Temporada de caza, de Natalia Garagiola
La ópera prima de Natalia Garagiola narra un duelo y los conflictos familiares sin artificios, a través del silencio.
Por Javier Diz
Nahuel es un cheto rugbier de colegio privado, un malcriado que se lleva el mundo por delante. La muerte de su madre, además de agriar su carácter, provoca que abandone el cómodo departamento en el que convive con su padrastro para mudarse a un pueblo de la Patagonia, a una cabaña metida en la montaña, donde su padre biológico –con quien no tiene relación– vive con su familia. A partir de ahí, Temporada de caza plantea un modelo de coming of age que poco tiene que ver con la gesticulación repetida en ese tipo de films generacionales, aunque su recorrido responda a los mismos códigos. Acá no hay secuencias guiadas por canciones ni hay lugar para ritos de juventud idílica.
Nahuel y su padre cargan con un pasado de silencios, bronca y rencores repartidos, que la película no explicita en ningún momento, como tampoco fuerza las emociones entre los personajes ni amaga con manipular al espectador para que empatice con alguno de ellos. Nahuel carga con la violencia a flor de piel, y su padre (un excelente Germán Palacios) parece ahogar su propia violencia en silencio y simulada calma. Temporada de caza es seca y áspera como ellos, pero sabe cómo administrar los tiempos y la información para que, poco a poco, se vayan colando resquicios de emoción profunda, sin jamás caer en subrayados obvios ni sensiblería. Como en esa escena final, sin artificios, y de una amargura conmovedora.
Temporada de caza
De Natalia Garagiola
Con Germán Palacios y Lautaro Bettoni
