Nick Cave habla de Push the Sky Away

Quince discos, treinta años de carrera y el nervio intacto. En Push the Sky Away, su nuevo disco, Nick Cave y los Bad Seeds reemplazaron la guitarra tormentosa de Mick Harvey por el silencio y todavía no pueden creer lo que encontraron. / Por JD Beauvallet

Los Inrockuptibles
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8 min readMay 1, 2013

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Push the Sky Away, el nuevo disco de Nick Cave, es de esos álbumes que se graban durante el crepúsculo de la vida, mirando hacia un futuro negro con desprecio y con pavor, con una frazada eléctrica sobre las rodillas y una guitarra española para echar a los demonios. De Johnny Cash a Bashung, la muerte suele aparecer golpeando la puerta del estudio, impaciente. Pero Nick Cave, que nos recibe en su ciudad de adopción, Brighton, es todavía un hombre joven y rabioso de 55 años. Y su frazada eléctrica está conectada a diez mil voltios. Lo que escuchamos no es todavía el canto del cisne negro, sino apenas el reposo del guerrero, que volvió después de algunas escaramuzas salvajes con la electricidad en el seno de su otro grupo, Grinderman.

Si hay pocas guitarras en este disco de tensión retenida, es por un motivo muy simple: se fue el guitarrista. No más Mick Harvey para los Bad Seeds. El veterano ladero de Cave se llevó bien lejos los riffs oxidados pero filosos que le daban la fiebre a este blues de carnaval maldito. Sorpresivamente, la banda decidió reemplazar la guitarra eléctrica por un instrumento mucho más peligroso, salvaje y ruidoso: el silencio, que deja grandes agujeros entre las notas y le imprime toda su potencia a este decimoquinto disco. Las canciones suben y suben pero no terminan de estallar jamás. Esta manera de jugar con los nervios puede ser frustrante en un comienzo, pero lo cierto es que los temas terminan por atormentar con una eficacia nueva, que prefiere la invasión punzante a la descarga eléctrica. “Empujá el cielo”, ordena el título del disco. Acaparando espacios nuevos, cubiertos de maleza y con relieves traicioneros, Nick Cave se contenta con empujar las paredes.

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Push the Sky Away parece el disco de un hombre sosegado, de vuelta de todos los excesos…
Nick Cave: ¿Un disco de viejo sabio? No sé cómo pudo pasar (risas). No tenía ninguna intención de hacer un álbum calmo, es algo que se impuso por sí solo. Es un disco muy francés: fue grabado con la panza llena de alimentos y de vinos locales, en el estudio La Fabrique, en Provenza. El lugar tuvo una fuerte influencia sobre el resultado final, su atmósfera me inundó. Después de una semana de vida en común en este marco, los Bad Seeds nos sentamos a escuchar las primeras tomas y no podíamos salir de nuestro asombro: no teníamos ninguna intención musical cuando llegamos, pero una vez ahí, claramente, el lugar había decidido por nosotros. Nunca habíamos hecho un disco así, con tal coherencia, con esa continuidad entre los textos y la música. Nunca le habíamos dado un lugar así al silencio. Habitualmente, la tensión merodeaba, amenazaba antes de estallar. Aquí, las canciones juegan con esta tensión y la dominan. Yo estaba atónito por esta mezcla de calma y nerviosismo. Es verdad: las canciones no estallan, pero puedo entender perfectamente en qué se habrían convertido en cualquier otro de mis discos. Se hubieran resquebrajado o vuelto muy estruendosas. Hay una impresión de control muy verdadera. No sé si será la sabiduría adquirida, porque eso implicaría un costado sentencioso, casi evangélico. Yo nunca escucho un disco para aprender algo o para descubrir la sabiduría; lo escucho para embarcarme en otro mundo, maltrecho, desafiante… Un buen disco me saca de la realidad, y después me devuelve.

“No creo en el mito de la inspiración, eso está sobreestimado.”

