Reseña: Wakin on a Pretty Daze, el nuevo disco de Kurt Vile

El pelilargo de Filadelfia ya no es un desconocido para nosotros. Primero fue Smoke Ring for My Halo, hermoso disco que lo sacó del anonimato a fuerza de canciones que le debían tanto a Neil Young como a Dinosaur Jr., y luego una visita a Buenos Aires el año pasado compartida nada menos que con Thurston Moore, en la que descubrimos que esos temas casi acústicos también podían funcionar con la intensidad de una banda de rock. Wakin on a Pretty Daze tiene un poco de las dos cosas. Su paleta sonora es definitivamente eléctrica, y las guitarras se dividen entre muy limpias y muy brumosas, generando un clima agradable pero extraño, luminoso pero no del todo conocido, como esas horas de la madrugada en las que el tiempo parece pasar de otra manera, más lento. Eso es exactamente lo que sucede con la mayoría de estos once temas: duran seis, siete, ocho minutos sin que lleguemos a darnos cuenta. Una vez que nos meten en su loop, podrían durar un día.

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Kurt Vile es un trovador lánguido que se mueve en slow motion, pero esta vez logra romper con la intimidad y la claustrofobia de su álbum anterior para lograr un sonido mucho más libre, más espacioso, más accesible. Lejísimo quedó el lo-fi de sus primeros discos: esta es su versión apta para todo público y se lo nota comodísimo. Por su voz desganada y su parsimonia para rasguear las cuerdas parece que hiciera las canciones sin el mínimo esfuerzo, como si simplemente se colgara la guitarra y empezara a tocar melodías soleadas sobre una base de rock americano clásico, en trance, imitando a Bruce Springsteen pero después de haber fumado mucho porro. Su gran virtud es la de hacernos caer en ese engaño, como hechizados, hasta terminar levantando la cabeza al final de los setenta minutos que dura Wakin on a Pretty Daze para preguntar sorprendidos: “¿qué pasó? ¿Ya terminó?”. / Por Lucas Garófalo

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KURT VILE
Wakin on a Pretty Daze
(Matador)