Stanisław Lem y el futuro que vino

Los ensayos filosóficos del autor de Solaris sobre la tecnología y la naturaleza humana son piezas clave para decodificar sus grandes novelas de ciencia ficción.

Los Inrockuptibles
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5 min readMar 12, 2018

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Por Luciano Lamberti

Foto Aleksander Jalosinsk

Summa Technologiae se propone desde el título como una operación imposible: la de escribir una summa, la de reunir en un solo volumen todo el conocimiento sobre la “técnica” en esta etapa de la humanidad. También la de proyectar, a partir de ese presente, las posibilidades futuras del estado de la tecnología en la época en la que fue editado el libro (la primera edición es de los años sesenta). Esto conlleva su propia ridiculización, como cualquier intento de predecir el futuro, y Lem comienza el libro atajándose en ese aspecto: “Debería hablar del futuro”, dice, pero de ahí en adelante se propondrá más bien hacer una historia de la tecnología, con mucho de presente y algunas tímidas pinceladas sobre lo que vendrá. Porque a Lem, este escritor polaco nacido en 1921 y fallecido en 2006, poco le importaba la proyección horizontal: lo suyo era más bien la exploración vertical, con base en la humanidad.

Stanisław Lem es conocido sobre todo por Solaris, novela que excede cualquier clasificación genérica, adaptada al cine por nombres de la talla de Andréi Tarkovski (1972) y Steven Soderbergh (2002). “Solaris” es el nombre de una inteligencia alienígena bajo la forma de un gigantesco océano que cubre un planeta entero. Sus protagonistas, enviados para establecer un contacto, terminan enloqueciendo: el psicólogo Kris Kelvin ve a su mujer muerta en la nave y mantiene conversaciones con ella. Lem es uno de esos escritores donde la “ciencia” en el binomio “ciencia ficción” es lo de menos: se propone más bien experimentar con las posibilidades humanas, en una especie de Cámara Gesell demoníaca.

En este sentido, los ensayos que conforman Summa Technologiae cruzan dos aspectos importantes de la organización del universo: la homeostasis, que es la tendencia al equilibrio, y la entropía, que es la tendencia al caos. En esta lucha se dirimen, para Lem, las posibilidades de crecimiento de lo humano. Uno de los tantos aciertos del libro es pensarlo más en términos novelísticos (el conflicto entre ambos factores) que ensayísticos. En algunos momentos de la historia de la humanidad triunfa el caos y la desorganización; en otros, la tendencia al orden y el equilibrio.

Otro de los ejes del libro es la tendencia manifiesta a considerar la tecnología como naturaleza. Si un hormiguero es parte de la naturaleza, ¿por qué un edificio de once pisos no lo sería? ¿Qué es la tecnología sino la proyección natural de la humanidad, que pasó de utilizar una herramienta a utilizar un buque a vapor, siempre con el deseo de conquistar lo que está más allá de su dominio? ¿No son los adelantos tecnológicos una suerte de herramienta primitiva? Lem se propone considerar a la tecnología como una rama de la evolución humana: la forma en la que la humanidad continúa con mutaciones, ya no en su propio cuerpo, sino en las herramientas que lo ayudan a dominar el mundo. Y ambos procesos son paralelos, porque reproducen en su interior la batalla entre la homeostasis y la entropía.

Hay algunas imposibilidades propias de la época en las que Lem cae. No puede, por ejemplo, pensar en las modificaciones sobre lo biológico que tendrían su auge a finales de ese siglo y a comienzos de este. Sí en la importancia que cobraría la cibernética: hay un capítulo dedicado a ella (“Intelectrónica”) en el que la preponderancia de la máquina sobre lo humano está perfectamente clara, en una época donde Internet no existía ni siquiera como fantasía y los cyborgs eran más bien los protagonistas de malas novelas de género. La inteligencia artificial, lo que Lem llama “el espíritu de la máquina”, es ya presentada en ese capítulo como una primera aproximación a lo que serían los avances actuales.

Lem se propone considerar a la tecnología como una rama de la evolución humana: la forma en la que la humanidad continúa con mutaciones, ya no en su propio cuerpo, sino en las herramientas que lo ayudan a dominar el mundo.

Otro de los puntos fuertes del libro es su rigor, que no cede ante ninguna clase de inclinación artística. Si en sus novelas la ciencia ocupa en gran medida un lugar menor, el de “disparador” de experimentos humanos, aquí la ciencia es la madre rectora. Esto queda muy claro en el capítulo III (“Civilizaciones cósmicas”), en el que a la búsqueda más pedestre de “vida extraterrestre” se le oponen reflexiones muy serias, basadas en datos duros de la ciencia y especulaciones en torno a la evolución, para terminar desconfiando de la idea clásica del ovni del que bajan civilizaciones de otra galaxia a ofrecernos avances tecnológicos o alertarnos sobre el uso de las bombas atómicas. Es más probable, según Lem, que el azar que determinó la aparición de la vida en la Tierra no se haya producido en ningún otro planeta, que la evolución haya tomado otros caminos, completamente distintos a los humanos, o que el encuentro entre civilizaciones sencillamente no se produzca nunca.

Pensado como un libro de “proyecciones”, Summa Technologiae se resguarda muy bien con la premisa de que los caminos evolutivos, tanto en lo biológico como en lo tecnológico, son inescrutables, dependen más del azar que de la voluntad humana, pero sin embargo acierta en todos los problemas que debemos enfrentar en la actualidad acerca de la relación entre las personas y las máquinas, que es el punto exacto donde esas dos formas evolutivas se cruzan. “Nuestro problema deberá ser perfeccionar al hombre”, dice. Y es ese el salto que la humanidad está dando todo el tiempo, tan paulatino que no lo veremos venir, porque sucede ahora, en este futuro en el que vivimos.

Stanisław Lem
Summa Technologiae

(Godot) 496 páginas
Traducción de Bárbara Gil

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