Reseña: La gran ventana de los sueños, de Fogwill

El primer libro póstumo del autor de Vivir afuera es un compendio de textos breves de raigambre onírica. / Por Mario Nosotti

Los Inrockuptibles
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3 min readJul 16, 2013

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Si hay algo que los sueños piden, para burlarse inmediatamente de nosotros, es que los interpretemos. Y no porque no sea plausible destilar un sentido, sino porque cualquier esquema explicativo se muestra, tarde o temprano, insuficiente. Siempre hay otra faceta, otro desdoblamiento que impide detener el movimiento de los sueños. Contar un sueño es traicionarlo –“las palabras estropean cualquier significado que uno pretenda transmitir” — pero vale la pena hacerlo, sobre todo si es Fogwill quien traiciona o traduce o simplemente inventa, captando en su escritura la corporeidad que late en su materia inspiradora.

En principio, cuando hablamos de sueño siempre hablamos del relato de un sueño. Sin recuerdo, es como si este nunca hubiese existido. Pero incluso antes de eso, Freud dejó bien en claro que el contenido del sueño es ya la traducción de algo, un pensamiento transferido a un lenguaje –esencialmente visual– que con su propia lógica y leyes de articulación le permite expresarse aunque sea enmascarado.

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Durante muchos años y hasta el final de su vida, el autor de Lo dado anotó apuntes de sus sueños en cuadernos breves. No sabemos cuánto tiempo después los escribía y seguramente reversionaba, contaminándolos con nuevas ideas, asociándolos o derivando en nuevos sueños.

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Pero hay una segunda traducción, cuando poco antes de despertar o inmediatamente después (en el esfuerzo por recordar el sueño), los sueños se recomponen para darles la forma de un relato mínimamente inteligible. Ahora bien, escribir ese sueño implica otro desvío, ya que el recuerdo muta por medio de la materialidad de la escritura; “como en la producción de sueños, en el relato del sueño interviene la memoria, en comercio con las reglas del arte de narrar”. El método narrativo de Fogwill corrompe la interpretación freudiana basada en las asociaciones libres del soñante: la memoria, el olvido, la invención y el recuerdo se mezclan con la desmesura y con la precisión propias del francotirador que conocemos.

Durante muchos años y hasta el final de su vida, el autor de Lo dado anotó apuntes de sus sueños en cuadernos breves. No sabemos cuánto tiempo después los escribía y seguramente reversionaba, contaminándolos con nuevas ideas, asociándolos o derivando en nuevos sueños. Inevitablemente, el paso del tiempo hace que la naturaleza de los sueños cambie, lo mismo que la descomposición programada en los cuerpos del cementerio que aparecen en el texto “La terracota”. Por eso, más que narrar un sueño, la mayoría de los textos crea dispositivos narrativos que incluyen desde apreciaciones técnicas sobre lo onírico (no hay olfato ni diálogo en los sueños; no se sueña con música) hasta teorías sociales, políticas y económicas, enlazando registros y saberes diversos. Estas vinculaciones se dan dentro de cada texto pero sobre todo en el desplazamiento de un texto a otro, como eslabones de una cadena asociativa que va ajustando y extendiendo el sentido, poniendo en evidencia el trabajo de Fogwill por producir una artefacto orgánico –“obra del sueño u obra del dueño” — y no una mera colección dispersa.

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RODOLFO FOGWILL
La gran ventana de los sueños
(Alfaguara) 144 páginas

Foto: Ricardo Ceppi

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