“Polesello Joven 1958–1974” en el MALBA

Los Inrockuptibles
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5 min readSep 22, 2015

“A lo largo de la vida, uno empieza a darse cuenta de que todo se estira, todo se expande, todo se ablanda, todo se deforma”, decía Rogelio Polesello hace unos años en una entrevista televisiva. Y la exhibición que presenta el MALBAPolesello joven 1958–1974– lo demuestra a lo largo de ciento veinte obras en cinco salas: las primeras dos décadas de actividad del pintor y escultor dan cuenta del sólido comienzo de una trayectoria que se expandió, creció y se “deformó” de un modo magnífico a lo largo de cincuenta y seis años. Con curaduría de Mercedes Casanegra, la muestra es el fruto de una exhaustiva investigación encabezada por Victoria Giraudo, Verónica Rossi y Josefina Barcia durante más de dos años –y que recibió en su momento la entusiasta colaboración del propio Polesello.

Es difícil, al ver la madurez de sus primeras obras, a fines de los 50, recordar que están firmadas por un muchachito de veinte años. Pero es aún más llamativo, al tomar cualquier obra de los últimos años, confirmar el diálogo, la coherencia de sus preocupaciones y ese ánimo de exploración que comunica a las piezas entre sí a través del tiempo.

Es difícil, al ver la madurez de sus primeras obras, recordar que están firmadas por un muchachito de veinte años. Pero es aún más llamativo, al tomar cualquier obra de los últimos años, confirmar la coherencia de sus preocupaciones.

Y es que todo o, mejor, lo más importante, la mirada, ya estaba desde el inicio. Hay una fábula de origen. Polesello cuenta cómo, sentado en la cocina de su infancia, espera que se le ocurra un tema con el que poder incursionar en la pintura hasta que, un día, un rayo de sol atraviesa la ventana y se refleja de un modo maravilloso, descomponiéndose en miles de colores. Ahí estaban la luz y el hedonismo de los sentidos que lo guiarían a lo largo de toda su carrera. Se sumó, también, el encandilamiento con la obra de Victor Vasarely, a quien descubrió por una muestra en el Museo de Bellas Artes.

La exhibición del MALBA presenta sus primeras composiciones en témpera, tintas, óleos y monocopias de fines de los 50, más cercanas al abstraccionismo geométrico, para pasar después a sus experimentaciones con pistola de aire y chapas –entre las que se incluye una inmensa pieza nunca antes exhibida, Signos de arena (1960/66)– hasta llegar a su incursión en la gráfica, el diseño textil e industrial y a sus famosos acrílicos, su verdadero salto a las agitadas aguas del pop.

Polesello

Como animales bajos y opacos, por las salas hay vitrinas dispersas de cuyas entrañas sube un valioso material de orden contextual, histórico y teórico. En una de ellas, por ejemplo, se lee un ensayo de Oscar Masotta sobre Polesello, en el que observa “un detenimiento del impulso infantil por ver qué hay en el ‘fondo’ o en el ‘adentro’ de las cosas”. Quienes puedan sustraerse por un momento de la fascinación visual que generan los colores y el manejo del ritmo en el plano, accederán a través de este material a los restos de una época maravillosa, fresca, provocadora; una época en la que lo nuevo no consistía en una lógica de descarte sucesivo de novedades, sino en la conquista de lo verdaderamente inexplorado.

Y esta conquista se efectuó a través del juego y la libertad para fusionar disciplinas: su utilización de medios industriales para crear obras en serie –“Pinto con tramas, retículas, plantillas, sopletes, pinturas industriales”– y su incorporación del acrílico suponen el paso definitivo al arte óptico, del que es uno de los mayores representantes de América Latina. Esa conquista es, en definitiva, la conquista de la realidad a través de la mirada, nada debe quedar fuera de ella. Polesello diseña las tapas de revistas como El arte de tejer o Tiempo de Cine, proyecta sus obras sobre cuerpos de modelos y hace tapices, entre muchas otras áreas en las que derrama su obra. Bajo otra vitrina, en Transacrílico, el artista afirma: “Las planchas lenticulares de acrílico pulido con las que estoy experimentando ahora […] se convertirán en paneles decorativos, en objetos con los que se convive inesenciales y al mismo tiempo esenciales, y quienes miren a través de ellos verán el mundo bajo una nueva luz, con una nueva óptica. No creo que el artista moderno deba plantearse como una finalidad transmitir mensajes: [debe] proponer una ampliación, una extensión del mundo”. Y esa ampliación del mundo incluye al espectador para que a través de esas placas de acrílicos deforme su mirada, su modo de ver y de verse; como una invitación a actuar con la mirada bajo una luz, una forma nueva.

Polesello

En la última sala, plagada de tótems de acrílico, lupas deformantes, paneles de colores brillantes y pinturas de un equilibrio y dinamismo inquietantemente perfectas, surge la pregunta por el parentesco de estas piezas con tanta obra contemporánea abstracta, estéticamente complaciente y tan amiga del diseño. La respuesta se encuentra, de hecho, en la misma sala: estas obras generan una hipnosis, un encantamiento visual que retiene el avance, la valentía que supuso en su momento –tal como da cuenta un fascículo del Centro Editor de América Latina de la época, Las vanguardias al día, de Lidia Feldhamer– la declaración de la luz, el color y el juego óptico como temas válidos de la pintura. Estas obras perfectas, ágiles y divertidas fueron una de las formas de lo indócil y aún hoy transmiten ese vigor. La fuerza de una afirmación nueva es la que puebla estas superficies brillantes e interactivas, y no el confort visual de algo ya conquistado en una era de efectos (reflejos) ligeros y continuos. Porque lo que no es conquista es administración. Y el joven conquistador Polesello puede hablar con el último porque ambos han puesto en la mirada la masiva indocilidad de un orden alternativo: la estética.

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Polesello Joven 1958–1974
En MALBA, Av. Figueroa Alcorta 3415. Hasta el 12 de octubre
> malba.org.ar

Obras
1. Rogelio-Polesello.-Hexagono-1974–1975
2. Rogelio-Polesello.-Policromía-1968.-Colección-Banco-Ciudad
3. Rogelio-Polesello.-Policromía-1972

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