Soy leyenda: 80 años de Superman

Superman, el primer superhéroe, nació en 1938, cuando se publicó el número uno de la revista action comics. Ochenta años después, distintos especialistas en El hombre de acero, desde el dibujante y guionista que decidió su muerte hasta el cineasta que consiguió hacerlo volar en la pantalla grande, nos dan detalles del mito que dio el puntapié inicial a la Edad de Oro de los cómics.

Los Inrockuptibles
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9 min readApr 18, 2018

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Por Juan Manuel Domínguez

Grant Morrison escribió la frase más enamorada de los superhéroes de la que haya noticias. En el libro Supergods: héroes, mitos e historias del cómic (2011), Morrison dice: “Antes de ser una bomba, la bomba atómica fue una idea. Superman, sin embargo, era una idea mejor, más rápida y poderosa”. El amor de Morrison, guionista supernova del género, tan canchero, sentido y orate como el absurdo superhéroe podría permitirlo, le da la espalda, como hiciera Alan Moore en los 80 y siempre, al gordo de los cómics de Los Simpsons. Les dice “no” a quienes ven el género como algo sólido, un albúm de figuritas de mármol que será siempre rancio chicle lúdico y masticable de inmaduros e invasiones de status quo. Pero también les dice “no” a quienes pretenden imponer “über valores” y perder ese músculo chicloso del género, para validar la vida, muerte y resurrección, los pasos zombi y la nueva vida de los súper en el magnum cultural de los últimos 80 años.

“La esencia de Superman es el hombre. El man es mucho más importante que el Súper.” (John Byrne)

Morrison entiende en la frase a esos personajes que comenzaron en 1938 y generaron una legión de hombres y mujeres en calzas, capas, aviones invisibles y batimóviles, además de textos de Umberto Eco, Alejandro Dolina, Jonathan Lethem, Jerry Seinfeld y Quentin Tarantino sobre su paso por nuestras manos.

Hay un átomo crucial en la frase de Morrison. Su amor de rayos X entiende la expansión ridícula pero real del género, cómo desde aquellos primeros superpasos “ganacentavos” se llegó a los milles de millones que hoy funcionan de engrudo para que Hollywood se sostenga en pie. Pero hay que ser sinceros con el átomo y con quienes pueden destruirlo a voluntad: Morrison habla de una idea. Habla del Big Bang, de aquel sujeto que en la tapa de Action Comics #1, en 1938, con solo levantar un auto logró que explote en añicos y para siempre lo que era el relato industrial pop y sus posibilidades. Habla de terrícolas, de Superman. Y sería imposible no hacerlo.

Action Comics #1000

Hoy, 2018, Superman llega al número #1000 de Action Cómics, y DC lo celebra con un meganúmero donde hay hasta una historia inédita de Jerry Siegel y Joe Shuster, los creadores que vendieron en su momento el personaje por apenas 130 dólares. A los ojos de la historia, de los miles de millones generados por Superman, suena a dos bobos letales regalando la fórmula de la vida eterna por unas habichuelas mágicas. Pero es la prueba exacta de la más elástica de las verdades que cubre a este tipo de personajes: son el resultado del eterno forcejeo entre los dueños (la empresa) versus los artistas que los crearon sin saber de las posibilidades billonarias de sus juguetes (sobran creaciones paupérrimas de los mismos Siegel y Shuster, traiciones/humillaciones por parte de DC y, hasta hace poco, victorias por parte de Siegel y Shuster). Pero mal que le pese a la familia Wayne, ningún superhéroe es Superman.

“Hoy como ayer puedo decir que nunca me sentí cómodo con Superman como personaje. Sobre todo en el cine. Los personajes míticos me preocupan porque lidiar con un ser invencible implica encontrar maneras de hacerlo mortal. Y encima hay que devolverlo prácticamente sin modificar al estante del pop del cual lo sacaste. En las películas eso nunca se me hizo fácil o satisfactorio.” (Richard Lester)

