The Disaster Artist, la obra maestra de James Franco

En su mejor película como director, James Franco cuenta la historia detrás de la malograda The Room y la relación pasional –y real– entre un artista sin talento y el cine.

Los Inrockuptibles
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5 min readDec 27, 2017

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Por Juan Manuel Domínguez

“Tenía todo lo que una película tiene que tener: drama, comedia, sensualidad, relaciones, detalles que se apilan, tantos detalles…”, dice el actor y alguna vez director Tommy Wiseau en una entrevista online de Los Angeles Times. Wiseau y su acento europeo (es tan banal que permite esa definición gruesa) son de New Orleans. Es considerado –gracias a The Room (2003)– el Ed Wood de los tiempos modernos. Minutos nada despreciables de “mal cine” se apilan en su clásico de culto. Un film creador de una legión de fans en YouTube que ha ido generando un efecto símil bola de nieve, que llega a su punto más meta y enamorado en The Disaster Artist: Obra Maestra, la ficcionalización de aquel rodaje que costó “seis millones de dólares pero parecía haber insumido apenas seis dólares”.

La respuesta de Wiseau apunta a quien se sienta a su lado, que no es otro que James Franco. Franco es quien lo interpreta, dirige, pica y aspira en The Disaster Artist. Previamente, siendo más franco de lo que el pop permite, Franco le había preguntado qué fue lo que le inspiró confianza a tanta entrega, sin dejar que eso deslice la clave de comedia que define a la película. Lo fascinante que es Wiseau le retruca con honestidad y con filo diciendo “Sonny”, que no es otra cosa que la película, como dirá el mismo Franco con cierto desliz tenuemente sobrador, “dirigida por Nicolas Cage”. El instante no es tenso. Vale, y mucho, aclararlo. Es, sí, realmente sorpresivo. Y muestra la tensión y los ping pongs culturales que definen quizás al mejor exceso de Franco como creador.

Ahora sí es necesario correr la mirada del clásico de culto y su vida post-papelera de reciclaje para observar y analizar a Franco y cómo su construcción en la cultura pop es fundamental para poder leer The Disaster Artist como algo más que la versión de la generación Judd Apatow del Ed Wood burtoniano. Franco es un un nombre que ha sabido (con bastante dislexia) jugar con la cultura pop moderna, con sus tics para con el híperlink, y lo ha hecho como ninguno de sus pares. En ese ir y venir, osciló entre la sonrisa a lo Hugh Hefner y la torpeza a lo Ricardo Fort. Es y se hace. Antes de los cuarenta ha sido póster de revista teen, modelo de Gucci, miembro de la escudería Apatow, se limpió de la nariz su propia caricatura en la comedia (y la volvió a pisar, como si fuera mierda de perro, en sus desvaríos adaptando a Faulkner), fue muñeco de acción mainstream (la saga Spider-Man), host inflable e inflamable (su stunt conduciendo los Oscar), socio que deja en claro su membresía del MOMA (cuando Marina Abramovic lo pintó en oro, por ejemplo), actor de novela de tres de la tarde (trabajo que aceptó post-fama), autor también de libros de cuentos, invitado de Saturday Night Live, homie de Seth Rogen, wanker profesional (tal como lo hizo para Harmony Korine) y, finalmente, director y mente obsesa detrás de The Disaster Artist, adaptación del libro My Life Inside The Room, the Greatest Bad Movie Ever Made, escrito por Greg Sestero, amigazo del mencionado anteriormente Tommy Wiseau y actor involucrado en The Room.

Franco ya tiene treinta y siete films o proyectos a su cargo en IMDB, la Guía Básica del Cinéfilo Intergaláctico, y en esa pila de muchas tensiones (y eso que varias instalaciones para museos varios, como la que hizo para Berlín, donde usa un consolador en la nariz, no están incluidas) sobran cosas que Tommy Wiseau podría haber filmado. Y, sin dudas, esta es la mejor película de Franco. Y lo que la diferencia de esa referencia inmediata que es Ed Wood son sus propias virtudes y sus propias cruces. Franco y Wiseau se unen, se rozan en el arte del fracaso o, mejor dicho, en la virtud de lanzar cosas al mundo sin que nada importe. O, más coherente aún, haciendo de la importancia de determinados títulos un título de pacotilla.

En un momento en el que el pop es un escudo antes que una luz debajo de la sábana que ilumina nuevos relatos y donde señores que pagan AFIP se creen cool porque tuitean que StrangerThings es espectacular, en el que el periodismo se refugia bajo llave en tal idea de cine versus tal otra, Franco crea una película que nos explica el desastre de estar enamorado del cine.

La gran pregunta que se hace Franco cuando juega a ser Tommy Wiseau, y deja que su hermano Dave sea Greg Sestero, tiene que ver no tanto con definir a las películas malas: Franco pareciera, incluso sin querer, explicar que en la naturaleza de tales etiquetas se pierden muchísimas historias. Que el cine “malo” o “bueno” (dos conceptos que ha bastardeado en carne propia cual obrero gritando groserías en la vía pública) son meros mecanismos de defensa. ¿O tus gustos harían una mejor película que el pésimo gusto de Tommy? Franco decide, por fin, que las formas del cine a las que nos plegamos solo hablan de nuestras limitaciones y medios. Por eso aquí vale la amistad entre hermanos tanto como el absurdo de un set inexplicable: todo cuenta y tiene peso. Franco parece ver que la creación nos hace grandes (con fecha de vencimiento), aunque seamos el fósforo más quemado en la historia de Hollywood. Y también que eso es solo importante cuando es sincero. Celebra, con mejor suerte que La La Land, el azar y Hollywood. Películas insípidas sobran, parece decir Franco, pero no tanto obras cuyo nervio está tan expuesto que festeja, sin querer, el ridículo comunal (y eso leído como mérito, porque hay que ser tarado para creer que el cine está hecho solo de obras maestras o que todo lo que nos gusta define cierta idea correcta del mundo). Franco nos dice –y se dice, al mismo tiempo– que quiere hacer su obra maestra (es su propio disaster artist), que no nos creamos mejores que nadie, que simplemente veamos lo que el cine puede hasta cuando no sabe bien qué está pisando.

Es un hermoso antídoto: en un momento en el que el pop es un escudo antes que una luz debajo de la sábana que ilumina nuevos relatos y donde señores que pagan AFIP se creen cool porque tuitean que Stranger Things es espectacular, en el que el periodismo se refugia bajo llave en tal idea de cine versus tal otra, Franco crea una película que nos explica el desastre de estar enamorado del cine. Si crear ya de por sí es una guerra (que encima se erige para apagar esa que tenemos contra uno mismo), ¿por qué necesitamos chocar los cinco con lo que nos gusta? Franco nos libera de esas cadenas: sean un desastre, elijan mal, filmen porquerías, crean en sí mismos aunque no tengan talento… Para obras maestras sobra tiempo. Para perdedores como nosotros quedan Tommy y su cuartito.

The Disaster Artist: Obra Maestra
De James Franco
Con James Franco y Dave Franco

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