Desde hace años, con Grinderman, tocás un rock muy físico, animal. ¿Este disco es el antídoto?
Con los Bad Seeds siempre hicimos discos muy diferentes, desconcertantes incluso. La reacción del público ante estas mutaciones nos importa una reverenda mierda: lo que importa es mantener a los Bad Seeds con vida, somos sobrevivientes. Y el aburrimiento, la rutina, la falta de desafíos… eso nos mataría. De hecho, lo que de verdad nos salva, es justamente que, como no vivimos en la misma ciudad, no nos tenemos que ver todos los días. Nos reunimos solo en caso de necesidad, para un proyecto preciso. El objetivo es ponerse al servicio de las canciones sin que importe el peligro. Cada miembro del grupo conoce su rol, como si fuéramos agentes dormidos que se activan en el momento preciso.

Más allá de eso, las guitarras están muy en segundo plano…
Por una razón práctica: nuestro puto guitarrista, Mick Harvey, abandonó a los Bad Seeds. Con él siempre tuvimos tendencia a rellenar los espacios, porque agregaba sus tormentas de guitarras por todas partes. En un principio teníamos la intención de remplazarlo, pero cuando escuchamos las primeras tomas, todo ese espacio entre los instrumentos nos impresionó. Era demasiado bello como para mancillarlo con guitarras. Apenas agregamos unos coros, especialmente los de la escuela de la ciudad (ninguno de los chicos hablaba inglés, eso fue genial). Cuando tocábamos una canción, nunca sabíamos a dónde nos llevaba ni cuánto tiempo duraría. Incluso yo no tenía ningún plan de vuelo. Me parece una buena manera de conservar la belleza y el peligro.

¿Qué clase de belleza?
Me paso la vida intentando revivir episodios de mi infancia. Me han ocurrido cosas que me han cambiado. Mi noción de belleza está muy ligada a mi infancia. Escribir es mi manera de reencontrar esas impresiones, esa luz.

¿Cómo fue el reencuentro de los Bad Seeds en Francia?
Empezamos a buscar estudios-residencias en Inglaterra, pero nos parecían siniestros, sin alma. No me veía pasando más de dos días en esos lugares que parecían clínicas. Alguien me habló de La Fabrique, un estudio que conserva la mayor colección de vinilos clásicos en Europa. Me sentí tan como en mi casa que ahora lo extraño. Viví allí una experiencia muy fuerte, que afectó mi alma. Hablar de epifanía sería quizás exagerado, pero de verdad ahí pasó algo. Nos sentimos completamente libres, calmos, felices: el disco refleja ese momento preciso de nuestras vidas, como una pausa. Generalmente con los Bad Seeds el estudio parecía un campo de batalla, terminaba con sangre en las paredes.

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¿La colección de música clásica de La Fabrique contribuyó a suavizar las costumbres?
¿Tengo cara de escuchar música clásica? No, nada que ver. Al contrario: hurgando un poco encontramos una caja que tenía escrito “David Bowie/Iggy Pop”. Había una cinta muy dañada para poder escucharla. Pensamos que habíamos encontrado canciones perdidas, pero se desintegró…

¿Podrías grabar sin grupo?
Sería incapaz: yo soy un colaborador. Es fundamental para un artista conocer sus límites. Y musicalmente soy bastante limitado, no te das una idea. Puedo componer una canción, pero darle cuerpo, jamás. Es frustrante escuchar canciones en mi cabeza y no ser capaz de expresarlas de manera convincente. Pero, por suerte, gente como Blixa Bargeld, Mick Harvey o Warren Ellis me ayudaron durante todos estos años a concretar mis ideas, a sublimarlas, a hacerlas tomar otras direcciones.

¿Cuál es tu relación cotidiana con la música?
Escribo casi todos los días. Me visto, beso a mi mujer y a mis hijos y les digo “me voy a la oficina”. Y eso es lo que hago: me encierro en el sótano y trabajo. Vuelvo a subir a la noche: “¿Cómo pasaste el día?”. “Bastante bien, ¡gracias!” Me concentro días enteros en mis cuadernos. No es una disciplina que me impongo: simplemente no tengo elección, debo escribir. Tengo la impresión de que todo se va a hundir si yo no trabajo. Me paso la vida garabateando una novela o cualquier cosa cuando me arrastran de vacaciones. Mis únicos momentos de ocio se dan frente a la televisión. Ahí sí logro desconectar mi imaginación y no pensar en nada. ¿Ir a pescar? No, ¿qué mierda te pasa? ¿Me imaginás sacando un pez del anzuelo? Aunque es cierto que es algo que he hecho durante años. Soy un pequeño campesino: le disparaba a los conejos con una carabina.