Superman define el género en formas que terminan siendo nucleares a su origen y desarrollo. En el comienzo, era el héroe creado por dos hijos de inmigrantes de Cleveland (como lo eran Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko y casi toda una camada de los creadores de estos personajes). Superman aunaba un rejunte de relatos sueltos (no es tanto la idea luminosa de UN personaje, como muestran varios sujetos súper de la época), una tragedia personal (Siegel, creador de la frase “más rápido de una bala”, había perdido a su padre en un asalto a mano armada) y el traje. Ese traje: el de los calzones arriba de los pantalones que usaba con los colores de la bandera de los Estados Unidos. Algo que no era, gracias al Capitán América, tan raro, y que mostraba que estos creadores querían fundar una Súper América, una nueva identidad: la del visitante que definía el estilo de vida americano. Superman es la victoria, involuntaria, en un primer instante, del diseño que busca crear identidad antes que nada, de la lectura del zeitgeist como motor de la configuración de un mito explotable. No por nada enseguida el kryptoniano se convirtió en merchandising, en otro título de cómics (y decenas de títulos), en una familia de personajes, en el ícono a copiar/alterar/idolatrar, en programa de radio, en musical, en serial, en películas, en videojuegos y así la lista cuasi infinita que mapea todas las formas que un producto puede asimilar. Además, claro, de ser el logo más reconocible de la historia.

Lo fascinante de Superman delante y detrás de esos mil números, de todas sus mutaciones a través de los años, de sus diferentes autores, es como ha sabido convertirse (aunque no le quedaba otra) en la convergencia de los mitos americanos. No solo es el mito fundacional, la piedra basal de la vida pop de una industria que llega a su gran guiñol con el estreno este mes de Avengers: Infinity War (OK, es Marvel, pero aún así…). Sin Superman no hay nada: no hay Batman, no hay héroe a la Norman Rockwell, no hay Michael Chabon, no hay Wonder Woman, no hay Spider-Man, no hay cine enorme, no hay, directamente, industria del cómic. Superman es Hollywood clásico (¿qué otra cosa es Clark Kent si no un agente del caos del screwball?), es Cary Grant, es Elvis (el del 68, claro), es John Wayne, es John Dos Passos, es Jung, es Campbell, es Morrison, es Alan Moore. Es un McJesús como nunca existió otro. Poco importan los Hércules o las semideidades que se puedan citar como referencia. El mismo Morrison lo deja en claro: “Cuando escribí Superman, fue como contemplar a Buda. Realmente me sentí elevado. Todo parecía más hermoso, más precioso. Batman es diferente. Trato de no meterme mucho en Batman, porque está loco y no quiero sentirme como Bruce Wayne”.

“Antes de ser una bomba, la bomba atómica fue una idea. Superman, sin embargo, era una idea mejor, más rápida y poderosa.” (Grant Morrison)

Como siempre, Morrison da en el corazón del planeta Superman. Dan Jurgens, guionista que se encargó en los 90 de la famosa “muerte de Superman”, es un hombre criado en la industria. Los fans y él sabían que esa muerte era otro gimmick, otro truco de magia editorial para ver si se podían seguir sacando conejos de la supergalera. Pero el resto del mundo paró el oído como no lo hacía desde que Christopher Reeve, en 1978, le había hecho creer al cine que Superman podía volar en serio. Y aun conociendo ese mundo, sus tics comerciales, la pasión que genera y sus reconfiguraciones durante décadas, Jurgens describe aquel momento en el que dibujó finalmente a Superman muerto de la siguiente forma: “No podría señalar un momento exacto, ya que son ideas que se hablan en reuniones editoriales, que se planean con años y que no son espontáneas. Eso te muestra su lado industrial. Sabían que iban a sacudir el mundo. Así como cuando publicaban Superboy, o cuando Alan Moore le puso fin a la era de Curt Swan. Tan solo lo sabían. Pero esta era la primera gran muerte estratégicamente diseñada para ser vendida como eso más allá de la tapa, más allá del fan. Aun sabiendo todo eso, cuando llegué a la última imagen, un desplegable de tres páginas con Lois Lane llorando sobre el cuerpo de Superman, sentí algo. Pude sentir fuera de la máquina, sentir que había hecho algo importante y que millones de ojos lo verían para siempre. No pude dejar de sentirme un poco conmovido.”

