Teatro. “Arturo atraviesa el bosque” y la difícil convivencia en un set de filmación.

Los Inrockuptibles
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4 min readApr 25, 2017

Arturo atraviesa el bosque sucede durante el rodaje de una película de un grupo de jóvenes de veintitantos años; sonidista (Alejandro Russek), vestuarista (Julieta Novelli), actores (Mariana Sanguinetti y Renzo Cozza) y director (Rafael Federman) están terminando de filmar el cortometraje que los mantuvo varios días aislados en medio de la naturaleza: mosquitos, hojas verdes, exuberancia y pájaros. Es una mezcla de alienación, agotamiento y euforia lo que sienten y eso va a ir a parar directamente a los cuerpos y su forma de relacionarse. En ese micromundo que es un set de filmación, esa comunidad –construida en base a compartir extenso e intenso tiempo juntos– se conoce mucho, y a la vez muy poco. No son amigos, y sin embargo algo de la cercanía profunda a la que lleva un rodaje se les va impregnando. La vestuarista conoce los cuerpos, mira cada pliegue de la ropa a través del monitor, el sonidista escucha la voz de los actores todo el día, y el director observa los gestos y entiende los tonos y muletillas como si viviera con los actores: esa es la intimidad del rodaje, una cercanía física distinta a la que se tiene en la vida diaria. Hay un tipo de conocimiento exhaustivo y sensual que está por todos lados. Que es concreto y abstracto a la vez, como los sentimientos de Arturo, el protagonista.

Todo transcurre a lo largo de una noche alucinada previa al último día de rodaje. Cozza construye su puesta a partir de la extrañeza y la fascinación que producen las actuaciones de todos los actores, y de un texto inteligente, con un humor que sorprende e ilumina. Los personajes están en un estado de fascinación, letargo y tensión deseante a la vez, y eso es sumamente atractivo. El bosque del rodaje y de la obra es un lugar de exploración. Y eso le da a la dramaturgia una libertad inmensa.

La energía gravita entonces alrededor de Arturo, personaje hacia el que todos parecen sentirse atraídos como un imán. Arturo se entrega y retacea su afecto al mismo tiempo. Liviano, filosófico y deseante a la vez, él atraviesa ese rodaje como una prueba iniciática. De hecho, toda la obra, con sus sombras, sus escenas que empiezan y se cortan in media res, sus impulsos inesperados y giros, tiene la calidad de un sueño, de un tiempo fuera, habilitado por la ficción de la propia filmación y el bosque nocturno alrededor.

La obra nunca muestra la filmación de las escenas ni los ensayos; más bien se interesa por el estado de las personas cuando están creando ficción juntas durante un largo rato: en qué proceso extraño entran esas cabezas y esos cuerpos, qué empieza a pasar con el tiempo y las ideas.

La obra nunca muestra la filmación de las escenas ni los ensayos; más bien se interesa por el estado de las personas cuando están creando ficción juntas durante un largo rato: en qué proceso extraño entran esas cabezas y esos cuerpos, qué empieza a pasar con el tiempo y las ideas. Casi como en una fiesta, estado al que la obra vuelve una y otra vez. Una fiesta en la que los cuerpos se ablandan pero también rehúyen hacia el interior, donde se puede estar hablando con vehemencia sobre grandes temas y besarse al segundo después, donde uno puede perderse por completo en la emoción y entusiasmo hacia cosas que durante el día pierden por completo su forma. Fiesta o sueño donde los cuerpos se relacionan distinto, donde se está abierto a formas de relación ambiguas. Rodaje, bosque, ficción, noche, todos lugares que tienen en común cierta inmersión y transformación.

Esta es la primera obra de teatro de Renzo Cozza como actor, director y dramaturgo, un triple debut que sigue a un premio al mejor cortometraje en el Bafici de 2016, sin haber pasado por ninguna escuela de cine. Cozza es actor de cine, por lo que el rodaje no le es un terreno ajeno, como tampoco a Rafael Federman (protagonista de Dos disparos de Martín Rejtman y él mismo estudiante de cine) ni a Mariana Sanguinetti, que estrenó su cortometraje en el último Festival de Berlín. Hay algo explosivo en el grupo de actores, una efervescencia que se contagia a la platea, una libertad lúdica y lúcida en cómo se conectan con los textos de tonos y gestos precisos y el espacio.

Arturo atraviesa el bosque tiene la pulsión del comienzo de la creación de un lenguaje propio, una búsqueda del autor que se siente en la elección de los actores y sus gestos no naturalistas, en la escritura de los textos, la coreografía y los tonos de voz, que caen precisos y juegan a veces a contramarcha del sentido obvio de lo que se dice. Lo que a veces puede parecer muy liviano o excesivamente cómodo se tensa ante la elección de una escena que redobla la apuesta o una línea de diálogo que se muestra consciente de los hilos con los que está jugando, para darle la vuelta. Se percibe a un director que con su primera obra abre la puerta a un mundo singular, de detalles y caprichos en el mejor de los sentidos, que sabe manejar los materiales elegidos al servicio de un universo que es contundente por la energía virtuosa y magnética de los actores. El bosque como el territorio que hay que atravesar sin miedo, con el impulso del deseo, o el atrevimiento de la valiente y fluorescente juventud.

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Arturo atraviesa el bosque
De Renzo Cozza
Con Julieta Novelli, Alejandro Russek, Mariana Sanguinetti, Rafael Federman y Renzo Cozza.
Los jueves a las 21 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960, CABA). Hasta el 18/5.

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