Reseña: El Tiburón Diablo, de Camila Torre Notari

En su nuevo libro, Camila Torre Notari se lanza a una aventura sangrienta y salvaje con un tiburón y tres amigas como protagonistas. / Por Juan Manuel Domínguez

Los Inrockuptibles
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3 min readNov 3, 2013

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En los Estados Unidos, esa tierra fascinada por los alimentos fritos y conscientemente grasosos, la pesca pop del día se reduce a una sola criatura: ni zombies, ni paradigmas en calzas del mito del héroe, ni Miley Cirus. La sonrisa sardónica que solo la clase B puede generar corresponde a la dentadura que el tío Spielberg nos marcó a fuego en las retinas: el rey es el tiburón. Ya sea la Shark Week de Discovery, que se ha convertido en moda documental trash en el país del norte, o la reciente pop explotation de Sharknado!, el telefilm clase C (diseñado para asemejar esos híbridos cormanianos al sumar tiburones y un tornado y hacer que lluevan reyes del océano sobre actores oxidados en plena urbe), las obras tiburonas no saben salir de ese grillete gentileza del tío Steven: o se escabullen poniéndose raquíticas de sentido o resisten el apriete del relojito suizo de Spielberg. Al menos hasta El Tiburón Diablo, el nuevo libro de la renacentista Camila Torre Notari, historietista (con su fanzine Pulp, el Grillo, sus participaciones en otros fanzines latinoamericanos y su Blogui Comics online ­desde 2006­), serigrafista, diseñadora gráfica (para NAH!) y parte de la organización Viñetas Sueltas.

Editado por Burlesque, El Tiburón Diablo vuelve, traviesamente, a esos modos de relato asociados a una inocencia involuntaria pero que, diabólicamente, afilan sus dientes en ciertos gestos ultrapop modernos (sin querer queriendo): Torre Notari arranca, aleta en alto, mostrando una falsa autobiografía (¿se mastica al género más molesto de hoy día?) para contar el viaje de tres amigas (ella es una de las aventureras, las otras dos son compañeras de trabajo en la vida real) a la Isla de la Reunión. Apenas llegadas, coqueteando con modos berretas pero nutritivos de género (de esos que hoy causan risa antes que preocupación), las amigas van a la playa y encuentran a un niño sonriente que les muestra en alto un brazo humano adulto, desprendido, sangrante, feroz. A partir de allí, El Tiburón Diablo, de una forma que por simple no deja de ser encantadora, se asemeja a Hora de aventuras y su apto para todo sentido de la inventiva: parece Frutillitas pero filmada por Roger Corman. Camila Torre Notari dice: “Estoy pensando de dónde salió eso de poner sangre y partes del cuerpo. Por un lado, empecé a dibujar esas cosas después de intentar ver la película The Human Centipede (a la cual hice referencia en Chicasco, que es como la precuela de El Tiburón Diablo). No la pude ver porque me daba demasiado asco. Pero me aburre cuando en las películas ‘normales’ no muere gente: una película gore tiene eso al extremo. Y este cómic también”.

De todas las formas del cómic nacional, casi ninguna es tan salvaje, linda y relajada en sus intenciones como El Tiburón Diablo, la mejor aventura cormaniana self-made y juguetona posible. Una película de playa de los años 50 hecha historieta en Buenos Aires hoy.

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El tiburón diablo

Camila Torre Notari
El Tiburón Diablo

(Burlesque) 96 páginas

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