Pero hay un lado kryptonita en eso que dice Jurgens: desde hace décadas, salvo que uno siga en detalle al personaje (su mejor historia jamás fue creada entre 2005 y 2008, el All Star Superman de Grant Morrison y Frank Quitely), funciona más como mito que como personaje. Darle relevancia narrativa en los últimos veinte años, sea en la página o el cine, implica explorar sí o sí el mito. Ya no hay inocencia, y ya no hay posibilidad de sorpresas visuales (antes, los poderes dibujados –volar, levantar autos– eran el equivalente a un efecto especial hoy hecho por computadora, pero después el fanatismo ganó y devino esencia del género). En el salto evolutivo hacia el cómic canchero, que usa el mito como baticueva, Superman se convirtió en el boyscout, en el faro de luz bienhechor que era más inverosímil que nunca (Frank Miller lo hace en el universo del Dark Knight, del Batman cincuentón que vuelve al batiempleo en 1986, un nada simpático aparato represivo del gobierno americano, y en 2017, con un estoico héroe como ya no los hay). Entonces, Superman como una reliquia, o como taladro metatextual de la historia del medio en los últimos 25 años. Pero la trampa de esa creencia es que siempre fue así. Richard Lester, director de Anochecer de un día agitado (es decir, The Beatles, el tercer gran mito moderno después de Superman y la religión) y de Superman II y Superman III, cuenta precisamente eso: “Siempre fue así. Hoy como ayer puedo decir que nunca me sentí cómodo con Superman como personaje. Sobre todo en el cine. Los personajes míticos me preocupan porque lidiar con un ser invencible implica encontrar maneras de hacerlo mortal. Y encima hay que devolverlo prácticamente sin modificar al estante del pop del cual lo sacaste. En las películas eso nunca se me hizo fácil o satisfactorio.”

Sin Superman no hay nada: no hay Batman, no hay héroe a la Norman Rockwell, no hay Michael Chabon, no hay Wonder Woman, no hay Spider-Man, no hay cine enorme, no hay, directamente, industria del cómic.

John Byrne, autor clave de los 80 y responsable del primer gran y oficial reciclaje del personaje en el año 1986, lo dice cortito y al pie: “La esencia de Superman es el hombre. El man es mucho más importante que el Súper.” Paul Levitz, editor histórico retirado de DC Comics, guionista y hasta autor de libros sobre Superman para Taschen, cree entender lo díficil del personaje: “Creo que la esencia de Superman es lo relevante. La cuestión fundamental es el poder, y cómo alguien que lo posee en una cantidad absurda elige hacer el bien en el mundo. Ese dilema es siempre humano, todos queremos que vean a través de nuestro Clark Kent para encontrar ‘lo Superman’. Es una idea de superación, de optimismo. Es una forma de humanismo que el propio medio desconocía que podía generar.” Superman se convierte, entonces, en la antítesis del capitalismo que lo generó. Ese pequeño rincón del personaje, que es su centro gravitacional, su alma lúdica, su vida orgánica como relato, está siempre ahí, indefinible pero también irreductible. Por eso Superman puede ser un grito rebelde o una confirmación de status quo, puede ser modernización o fosilización. Por eso, como pocos objetos, sobrevive a quienes pasan por él o a los lugares por donde pasa. Sea Grant Morrison, Joe Siegel, Joe Shuster, Curt Swan, John Byrne, Zack Snyder, Richard Donner… O sea: en el cine, los videojuegos y la televisión hay algo que resiste. Y es algo que, obvio, Morrison define porque Superman vale hoy mucho más que ninguno de sus pares: “En el mundo de hoy, hay un clima generado por los medios para cultivar nuestros miedos, algo que nuestros líderes prefieren que sea así porque hace más fácil manipularnos. Hay hombre flojos, debiluchos, que se hacen los ‘duros’, incluso cuando todos sabemos que se están cagando encima. Un mundo donde la medida de nuestra fuerza moral ha llegado a verse reflejada en las imágenes extremas que podemos llegar a ver y soportar. En ese mundo, donde me dicen, y yo no lo dudo mucho, que todo se está yendo a la mierda, la verdadera travesura, la real rebelión punk es un gruñido de optimismo como forma alternativa de decir ‘Fuck You’. Un optimismo violento frente a la evidencia concreta de que todo lo contrario es la forma alfa de furia por estos días. Realmente asusta a la gente.”

Action Comics #1000
(DC Comics)

> dccomics.com

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