“La reacción del público ante nuestras mutaciones nos importa una reverenda mierda: lo que importa es mantener a los Bad Seeds con vida.”

¿Qué es trabajar para vos?
No creo en el mito de la inspiración, eso está sobreestimado. A veces hay revelaciones, pero sin trabajo detrás, no sirven para nada. Encontré muchos artistas más inspirados que yo, pero ¿qué hicieron de esas epifanías? Nada. Las dejaron morir. No fueron a la oficina. Yo no espero a que las ideas vengan: yo las fuerzo. En mi agenda, anoto una fecha: es el día en que empezaremos a trabajar en el disco. Una vez escrita, no se puede cambiar, está grabada en mármol. Esa mañana llego a la oficina y empiezo a escribir el disco, sin la menor idea, sin la menor pista. Necesito meses para afinar las palabras. Un disco se hace muy lentamente. La espera entre dos ideas puede ser una verdadera tortura. Mi memoria está muy dañada pero, extrañamente, logro acordarme de embriones de textos, de melodías que me aparecen donde no las espero, en el sueño especialmente.

Sos un observador constantemente al acecho.
Nunca sé cómo empezar una canción. En “Finishing Jubilee Street” cuento cómo escribí otra canción, “Jubilee Street”. Muchos de mis temas son puestas en escena en el abismo. No cuento lo que veo, sino lo que ve un hombre, un testigo. Me parece que eso dice más sobre él que sobre lo que él observa. Soy un voyeur.

Especialmente con tu mujer…
Efectivamente transformé a mi mujer, mi musa, en una especie de cobayo. Ya nada es sagrado. Ella sabe que esos momentos muy íntimos van a nutrir mi imaginario, y por lo tanto mis canciones, de una manera desviada y corrupta. Pero de algún modo, la contrapartida es que yo la inmortalizo. Muy joven comprendí que no había mejor manera de seducir a una chica que escribiéndole una canción. Es el cumplido supremo, por más que sea una canción feroz. Eso fue una bendición, o una maldición, para las chicas a las que les canté. Haciendo eso, vendo mi alma. Pero mis musas tienen que seguir manteniendo su alta calidad de inspiración. Vistiéndose bien, no subiendo de peso… Mentira, estoy bromeando.

“Soy un colaborador. Es fundamental para un artista conocer sus límites. Y musicalmente soy bastante limitado, no te das una idea. Puedo componer una canción, pero darle cuerpo, jamás.”

Viviste en Berlín, en Brasil, en Londres… Ahora estás en Brighton desde hace diez años. ¿Qué hay de tu vida de nómade?
Para mí, diez años es una eternidad. Me pregunto a menudo qué hago en Brighton. Mucho tiempo odié esta ciudad. Cuando vivía en Londres, en los años 80 o 90, iba a Brighton para tratar de despegarme de la heroína: buscaba una habitación frente al mar, me encerraba con whisky y somníferos y trataba de aguantar dos o tres días, antes de recaer en la heroína y volver. Para mí, Brighton era una ciudad sin piedad, gélida, lúgubre, agonizante, y cuando mi mujer Susie propuso mudarnos ahí, creí que era una broma. Pero poco a poco me fui encariñando con la ciudad, con su luz, con su mar… Brighton es sin dudas un agujero perdido, ¡pero mi amor por Susie me ciega! Cuando vivía en Berlín, en cambio, la ciudad era mucho más excitante y animada, pero yo nunca lo aproveché ni formé parte de ninguna escena porque vivía recluido, escribía mi libro sin respiro. Todo lo que necesito es tener una habitación, donde sea, en la que me pueda encerrar y desaparecer.

¿Te considerás de paso en todas partes?
Digamos que no tengo raíces, no formo parte del mundo en el que vivo o en el que estoy. Me siento un impostor. Tengo vergüenza. A veces me molesta ser Nick Cave.

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Nick Cave and the Bad Seeds
Push the Sky Away

(Bad Seed Ltd.)

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