argentino, dueño de una fortaleza musical que resiste todos los vaivenes del tiempo, Luis Alberto Spinetta ostenta una trayectoria tan voluminosa como consistente. A seis años de su muerte repasamos la nota de tapa de nuestra edición de agosto de 2008, cuando editaba su disco Un mañana.

Los Inrockuptibles
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12 min readFeb 8, 2018

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Por Santiago Delucchi

Foto Eduardo Martí

Ya es indeleble: está escrito ahí, en los libros de la buena memoria de la música argentina. La obra de Luis Alberto Spinetta es un tesoro para la vida y para la historia. Y lo bueno es que no se reduce al pasado: su itinerario –cada vez más inquieto, cada vez más inmenso– nunca deja de asombrar y de despertar admiración. Sus discos se siguen acumulando, nunca defraudan y, sobre todo, le permiten seguir siendo escuchado en sincronía con sus trabajos más recientes, algo que casi ningún otro prócer del rock nacional ha conseguido. Pasan los años, pasan las modas, pasan los soportes tecnológicos. Quedan las canciones, las melodías y las palabras, por siempre, resonando en el viento.

Fueron casi dos años sin noticias. Casi dos años desde una tragedia, la de Santa Fe, la que lo marcó “a fuego” (un choque que provocó la muerte de varios chicos del colegio Ecos, donde asiste su hija Vera). También pasaron cinco meses de la pérdida de uno de sus socios musicales, el baterista Daniel “El Tuerto” Wirtz. Pero todo ese dolor no apagó la luz, ni la esperanza, ni el mañana. Allí, donde nadie lo molesta, en La Diosa Salvaje, su guarida y estudio de grabación, Spinetta le dio forma a un álbum que mira al porvenir, pero que se escucha en el presente. Un mañana se grabó como siempre, como casi ya nadie graba: en cinta analógica, con la banda tocando en vivo. Doce canciones, envueltas en sus propias cápsulas –esas atmósferas que, a veces, suprimen la gravedad y hacen que todo empiece a flotar–, con muchos arreglos de teclado, algunos solos de guitarra y, en especial, muchas melodías bellas (algunas más memorables que otras, como los estribillos de “No quiere decir” y “Tu vuelo al fin”, pero todas festejadas).

Un mañana, a diferencia de sus antecedentes más cercanos, masculla conceptos más directos y precisos. Su prosa se torna menos intangible. Es tiempo de salirse un poco del libreto. La prueba es esta entrevista, donde Spinetta no se guarda nada, alumbra lo oscuro y le resta brillo a lo que encandila. Su ojo avizor se abalanza sobre las enseñanzas del pasado, del país y de su carrera. Incluso examina el lugar que hoy le toca ocupar al músico de rock, flanqueado por tradiciones que se degradan y por una maquinaria del entretenimiento que clona y recicla figuritas. Y hay mucho más: preocupaciones profundas (el respeto por la vida, la imposibilidad de revertir lo sucedido), cuestiones musicales (el modus operandi de su banda, las nuevas generaciones de músicos) y temas cotidianos (lo que disfruta leer, lo que lo hace reír). Palabras de una voz iluminada.

ENTREVISTA> ¿En qué circunstancias se gestó y se desarrolló Un mañana?
Luis Alberto Spinetta: Estuvimos un mes entero, en julio, grabando todos los temas del disco, más otros que no están en él. Al otro día nos fuimos de gira por el norte del país durante un mes. Al volver, grabé dos temas nuevos que compuse en la gira. La tragedia de Santa Fe marcó a fuego mi vida desde que ocurrió, el 8 de octubre de 2006. Y no deja de ser un desafío espiritual muy importante porque hay que tomar ese ejemplo de gente que pierde lo más preciado, y con todo ese dolor se lanza a hacer algo para ayudar a sus semejantes. Eso es polenta. No vamos a parar hasta que la Educación Vial sea ley de Estado desde la escuela primaria.

“Alguien que se cree trascendente, o que tiene intenciones de cambiar las cosas, y que acepta tocar unas mierdas tremendas, con y para gente horrible, colmada de celulares y laptops, ¿qué es, para las “abrochadas” entre los sellos y los medios, sino un ego tarado y, por lo tanto, un títere redituable? Si un artista no se respeta a sí mismo, a fondo, se mutila… Y luego no aparecen las alas… Nunca más.”

