T2: Trainspotting: la desolación de un mito

Los Inrockuptibles
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4 min readMar 2, 2017

La púa roza el vinilo de Lust for Life. Por dos segundos, suenan esas trompadas de percusión de la canción que da nombre al disco. Renton levanta la púa. No quiere escucharla hoy, ahora, otra vez en el cuarto de la adolescencia que con el tiempo solo ganó en lo que duele el pasado cuando está intacto. Es aquel mismo cuarto donde alucinaba con bebés pesadillescos. Veintiún años después, la púa está en manos de Renton (siempre Ewan McGregor). Pero la canción no es la misma. Tampoco el oído. Hoy el actor está a un cuerpo de distancia de aquel raquítico consumidor de heroína que en la primera secuencia de Trainspotting, película-template de la cultura pop en los 90, revolucionaba cine, moda, publicidad y diseño mientras corría escapando al ritmo de Iggy Pop. Dos décadas después, escapamos de cosas que no quedan tan cool en cámara. Renton lo sabe, más por Renton que por diablo, y también lo sabe el resto de la pandilla (el blondo Sick Boy de Jonny Lee Miller, el escuálido Spud de Ewen Bremmer y Francis Begdie, el sociópata de Robert Carlyle).

A Danny Boyle lo que le interesa de ese espejo, es cuan cocainómanos podemos ser de nosotros mismos.

T2: Trainspotting es el retorno de la saga que empezó escrita por Irvine Welsh en el libro homónimo y en Porno, y que en 1996 generó un sacudón de los que el cine ya no genera. Eso no implica una lectura conservadora. Es simplemente entender que se puede hacer un film como fenómeno en los tiempos de Facebook y Twitter. Mientras Trainspotting se expandía y bifurcaba, siendo sus zambullidas en inodoros (por hablar de quizás su segunda escena más recordada visualmente) tan influyentes como cualquier milímetro de su banda de sonido (el pico de popularidad fue la publicidad de Quilmes con la canción de Underworld, que en T2 reversionó su hit como “Slow Slippy”), el cine iba mutando a otros rincones. Hoy el cine es más mezquino y esas habitaciones de T1 se convirtieron en carbónico a copiar. Danny Boyle y sus faloperos se convirtieron en la película de una generación. Hoy entienden que tal calamidad ignoraba un poco algo clave: la efervescencia es un instante, y después de que Renton “elegía la vida”, tenía que, como cualquiera de nosotros, vivir en tiempos difíciles (disculpas, Borges). Peor: después de ese discurso, Renton ya no era más parte del cine. Era la remera de la película, su banda de sonido, su icono, algo que un “creativo” usa para vender cerveza.

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Boyle decide desde el instante cero de esta secuela reconocer el mito de T1. Sus canciones, sus imágenes, sus paisajes; todo está ahí. Vemos a Renton en el lugar más adulto del mundo (una cinta de un gimnasio de esos donde hay copy & paste de personas haciendo ejercicio) mientras aparece su rostro difumado, aquella sonrisa de cuando escapaba para “elegir la vida” y traicionaba a sus amigos de la infancia. Danny Boyle es claro: ninguna traición es un triunfo si terminamos en un gimnasio. T2: Trainspotting es dueña de una tristeza desesperada, a la que el mito del film, la economía de Escocia pre y post Brexit y las propias leyendas de sus actores le oxigenan la sangre antes que oxidársela. Lejos está de querer ser el flash estroboscópico de energía juvenil que fue T1. Su naturaleza es la desolación, pero no como cruz sino como realidad imposible de eludir. Cuando Renton recién llegado a Escocia desde Amsterdam le pregunta a una promotora de la Secretaria de Turismo de dónde es y ella dice “Eslovenia”, la película genera una doble duda: ¿es una queja, una denuncia, a una situación sociopolítica concreta o es simplemente mostrar que las únicas certezas de Renton son las mismas que puede tener cualquiera que puede ver un noticiero en cualquier lugar del mundo?

t2 trainspotting

Esa duda siempre está. No hay romanticismo para con los personajes. Sí con su historia. Porque, como bien dice Sick Boy en un momento en el que se mira a los muertos a los ojos, el mismo Renton está de turista por su propia juventud. Claro, nadie ignora que estos personajes representan una generación –quieran o no–, y la identificación aparece. A Boyle lo que le interesa de ese espejo, es cuan cocainómanos podemos ser de nosotros mismos. Al mezclar momentos, canciones y paisajes de aquel primer film con escenas de Super 8 que muestran a la pandilla cuando niños, nos dice que cualquier mito tiene sentimientos. Pero que lo importante sigue siendo difuso, granulado, tan ficcional como la frase choose life. No elegimos nada, solo nuestros demonios, generados aquí por un grupo lastimado por una traición pero que aprovechó esa herida para nunca suturarla y tener, por fin, un Santo Grial a culpar.

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La visión caustica del film anterior sigue viva en pequeños instantes, en algunos juegos visuales con los planos y en un discurso que ítem por ítem destruye nuestros tiempos modernos de hiperconectividad. Y su tristeza masculina aprovecha sonidos de Wolf Alice, de Young Fathers, pero sabe también que Iggy Pop será siempre su banda de sonido, sabe que hay canciones que nunca nos quitaremos de encima y demonios que nos duelen demasiado. Algunos de ellos incluso son nuestros amigos, y sabe que no es tan grave, o sí, pero vale saberlo: lo serán siempre. Al menos mientras haya un espejo a mano.

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t2 trainspotting poster

T2: Trainspotting
De Danny Boyle
Con Ewan McGregor y Jonny Lee Miller

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