Tarkovski congela el tiempo con sus polaroids

Ochenta polaroids fantasmales y poderosas tomadas por Andréi Tarkovski se muestran por primera vez en el país en el marco de un festival dedicado a revisitar su obra.

Los Inrockuptibles
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5 min readApr 13, 2018

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Por Luciano Lamberti

“Al hablar de poesía no estoy pensando en ningún género determinado. La poesía es para mí un modo de ver el mundo, una forma especial de relación con la realidad.” La cita es del famoso Esculpir en el tiempo, el libro en el que Andréi Tarkovski expuso su visión del mundo y del arte. Publicado en 1986, es una compañía ideal para recorrer la muestra Luz instantánea: ochenta polaroids de uno de los más famosos cineastas rusos, expuestas en la Casa del Bicentenario, en el marco Festival Tarkovski, organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación, y que incluye también un concierto homenaje, la visita de su hijo Andrei, conferencias y un ciclo de cine.

Andréi Tarkovski nació en la Unión Soviética, en 1932, y murió en Francia, de cáncer de pulmón, en el 86. Los constantes problemas con las autoridades soviéticas, incluso después de ganar la Palma de Oro en Cannes por La infancia de Iván, lo llevaron a exiliarse en Italia en el 83, después en Suecia, donde filmó con Bergman, y por último en París. Es autor de siete largometrajes que son motivos de adoración para cualquier cinéfilo, películas (como Solaris o Sacrificio) que intentaban hacer del cine algo más que un entretenimiento, como bien lo demuestra su libro: para él era una de las formas de la poesía y de conocimiento de la verdad. En el libro se narra ese conflicto: el de quienes buscan en sus películas un pasatiempo, el de quienes lo censuran o consideran al espectador medio como una persona mediocre, sin ninguna clase de vuelo, y el de quienes, al fin, sin depender de su clase intelectual o de su formación, se dejan llevar por la “experiencia Tarkovski”, se entregan, y son impactados por su despliegue visual y técnico.

Las polaroids, exhibidas en una sala oscura del tercer piso del edificio, con una delicada iluminación puntual y una inquietante banda sonora, cumplen varias funciones a la vez. Son, por un lado, registros familiares, íntimos, de la vida de Tarkovski en dos momentos fundamentales de su trayectoria: el último período de su vida en Rusia y su exilio en Italia, preparando las locaciones para Nostalgia, su film de 1983. Aparece su mujer, en distintos momentos de esa intimidad; aparecen su hijo y su perro. Pero sus presencias no dejan de ser fantasmales. Hay algo en el enfoque, en el encuadre, en la composición, que altera esas instantáneas familiares hasta volverlas extrañas, casi un fotograma de una de sus películas.

También podemos pensar este conjunto de imágenes como un entrenamiento del ojo. La forma en la que Tarkovski preparaba su estética, probaba ciertos climas, estudiaba el paisaje. En ese sentido, la naturaleza es uno de los temas de la muestra. Pero, otra vez: esos paisajes que podrían ser meramente “lindos” o decorativos son retratados como espacios de otro planeta. Ruinas, paredes grafiteadas, espacios abiertos cubiertos de una niebla densa, tanto en Rusia como en Italia. En ellos se cumple esa máxima naturalista (o idealista) que dice que el afuera no es más que una expresión de quién lo experimenta, un reflejo de su estado de ánimo. Tarkovski fotografía valles y montañas italianas y rusas y parecen ruinas de una civilización olvidada mucho tiempo atrás.

Las mejores polaroids, sin embargo, son casi abstractas. Juegos de luz y de sombra, el sol entrando por la ventana, la mujer del cineasta parada en el patio de una casa, el perro familiar, le sirven no como tema sino como formas de composición pictórica. Un procedimiento que se repite de foto en foto es el “falso centro”. En un paisaje natural hay algo que desentona. Un supuesto centro de la mirada: puede ser su hijo, su perro o su mujer, un objeto que sobresale del fondo plano para ganar la atención del espectador. Pero lo verdaderamente importante es el fondo, las líneas que lo cruzan en un equilibrio sutil. Tarkovski compone formas con la cámara, o deja que la naturaleza componga para él, con la certeza de que el arte no puede ser separado de la vida bajo el peligro de corromper a los dos.

En este sentido podemos pensar las fotos no como subsidiarias de su obra fílmica, sino como objetos independientes, como pequeños poemas, como otra expresión de la “poesía” que estaba más en el ojo (o en cualquier órgano que sirva para percibir esa clase de cosas) que en un género determinado. En las polaroids, en el acto casi espontáneo y mucho más jugado que la preparación maniática de sus películas por las que se hizo famoso, Tarkovski congela el tiempo, o más bien lo condensa: son microhistorias, restos mínimos de un mundo en ebullición, el mismo que sus películas desplegarían en largas e intensas escenas. Hay un clima general de nostalgia y de misterio en todas las fotos, producto del sepia, del desarraigo evidente de sus personajes y de la falta de explicaciones, que es capaz de resonar durante largo tiempo en la mente del espectador, como si, más que revelar, ocultaran algo mucho más grande. La prueba de que el arte, cuando tiene una base ética y política, puede ser más intenso incluso que los sueños de la razón.

Luz instantánea
Polaroids originales de Andrei Tarkovski
Hasta el martes 24 de abril, de martes a domingos de 14.00 a 20.00 en la Casa del Bicentenario (Riobamba 985, CABA)

> casadelbicentenario.gob.ar

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