El texto que escribiste para el booklet del disco, precisamente, se refiere a ese rasgo de la condición humana que se distancia del aprecio por la vida y que, al parecer, sólo consigue advertir el peligro frente al vértigo de lo irreversible. ¿Te atormenta mucho esta idea?
Bueno, si estás en una ruta, a 180 km por hora, manejando en pedo, y no advertís ese vértigo, sobre todo el de matarte, es porque realmente no tenés respeto por la vida. Y esa imagen me obsesiona… Porque el personaje no está poniendo en peligro su vida por una razón valedera. Es mucho más grave: está poniendo en peligro la vida por nada.

¿Todas las canciones del disco provienen del mismo período compositivo? ¿Hubo alguna restauración?
Los temas son casi todos recientes. No quiere decir es de enero de 2006, y todos los otros son posteriores. La única excepción es “Hombre de luz”, que es de mi viejo, Luis Santiago, que ya tiene 89 años; es una canción de los años setenta, de la época de Invisible.

Al igual que Para los árboles (03) y Pan (06), Un mañana gira bastante alrededor de los teclados, usados como colchones armónicos y como disparadores de arreglos melódicos. ¿Cómo se da el traspaso de las canciones que componés en la guitarra a lo que termina tocando tu tecladista?
Es muy simple. En general se da así: Claudio Cardone escucha el tema y, mientras yo lo voy pasando, él ya sabe la mayoría de los acordes tan solo mirándolos en la guitarra. Luego, cuando estamos ensayando una versión ya más sabida y chequeada, comienza a incorporar sus propias ideas. Ya me conoce y, además, sabe lo que busco. Así se produce una química perfecta. En el caso de “Canción de amor para Olga”, por ejemplo, no sólo le pedí que compusiera todos los arreglos, sino que hiciera, fundamentalmente, dos interludios libres siguiendo su imaginación. Al final trajo una joya completa y hermosa.

Las bases de tus canciones reproducen una dinámica bastante particular: hay un propósito de sostener y de dar solidez, pero también de generar cierto clima etéreo. ¿Sugerís estos conceptos? ¿O es algo que más bien se da como una reacción espontánea al ensamblaje de los instrumentos?
La verdad es que la tersura de Nerina Nicotra en el bajo y la potencia expresiva de Sergio Verdinelli en la batería se acoplan mágicamente. Son muy pocos los conceptos que les sugiero; ellos cazan todo en el aire y saben muy bien lo que yo les pedí desde el ensayo cero. Fueron cosas bastante generales: a Nerina, notas bien graves en el bajo, para que siempre esté “acolchonando” a un teclado amplio; y a Sergio, que construya patrones que exciten la tocada de la viola rítmica. Ellos constituyen por sí mismos una formación de músicos geniales, ésa es la verdad.

La tecnología digital avanza a pasos agigantados y facilita el acceso a las herramientas de grabación. ¿Por qué grabaste en cinta analógica? ¿Creés que tu música no siempre suena como desearías que sonara?
Quiero aclararles que no he dejado de grabar en cinta ninguno de mis discos, nunca… O sea que la cuestión, para mí, no se trata de una novedad, ni siquiera pasa por la calidez. Siempre grabé en cinta. La novedad, en todo caso, es la herramienta digital que va más allá del grabador, que se sincroniza con él y que extiende las posibilidades sonoras. En general, uno suena tal cual suena, y si algo quedó mal, te das cuenta enseguida. A veces uno quisiera sonar más, pero eso ya está definido en el material musical antes de grabarse.

“A Charly García lo amamos, y esperamos aún sus mejores canciones. Es un fenómeno muy difícil de entender, sobre todo a través de la versión de la prensa amarillista de siempre, que es el buitre que come del dolor ajeno. Charly no debería alimentarlo nunca más. Feed no more.”

