“Skeleton Tree”, de Nick Cave & The Bad Seeds

Los Inrockuptibles
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5 min readOct 5, 2016

No es tarea fácil escuchar Skeleton Tree. En especial, porque la previa viene cargada de un sentido que puede modificar la experiencia. La historia fue contada mil veces, pero resulta ineludible para asimilar el nuevo disco de Nick Cave: a mediados de 2015, Arthur, uno de los hijos mellizos del músico, de quince años, murió accidentalmente al caer de un acantilado en Brighton, producto de un mal viaje de ácido. Cuando esto ocurrió, la realización del disco estaba avanzada.

Es indiscutible cómo un hecho de esa magnitud puede modificar la vida de cualquiera. Y es lógico especular que también puede transformar la obra de quien sufre esa pérdida. Así, darle play a Skeleton Tree es activar el radar en busca de señales, alusiones o referencias directas a un duelo personal. Es, en definitiva, precipitar el morbo, forzar un significado que está innegablemente condicionado por la sospecha de cuánto de lo que escuchamos es producto del dolor, cuál es el sonido real de la tragedia. Y esa exploración incómoda choca con hechos concretos. El primero, categórico, es que no hay textos en las ocho canciones que se refieran de manera explícita a la pérdida de un hijo, ni a la muerte de un ser querido. Por otro lado, sabemos que Nick Cave sitúa la muerte como uno de los temas centrales de su lírica, una obsesión que atraviesa toda su carrera, que lleva casi cuarenta años. Pero sus relatos de crímenes y épica fúnebre forman parte de su mundo de ficción, del que elige escapar cuando quiere. Esa dinámica, aunque obvia, la explica el propio Cave en 20.000 Days on Earth, el documental de 2014 que registraba momentos de la grabación del disco Push the Sky Away, cuando cuenta cómo pasa de la oscuridad de sus ficciones a las horas cotidianas junto a su mujer y sus hijos (ver hoy la breve escena en la que mira televisión con ellos, mientras se oye a Al Pacino en una escena mítica de Scarface, es insoportable). Pero otra vez el morbo: pensar en qué pasará por la cabeza de un tipo al que la ficción y la realidad se le articularon de golpe en algo que puede ser la misma cosa, donde hay muerte trágica, pérdida, duelo, pesar, oscuridad. Como en tantas canciones. Y, otra vez, la tentación de encontrar pistas. Un malestar que se amplifica si además hurgamos en las páginas de La canción de la bolsa para el mareo, el libro escrito antes del accidente pero editado después (ver Portfolio en la edición de octubre de la revista), donde el primer relato habla de un niño al borde de un abismo. Y ni hablar si en el afán de capturar premoniciones llegamos a un título como The Firstborn is Dead. No hay sentido.

La voz en off que el propio Cave enuncia para conducir 20.000 Days on Earth afirma también: “La canción es heroica, porque confronta la muerte”. Así, la idea del arte como antídoto, aunque remanida, transforma a Skeleton Tree en un disco de superación (quizá ese ánimo llevó a Cave a invitar a Andrew Dominik a realizar One More Time with Feeling, el documental sobre la realización de este disco, una película que encuentra un valor extra al sumergirse en el trauma). Se puede pensar en que hay un valor en atravesar un duelo sin explicitarlo, en transmitir un dolor profundo sin gritarlo; en confrontar la muerte, en definitiva. Porque, como siempre, están los relatos sobre estar al borde, con personajes que caen del cielo, que ya no están y que se extrañan (casi siempre en la figura de amantes, aunque no podamos evitar pensar en que se trata de otra cosa), lágrimas, sangre, y ganas de no estar más. Y está la música, que no es un dato menor.

Desde que Warren Ellis entró oficialmente a los Bad Seeds en 1994, para colaborar en Let Love In (estuvo presente en los conciertos de noviembre de 1996 en Buenos Aires), fue tomando poco a poco un gran protagonismo, pasando de ser el histriónico barbudo que hacía chirriar su violín mientras se contorsionaba hasta convertirse, hoy, en la mano derecha del propio Nick Cave, relegando a un segundo plano a Blixa Bargeld y a Mick Harvey, dos pesos pesados en el corazón de la banda, colaboradores históricos que terminaron abandonando a su amigo y líder. No podemos aventurar que exista alguna relación entre la incorporación de uno y la salida de otros (Mick Harvey es el único que no participa de 20.000 Days on Earth, y la película da cuenta de una fuerte amistad entre Ellis y Cave), pero lo que está claro es cómo, al moverse las fichas, la música de Cave se fue orientando cada vez más hacia nuevos terrenos. No es menor el dato: durante la última década, Nick Cave y Warren Ellis compusieron codo a codo ocho bandas de sonido, en paralelo con el trabajo de los Bad Seeds, más los dos discos de Grinderman, la otra banda que formaron para “descansar” de los Bad Seeds. Con todo, da la sensación de que el dúo se consolidó en una colaboración que transformó, por supuesto, la manera de encarar las canciones de Cave. Sin ir demasiado atrás en el tiempo, el contraste entre los discos de los 90 de los Bad Seeds y estos últimos es muy evidente. Mientras que en aquellos los arreglos (hechos por Harvey en un 99 %) le daban a las canciones una estructura algo “pop” (entendiendo por esto una clara dinámica entre estrofa y estribillo, con intención melódica), los últimos discos parecen más una extensión del trabajo que el dúo realiza en los soundtracks (notas sostenidas, cambios de intensidad, climas mántricos, y la voz de Cave flotando, donde la mayor parte del tiempo el canto se transforma en spoken word). Hay un dato que es concluyente: a partir de Push the Sky Away, su disco anterior, todas las canciones están firmadas por Nick Cave y Warren Ellis. Jamás en la carrera de Cave todas las canciones de un disco habían compartido autoría.

Lo cierto es que esta nueva música, con sus cambios de intensidad orquestales y su pulso aletargado, inventa el traje adecuado para un trabajo que se entiende como un disco de duelo, o al menos como el sonido de un momento de fuertes tormentas internas (“algunos dicen que es solo rock’n’roll, pero se mete bien dentro de tu alma”, cantaba Cave en la canción que le daba título a Push the Sky Away). Skeleton Tree es, entonces, un disco inevitable. La música de alguien que, en su madurez, sigue creando una obra a la altura de su legado. Que los mejores discos del año sean los de Nick Cave y David Bowie quizá no es casualidad.

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Skeleton Tree

Nick Cave & The Bad Seeds
Skeleton Tree

(Bad Seed Ltd)

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