Marcia Schvartz en Colección Fortabat: el pensamiento nacional enlatado

Los Inrockuptibles
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4 min readJan 18, 2017

La melancolía y la farsa política son los dos polos intencionales que gravitan sobre la última muestra de Marcia Schvartz, Ojo, curada por Roberto Amigo y Gustavo Marrone. Y entre ambos polos un cuerpo se despedaza, como los desleales maniatados de brazos y piernas, cada uno a un caballo distinto, en una fantasía negra de Esteban Echeverría. Ese cuerpo, presa de la melancolía o de la farsa, es más o menos la imagen corporal de todo un país. Schvartz, además, presenta un esbozo generacional, un relato autobiográfico que la zarandea en el victimismo y la eleva en el sarcasmo. La vemos derrotada, exiliada, abandonada, etc. Su propia figura como artista se sostiene en mal equilibrio entre dos fantasías: la gloriosa juventud de 1970 y la identificación más dudosa con el cuerpo muerto de Isabel Perón.

La muestra presenta muchas pinturas y se completa con un grupo de cerámicas; así se exhiben los sueños políticos que devienen pesadillas y los restos de una memoria desencantada, incapaz de llevarnos a ningún lugar fuera de la rémora ácida o la balada luctuosa. Las erinias, los naufragios, el legendario “no me atosiguéis”, el balcón de la Casa Rosada una y otra vez, son algunos de los temas de una muestra que parece echarle la culpa del pretérito drama político de los 70 a las fuerzas del Infierno o a los extraterrestres.

Ojo es pensamiento nacional enlatado, algo así como el sueño húmedo del sociólogo de la cultura argentina.

Es que no existe, por definición, algo así como una autocrítica montonera. Y a falta de autocrítica, quedan dos pasiones por delante: la decepción y la fuga al sarcasmo. La primera obliga al espectador a enfrentarse con sus malas pasiones, en una especie de catarsis; la segunda convierte todo el problema en una comedia espectacularizada, lo que también es catártico.

La muestra tiene además la ventaja de querer decir algo sobre el destino nacional, incluso acerca de temas sobre los que el arte argentino hace mucho abandonó su capacidad de decir, y con un énfasis en la transmutación tridimensional de la pintura política que pone a Schvartz en un lugar reconocible en la historia artística, entre Antonio Berni y los Mondongo.

Técnicamente, sus últimas obras tienen un logro importante: extraen al retablo del plano frontal, convirtiéndolo en una especie de laberinto que puede atacarse de costado, desde arriba o abajo, y en el que dan ganas de meterse. El autorretrato Preparándose para arteva nos muestra la figura de la artista frente al espejo, y de alguna manera convierte toda la muestra en un autorretrato cínico, despiadado y juguetón.

Marcia Schvartz

Pocas veces un artista que recupera la imaginería política de forma tan directa es al mismo tiempo tan honesto, y las pinturas de Schvartz tienen la honestidad de las burlas y las malas noticias. El final consagrado al circo político argentino de los 70, con sus brujos y sus balcones llenos, pone a Schvartz en algún lugar raro de la cultura nacional, como si dijéramos en algún punto incómodo de la calle Corrientes, entre librerías de usados y un espectáculo de Enrique Pinti. Son pinturas que no abandonan una carga de historicidad, incluso si eso las hace intraducibles. La escena de un galerista explicándole quién fue López Rega a un coleccionista chino o árabe en la feria Art Basel, frente a un cuadro de Marcia, es tan deliciosa como irresoluble. La misma grieta en la comunicación puede darse frente a cada uno de los retratos que conforman la muestra, y que solo en su último capítulo forman algo así como una narrativa coherente: el tema de esa narrativa son las desgracias políticas de la generación de Schvartz, cuyas consecuencias (el exilio, la alienación, la descreencia) pueden recuperarse en las pinturas anteriores, más líricas y aisladas, en un curioso efecto residual.

Y es que Ojo es pensamiento nacional enlatado, algo así como el sueño húmedo del sociólogo de la cultura argentina. Se diría que el catálogo va perfecto en la biblioteca del intelectual argentino, entre Tulio Halperín Donghi y Los reventados de Jorge Asís. En 2010, en pleno festejo por el Bicentenario, Ojo hubiera sido un éxito de público y crítica. En 2016, en medio del populismo cultural aceleracionista à la Durán Barba, es un resto incómodo, como todo lo que no celebre los videojuegos, la inteligencia artificial o la licuefacción de las instituciones sociales modernas. A este mundo desventurado y liviano, Schvartz le trae recuerdos infelices, con un dejo muy fuerte de sarcasmo: Isabelita ya no es la mala del cuento, sino una versión revulsiva de la Bella Durmiente.

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Marcia Schvartz
Ojo

Hasta el 22 de enero en Colección Fortabat (Olga Cossettini 141, CABA). Martes a domingos de 12 a 20.

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