Reseña: dos libros nuevos de Martín Rejtman

En el flamante Tres cuentos, editado en simultáneo con Entrenamiento elemental para actores, el director y escritor Martín Rejtman lleva su poética lacónica hacia los límites del caos y el absurdo. / Por Hugo Salas. Foto Nicolás Goldberg.

Los Inrockuptibles
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5 min readJan 22, 2013

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Tres cuentos. Así de lacónico es el título del último libro de Martín Rejtman, que contiene, sin sorpresa, tres cuentos largos o nouvelles: “Este-Oeste”, “Eliana Goldstein” y “El diablo”. Después de todo, la tautología, la obsesiva coincidencia de la palabra con lo que nombra, las reiteraciones, lo redundante y ante todo la aparente incapacidad (tanto por parte de los personajes como de la voz que narra) de advertir lo discordante, lo inusual, lo inaceptable, lo inesperado –en síntesis, la sorpresa– constituyen una materia privilegiada del universo Rejtman (en cuyo caso, hay que decirlo, distinguir al escritor del cineasta resultaría por demás forzado, dadas no solo las coincidencias entre su obra fílmica y literaria, sino también la propia intención del productor, que no vaciló en dar un mismo nombre a su primer libro y a su primer largometraje: Rapado).

Tres cuentos, entonces, que ahondan la progresiva condensación anunciada ya en su trabajo anterior, Literatura y otros cuentos, cuya cifra de cuatro relatos contrastaba con la abundancia y superposición de piezas en Rapado o Velcro y yo, en cierto sentido colecciones mucho más disgregadas y fragmentarias. Desde luego, esto no significa que lo disgregado y la fragmentación no continúen allí, grabados en la escritura, como procedimiento y marca estilística constante, segunda cara de la moneda de lo abusivamente casual. Casi podría decirse que la impresión matemática y monocorde de su poética deriva directamente del doble juego entre un proceso de acumulación que avanza como si todo fuera lícito dentro de una extraña lógica (de allí la falta de sorpresa) y la consiguiente descomposición que se abre hacia el interior de la serie como resultado de esta “insensible” acumulación, que en estos cuentos el autor lleva al límite de lo absolutamente improbable y descabellado.

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Los personajes deambulan con un registro escaso de sus necesidades y deseos, condenados a establecer vínculos casi como resultado de combinaciones accidentales que impregnan todo de un desasosiego cruel.

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En “Este-Oeste”, por ejemplo, el padre de la protagonista se va a vivir a Mendoza con una mujer chilena que conoce en el shopping en un viaje en que ella aprovecha el cambio favorable para los chilenos. Unos doce años más tarde, convertida ya en una adolescente (tras años sin verlo), descubre a su padre en las calles de Buenos Aires, con otra mujer; al recepcionista del hotel en que se alojan, su padre le parece uno más de los tantos turistas chilenos que aprovechan –otra vez– el cambio favorable. El resultado de todo ello no será el reencuentro familiar, sino el comienzo de una relación entre la joven y el recepcionista, que en mitad del relato se va a vivir a los Estados Unidos, duplicándose allí, entre Idaho y California, la tensión Este-Oeste que antes sostenían Buenos Aires y Chile (y de manera indirecta, América Latina y Europa), lógica de dos términos que se reitera, a su vez, en las dos partes que componen el relato, sus respectivos protagonistas e incluso los géneros mujer-hombre, por citar sólo algunos pares.

En estos sistemas de yuxtaposición que resultan, alternativamente, tan absurdos y humorísticos como engorrosos y exasperantes, los personajes deambulan con un registro escaso (por no decir nulo) de sus necesidades y deseos, condenados a establecer vínculos casi como resultado de combinaciones accidentales que impregnan todo de un desasosiego cruel. Así, en “Eliana Goldstein”, el protagonista y narrador se decide a proseguir una relación sentimental solo porque la chica en cuestión, cuyo nombre al principio ni siquiera recuerda, consigue una marihuana que le permite tolerar a su vecino pianista que practica a toda hora. “El diablo”, por su parte, puede leerse como una sucesión interminable de vínculos de segunda mano, heredados por circunstancias y azares tan banales (ser amigos de la infancia) como desatinados.

Al igual que en el cine, en su literatura Rejtman labra todo este universo a partir de un lenguaje seco, estricto, casi descriptivo. La narración avanza con la misma insensibilidad y el mismo desapego que lo narrado. El suyo no es un minimalismo por refinamiento extremo, por una idea ascética de belleza formal, sino antes bien por despojamiento, por renuncia a cualquier aspiración de trascendencia, sumergido de allí en más en la paradoja que instaura una utilización falsamente ingenua de la lengua, como si creyera en la posible concordancia entre hecho y relato, en que las palabras refieran “solo” lo que ocurre. El caos y lo absurdo de los sucesos y las sucesiones son los encargados de poner en jaque esta transparencia, en un juego que los relatos de Tres cuentos llevan, como ya se anticipara, mucho más al límite que en cualquier incursión anterior, incluso al límite de lo verosímil (como ocurre con la desaforada reacción de una horda de rugbiers), instalando un aire inesperadamente familiar al de los cuentos de hadas, donde “como si nada” –léase: exactamente con el mismo tono, con la misma naturalidad– se cuenta que una niña es enviada a llevar una canasta a su madre, aparece un lobo, se la come, aparece un cazador, abre al lobo con un hacha y la niña sale de pie. Al igual que aquellos relatos falsamente ingenuos, los Tres cuentos de Rejtman son piezas eminentemente “filosóficas”; vale decir, de ideas.

En tal sentido, su edición se complementa con la de Entrenamiento elemental para actores, del propio Rejtman y Federico León, libro del telefilm que realizaran juntos en el contexto de la producción especial de Canal 7 para el bicentenario (película que, sin embargo, nunca llegó a estrenarse en el contexto de ese ciclo sino mucho después, de manera independiente y original: en una sala de teatro). En él, se muestra de manera falsamente documental la práctica de un profesor de teatro que hace algo tan discordante como impredecible (y al mismo tiempo, rigurosamente “lógico”): impartir a un grupo de niños clases de teatro no infantil ni infantiles, sino bastante complejas y esotéricas. Curiosamente, el libro no reproduce el guión original, sino que lo convierte en relato, como si se tratara de una perversión paródica –por lo despojada y escueta– de ese género espantoso de invención estadounidense, las novelizaciones (es decir, textos que convierten en novelas los guiones de películas exitosas). El resultado es un texto que se deja leer con singular beneplácito, aun por aquellos que no hayan tenido la feliz oportunidad de ver el telefilm, y que a su vez muestra una cara más ligera y luminosa del mismo procedimiento tan humorístico como doloroso y angustiante que impregna Tres cuentos.

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