Sala de ensayo: “Eight Miles High”, de The Byrds

Los Inrockuptibles
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2 min readFeb 3, 2016

Grabada hace cincuenta años en los estudios RCA, un 22 de diciembre de 1965, “Eight Miles High”, de The Byrds, marca para muchos el kilómetro cero de la psicodelia. La memorabilia rockera suele redundar en lo colateral: que la canción alude al primer viaje del grupo a Londres; que high refiere a la altura en vuelo del avión, pero su double entendre alucinógeno les valió la censura y la caída en desgracia de los charts; que la música derivó de escuchar a Coltrane y Ravi Shankar durante un tour norteamericano…

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En realidad, si se trata de hechos fácticos, la primera canción que responde a cada uno de los síntomas psicodélicos es “See My Friends”, de The Kinks. Grabada algunos meses antes, en abril de 1965 tras un tour por Asia, la canción introdujo un (entonces) inusual entretejido de guitarras que evoca al drone de la tanpura, mientras la melodía nasal recoge el canto de pescadores de Bombay que tanto llamó la atención de Ray Davis en aquella gira. Dos años más tarde, Beatles y Pink Floyd terminarían poniéndole yerra al movimiento, con clásicos que son pináculos del género y otros que, simplemente, son tonadas revestidas de confeti (una frecuente objeción a la psicodelia de, entre muchos, el propio Ray Davies, que paradójicamente habría sido su iniciador). Situada en el tiempo entre ambas aristas, geográficamente enfrentada, como suele decirse, al otro lado del Atlántico, “Eight Miles High” se erige como rara avis, incluso, para la carrera de The Byrds. Es este fenómeno furtivo, adecuado a la expresión inglesa one-off, el que resulta inasible, casi ajeno para el canon de la crítica.

Si bien los cinco primeros álbumes de The Byrds son musicalmente más avanzados que los de sus pares británicos, con esa aritmética visionaria de Mersey beat más lamento dylaneano, más country & western, más jazz modal, improvisación y (sobre todo) torrentes de electricidad, nada prepara para (ni se compara con) la volcánica erupción de los tres tonos de Rickenbacker, casi un grito de guerra, en la introducción de “Eight Miles High”. Y después, los freak outs que buscan al espíritu de Coltrane, y seguidamente (con una naturalidad inimaginable en otras manos) las celestiales armonías vocales, elevándose como un simulador de vuelo, hasta acabar en un vendaval de ruido blanco.

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=ZCSzxkbMri8[/youtube]

La destreza y la visión de “Eight Miles High” (para poner en contexto su dimensión, grabada en sincronía con el Rubber Soul beatle) encontraría progenie en los grupos de San Francisco, la progresiva inglesa y la no wave de Nueva York. ¿Pero dónde quedó, después de tantos años, la honda melancolía que atraviesa al grupo en ese vuelo imaginario? Como las obras de Stockhausen del mismo período, la canción es una supernova que siempre estalla por primera vez, y en cada explosión libera nuevos mundos.

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