Playroom, de Adriana Minoliti

Los Inrockuptibles
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2 min readOct 26, 2012

La nueva instalación de Adriana Minoliti es una enorme pintura dividida en cinco paneles que articulan signos elementales sobre un entorno selvático. / Por Alejo Ponce de León

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Todos sabemos de los pequeños valores geométricos que se emplean como símbolos cotidianamente. Universales, esterilizados, se los utiliza como conductores para todo tipo de sentidos: los nazis implementaron el rosa winkel, un triángulo rosa apuntando hacia abajo que los prisioneros homosexuales en los campos de concentración llevaban sobre su ropa para ser identificados; rectángulos y pirámides le dan un sentido visual a las funciones básicas de nuestro software favorito para reproducir video; músicos contemporáneos como Cornelius Cardew o Anthony Braxton (que para la tapa de alguno de sus discos usó un cuadro de Kandinsky) idearon sistemas de notación que se valían de colores y figuras inusuales para volver legible todo aquello que la simbología de las partituras tradicionales no alcanzaba a representar. En varios momentos de la enorme pintura dividida en cinco paneles que puede verse en Playroom, la instalación de Adriana Minoliti en Abate, estos mismos signos elementales se articulan para formar distintos entes que emiten todo tipo de radiaciones sensuales sobre un bello entorno selvático. Como en la obra de Roberto Aizenberg o en la de alguno de sus más dignos herederos, como Max Gómez Canle, los cuerpos son construcciones alienadas formalmente en relación a la naturaleza; equilibradas en su geometría, pero amenazantes y traumadas por existir fuera de lugar.

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Playroom termina siendo, ante todo y principalmente, una obra digna de verse.

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Minoliti, además, representa al paisaje que rodea a estos cuerpos como una entidad viviente irreductible, infinitamente compleja en su transición entre colores, cargada del mismo movimiento que Georgia O’Keeffe buscó capturar en From the Lake. Pero en la progresión de los paneles, las figuras se vuelven cada vez más difíciles de decodificar y un desguace progresivo de la selva desemboca en un terreno árido, sin flujo ni vida: el orden natural pierde y se extingue frente a estos cuerpos adulterados. El anteúltimo lienzo está montado sobre uno de los vértices de la sala, quedando así ligeramente separado de la pared y provocando en el espectador una sensación intimidatoria. Tanto el espacio vacío detrás del panel como los objetos que pululan por la habitación deberían ser considerados como una extensión prostética de la pintura, no porque le haga falta una prótesis (no está lisiada), sino porque la pintora encuentra en estos recursos la manera de infundir corporalidad como un antídoto frente a lo artificial que puede resultar un cuadro, una muestra, una galería de arte. Increpa físicamente al visitante y organiza un terreno de aguante frente a la orientación fatalista de sus propias preocupaciones como artista y como sujeto político. De todas formas, el lenguaje pictórico de Minoliti se encuentra en un estado de plenitud tal que consigue exceder por mucho cualquier cavilación que pueda llegar a provocar. Playroom termina siendo, ante todo y principalmente, una obra digna de verse.

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Adriana Minoliti
Playroom
En Daniel Abate Galería (Pasaje Bollini 2170, CABA).
Hasta Diciembre.

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