“Mi amiga del parque”, de Ana Katz

Los Inrockuptibles
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3 min readSep 17, 2015

“Es tanto que no sé cómo nombrarlo”, le dice Liz (Julieta Zylberberg) a un amigo. Lo que no puede nombrar es la situación de ser madre por primera vez, de tener un hijo de unos pocos meses, de lidiar con eso sola (su marido está en Chile trabajando), y soportar una montaña rusa de sensaciones nuevas que la desequilibran. Liz tiene los nervios en carne viva, estalla en llantos, duda, teme, todo eso que puede atravesar una mujer cuando acaba de ser madre. Pero la cuarta película de Ana Katz está lejísimos de jugar con el manual elemental de la neurosis femenina en ese escenario tan particular. Propone esa situación y lo distorsiona con una serie de elementos que, a esta altura, podemos decir que son característicos de su cine, plasmando un tono ya trabajado en sus películas anteriores. Katz hace chirriar los dispositivos narrativos que establecen lo que en principio podemos adivinar como una de sus comedias extrañadas, pero que enseguida nos hace dudar. Nos identifica con la neurosis de Liz, nos apiadamos de ella, mientras la película la contrapone a un mundo y unos personajes que la invaden: Rosa –su amiga del parque–, Renata –hermana de esta– y Yazmina –la vecina que le “cuida” el nene–, son (parecen ser, mejor) una pesadilla, el tornillo flojo de una maquinaria cotidiana que Liz no puede hacer funcionar, pero que necesita.

Rosa y Renata –“las hermanas R”– no aparentan responder al estereotipo de madre compañera que Liz cree precisar. En ese sentido, contrastan con esas otras que sí se comportan con todos los lugares comunes de la mujer deglutida en su papel de madre estupidizada. Así, las hermanas R se vuelven los elementos incómodos de una película que propone en su ambigüedad un halo de misterio. Podemos intuir que están locas, pero lo que no sabemos –y ahí la incomodidad que generará, de paso, hasta una sensación de peligro– es qué son capaces de hacer; si esconden algo detrás de su actitud desbordada.

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Ya conocemos que Katz sabe trabajar con lo que no se dice (ahí está esa maravilla que es Los Marziano), pero en este caso dobla la apuesta, porque el desafío está en saber provocarle al espectador que piense que detrás de lo que sí se dice puede haber –o no: ahí el desafío– algo más, que puede esconder una segunda intención, un cálculo, o simplemente un gesto de locura. O quizá nada. Quizá sea así, y punto. Quizá las locas son las otras (las que le cantan a los nenes como idiotas, las que se la pasan subiendo fotos a Facebook, las que no paran de hablar de ropita, postres y mamaderas). Liz está en el medio. Mira, llora, escucha, ríe, se enoja, llora otra vez. Y aprende. Como es esto: a los golpes. Y dudando de todos. De las hermanas R (obvio, cómo no hacerlo), de las boludas del parque, de la entrometida Yazmina, y hasta de los desequilibrios de ella misma. Y Katz mete mano sutil y aguda con elementos y detalles puntuales (un revolver, una campera), disparadores narrativos que, sin malabares afectados, activan el relato hacia lo imprevisible. Otra vez, Ana Katz como directora y actriz (su Rosa es de una complejidad impresionante) afina el ojo en gestos mínimos y justos, y construye otro de sus experimentos que, aún en su extrañeza y en su alucinante incomodidad, consigue emocionar hasta las lágrimas.

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Mi amiga del parque
De Ana Katz
Con Julieta Zylberberg, Ana Katz y Maricel Álvarez

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