A fines de los noventa, con Los Socios del Desierto, recuperaste la visceralidad rockera de la formación de trío, con cierta analogía a lo hecho con Pescado Rabioso e Invisible. Ahora, siguiendo una correspondencia casi cronológica, aparecen ciertas similitudes con Spinetta Jade…
Cuando me abrí de los Socios fue porque me agotaba el volumen. Es algo que se relaciona más con mi salud que con la música en sí. Partíamos de un volumen bien alto, y ya se sabe que esto produce agotamiento en el cerebro, más aún después de muchos años de desgaste del oído, sobre todo de los tonos medios, que es un mal del rockero. Muchos años de picos de cien decibeles o más te dejan el sistema auditivo como un balde de zinc. Cuando ingresan los teclados, de alguna manera, todo se suaviza, al menos para el concepto del hard rock. Por eso baja la presión sonora, como sucedía en Jade. Y por eso hay una asociación válida entre proyectos tan diferentes y lejanos en el tiempo.

La literatura no es ajena a tu arte: tus letras y tus escritos lo delatan. ¿Qué lecturas lograron entusiasmarte en los últimos tiempos?
Últimamente me gustó leer a Felipe Pigna, aunque lo que cuenta me llena de dolor e impotencia. También me gustó Amor y país de Alejandro Rozitchner. Pero obviamente no leo sólo historia argentina… También está Idea Vilariño, los haikus, Borges, Castaneda releído, Yukio Mishima y muchos otros… ¡Es que hay tanto! En poesía, este año, me rompió el bocho Delfina Goldaracena, una joven y espléndida poetisa que murió en la tragedia de Santa Fe. En su único libro, Tiempo efímero, escribe como los dioses su propio destino de verbo profundo… Hermoso hasta el cielo donde habita ahora con sus compañeros.

Te tocó vivir diversas etapas de nuestro país. Y esas situaciones, de algún modo, con más o menos vuelo metafórico, marcaron parte de tu música. ¿Qué sentimientos te provoca la actualidad argentina? ¿Sos optimista o ves el futuro con despecho?
Estamos en un punto crítico: pocas veces la historia concede las oportunidades que hay ahora para la Argentina. De nosotros depende construir con educación y salud, o volver a traicionar a quienes dieron su sangre para hacernos una nación. Soy optimista, en tanto y en cuanto retomemos una mirada muy clara de lo que significa el respeto por la vida. En general, al rockero pelotudo le cuesta imponerse esas visiones, porque como tal no le importa nada de la gente y preferiría estar drogado, estar al pedo y ganar guita y minas, creyendo que es sólo una estrella. No es mi caso, nunca me vi así en mi vida. No desarrollé ese costado de “rockero inútil” porque siempre estuve ocupado en servir a quienes amo.

Se cumplen veinte años de Téster de violencia, un disco de corte casi conceptual, en el que se incluye “La bengala perdida”, una canción bastante vigente en términos simbólicos. ¿Qué paralelismo entrevés entre aquella época y ésta?
Esa canción, “La bengala perdida”, está inspirada en una conversación con un barrabrava de Rosario Central. Al respecto, y dado el nivel agresivo de las barras futboleras de la actualidad, con todas las aberraciones que han sucedido en las canchas y alrededores, nada ha cambiado… Más bien ha empeorado. Yo entiendo que el barrabrava es bravo por su corazón que defiende los colores, no porque mata a cadenazos o porque todos le tenemos miedo. Estamos peor porque antes era la dictadura de los cadenazos. Y ahora, después de lo aprendido, nosotros no podemos demostrarnos que vivimos en paz sin la bota en la nuca… Quizá sea por esa misma herencia violenta. O por ignorar el respeto por la vida.

La degradación fue más allá de la cancha: la “bengala perdida” llegó hasta el rock…
La tremenda falla en la educación le hace creer a un pibe que puede encender una bengala en un lugar cerrado, donde una banda toca música, sin producir un desastre; o bien, que a padres que fueron con sus bebés se les ocurra dejarlos durmiendo en un baño como “guardería” mientras la banda está al palo… ¡Lo lamento tanto como músico! Eso no es tradición rockera… Es tradición de ignorancia de las cuestiones más esenciales de la vida.

También se cumplen cuarenta años de los primeros simples de Almendra. ¿Cómo ves aquellos años incipientes de tu carrera y del rock nacional?
Estábamos aprendiendo a tocar y a vivir de una bajo un nombre: Almendra. Fuimos inspirados por todos y, a la vez, inspiramos a muchos. Para lo prematuro y rápido que fue, fue muy bueno. Nos abrió en veinte y nos impulsó. Es un hermoso proyecto que, de alguna manera, nunca abandonaré.

