Oliverio Coelho — Un hombre llamado Lobo

Los Inrockuptibles
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4 min readMay 19, 2011

Oliverio Coelho — Un hombre llamado Lobo(Duomo) 262 páginas

Puede decirse que Un hombre llamado Lobo, la última novela de Oliverio Coelho, empieza en su libro anterior, Ida. Casi en cualquier frase de aquél. Por ejemplo, en una que habla de su protagonista: “En todo solitario hay un vagabundo”. O en un rasgo estructural del relato: el abandono de los mundos alternativos de novelas previas en favor de un realismo anómalo, enrarecido. O en un estilo que casi no hace falta que Coelho rubrique con su firma, porque, como sucede con la escritura de todo escritor que tiene un proyecto, la suya se nombra a sí misma. Un hombre… se inicia con un presagio, una historia dentro de la historia. Años después de los sucesos que la mayor parte de la novela narra, Iván, el hijo de Silvio Lobo, emprende la búsqueda de su padre. Lo asiste un personaje oscuro que de repente desaparece, como tiempo atrás hizo con su padre. Así, el relato de vida de Lobo, una iniciación tardía en el amor, avanza puntuado por los progresos de su hijo en el viaje de reencuentro. Se trata de una sintaxis de doble alcance generacional que Coelho hace corresponder con un estilo demandante, con adjetivaciones precisas pero casi nunca concretas, en la mezcla de períodos largos con oraciones cortas que imprimen un ritmo particular a la narración: como si quisiera probar que, como le sucede a Lobo, a veces no hace falta moverse demasiado para ser un vagabundo.

“Todos los males de la vejez le llegaron a Dora cuando su hijo, Silvio Lobo, a los cuarenta años, con ahorros provenientes de prácticas de las que comenzó a abusar gracias a su lento ascenso y a una alianza perfectamente tramada con otros tres inspectores municipales, anunció que se mudaría solo”. El párrafo que abre el primer capítulo tiene la fuerza suficiente como para no ensayar paráfrasis torpes. Ahí está todo: una madre que sólo puede sentirse decepcionada, la salida demorada de un hombre al exterior, la promesa de una familia y un viaje; es decir, la promesa de un relato. El plan de Lobo se completa con la descripción del departamento que compra: “uno de tres ambientes con dependencia”. En ese cálculo inmobiliario también pueden medirse a veces el amor y la familia. Una forma de mercancíadiseñada según los dictados de la economía para alojar otra forma de mercancía, la réplica en la tierra de la “arquitectura celeste” que sería la planificación familiar.

Además del departamento, Lobo compra a su mujer, Estela, una joven que accede al contrato y llega a servir de vientre para sus aspiraciones. Pero enseguida, después de que nace Iván, huye, y sólo volverá para llevarse al hijo. Entonces comienza la búsqueda de Lobo, acompañado por Marcusse, un detective privado decadente y apostador, que recopila estadísticas para entender el azar y se guía en su investigación con métodos igual de inescrutables. Eventualmente desaparece y Lobo queda solo otra vez, en Carmen de Patagones, donde la trama policial (arquetipo genérico del relato de una búsqueda) se confunde con una nueva promesa amorosa o, mejor, con la promesa de un nuevo fracaso.

Un hombre… se construye, de esta manera, en base a repeticiones diferenciadas. Iván busca a su padre, Lobo busca a la madre de su hijo, pero también su destino y su deseo paterno, y, con esto, a su propio padre. El argumento dividido entre la ciudad y el campo le sirve a Coelho para explorar la institución familiar –la institucionalización del amor– bajo la vista de dos prismas distintos. Lo que en la ciudad parecía ser un drama privado, en el campo se vuelve parte de un sistema más amplio de dominación y reparto de lo público, fruto de cierto atraso premoderno pero, a la vez, efecto de un estado de cosas naturalizado. La historia de Lobo, de hecho, se sitúa en 1990. Fijar una novela en el pasado puede ser una decisión más política que estética, y si en el caso de Un hombre… permite pensar algunas relaciones entre los ecos de la dictadura y el inicio de un proceso cruento de modernización, también puede entenderse, de alguna manera, como si nos dijera: en cualquier lugar, en cualquier momento.

Doble aventura de iniciación, doble búsqueda, doble argumento, el libro cierra con Iván, de nuevo. Pero más que un círculo, Un hombre tiene forma de cinta de Moebius: lo que parecen ser dos historias son, en realidad, una única cara que se pliega sobre sí misma, infinita, que nunca se deja ver del todo, una superficie lisa sobre la que el lector se desplaza sin notar cambios. No se trata, sin embargo, de un mero artificio. Coelho sólo tensa los sucesos, sólo exagera, si se quiere, en la medida en que esto es necesario para mostrar no tanto las cosas como son, tarea de copistas más que de escritores, sino las cosas como realmente son.

Lucas Mertehikian

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