Se sabe que seguís atentamente la carrera de tus hijos músicos, Dante y Valentino, quienes además colaboraron en Un mañana. ¿Qué otras cosas de las nuevas generaciones te llamaron la atención?
Me gustan mucho los jóvenes que siempre están buscando y aprendiendo más música. Obviamente que mis hijos son muy talentosos y los sigo con mi corazón expectante, pero no olvidemos que hay infinitos estilos. Podría nombrarte a verdaderos maestros como Juan Quintero, Francisco Fattoruso, Andrés Beeuwsaert, Gonzalo Aloras y, en otro estilo, Lucas Martí, El Otro Yo, Catupecu Machu… Y si te digo que las No lo Soporto o Pity y el guitarrista de Intoxicados tienen algo muy bueno, por ahí me mirás de reojo, pero no me importa porque me gusta lo que me va.

“Soy optimista, en tanto y en cuanto retomemos una mirada muy clara de lo que significa el respeto por la vida. En general, al rockero pelotudo le cuesta imponerse esas visiones, porque como tal no le importa nada de la gente y preferiría estar drogado, estar al pedo y ganar guita y minas, creyendo que es sólo una estrella. No es mi caso, nunca me vi así en mi vida. No desarrollé ese costado de “rockero inútil” porque siempre estuve ocupado en servir a quienes amo.”

La situación que atraviesa Charly García no deja de pasar inadvertida. ¿Cómo vivís, desde tu refugio mediático, lo que le está ocurriendo a él?
Cualquier momento es bueno para mandarle una buena onda al flaco. Yo no estoy en ningún refugio mediático, y esta nota lo prueba. Y así les digo que sé que García es demasiado inteligente como para pretender autodestruirse sin que a nosotros eso nos mate. Eso es lo que pasa. Lo amamos, y esperamos aún sus mejores canciones. Es un fenómeno muy difícil de entender, sobre todo a través de la versión de la prensa amarillista de siempre, que es el buitre que come del dolor ajeno. Charly no debería alimentarlo nunca más. Feed no more.

Tal vez no es un refugio mediático, pero sí tomás distancia cuando es preciso. Te mantenés lejos del star system y levantás la persiana sólo en los momentos necesarios: un disco, un show, una nota, cada tanto… ¿No te sentís un poco fuera de todo el mundillo del rock?
Eso es lo lindo: ser libre y soberano. Estar sin estar, como una poesía. Para el concepto del rockero, que obedezcan a sus caprichos es una especie de clave. Pero después, con la fama y la guita, puede ser que los únicos que obedecen a sus caprichos son los managers que gestionan las esponsoreadas, y el que termina agarrado de los goivos es el que se creía una estrella. Y me repregunto: alguien que se cree trascendente, o que tiene intenciones de cambiar las cosas, y que acepta tocar unas mierdas tremendas, con y para gente horrible, colmada de celulares y laptops, ¿qué es, para las “abrochadas” entre los sellos y los medios, sino un ego tarado y, por lo tanto, un títere redituable? Si un artista no se respeta a sí mismo, a fondo, se mutila… Y luego no aparecen las alas… Nunca más.

En tiempos en que los clichés rockeros se prestan al manoseo de la moda y de las campañas publicitarias, los chistes de Peter Capusotto animan cierta parodia y desacralizan un poco el circo del rock. ¿Qué opinás de su programa? ¿Estás al tanto de Luis Almirante Brown, uno de sus personajes?
Soy fan absoluto de Capusotto. Es genial y no paro de reírme. Fui a ver las dos obras de teatro que hizo con Alberti, que también es un genio, como Casero y otros… Para que te des una idea de lo importante que es para mí la magia de reír. Saborido, su productor y guionista, es un maestro. Luis Almirante Brown es espectacular. A veces los temas tienen puntos de belleza, los cuales inmediatamente se pudren en la obscenidad más absurda. Es nuestra propia espiritualidad en juego en el mundo del revés, teniendo en cuenta que hay una tendencia a superar el sentido del revés, para dar paso a un reblandecimiento que podría ser el negativo de la lucidez.

Nota publicada en la edición #127 de Los Inrockuptibles — agosto de 2008.

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