Un largo camino
Nacida en Rusia, desde muy pequeña Regina Spektor se dedicó al estudio del piano. Pero un día empezó a componer canciones, y no paró más. En breve llega al país por primera vez para presentar Far, su quinto disco. / Entrevista por Stéphane Deschamps
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Mientras los fanáticos locales del indie internacional celebran con euforia (¿histeria?) la próxima llegada de sus viejas glorias, Buenos Aires se prepara al mismo tiempo para saldar una deuda bastante más actual: ni Pixies ni Pavement, viene Regina Spektor. Con Norah Jones y Cat Power luciendo orgullosas el sello de aduana en el pasaporte, sólo faltaba ella, la representante de la tercera posición en materia de cantantes femeninas. Ni tan mainstream como una ni tan indie como la otra, Spektor se acostumbró a plantar su bandera a mitad de camino. Nació en Rusia, se radicó en los Estados Unidos, y de joven se bajó a tiempo de un destino de pianista clásica para dedicarse a componer canciones, sin referentes claros en los cuales refugiarse pero con la firme convicción de que ese era su camino. A fines del año pasado editó Far, su quinto disco, para el cuál se rodeó de ¡cuatro! productores bien diferentes: Jeff Lynne, Mike Elizondo, Garrett Lee y David Kahne, gente que ha trabajado con un abanico bien grande de artistas que incluye desde Eminem hasta los Strokes, pasando por Weezer y la Electric Light Orchestra. Es sin dudas su mayor apuesta, y es también el disco que la terminó de acomodar en el podio. En breve toca en el Gran Rex, que agotó entradas más de un mes antes del show. Evidentemente ha llegado lejos.
ENTREVISTA > Tenés formación de pianista clásica. ¿Por qué y cómo te pusiste a escribir canciones?
Regina Spektor: Cuando era chica soñaba con tocar el piano, quería aprender música clásica, perfeccionarme. Alrededor de los cuatro años, antes de decir que quería ser pianista, quería componer. Me acuerdo que la gente me decía: “es muy difícil componer, pero podrías ser pianista”. Interiormente sabía que no sería Chopin o Bach. Hasta los quince años pensé en ser pianista clásica. Y después tuve la certeza de que no lo sería jamás. Es muy especial. Es como el ballet o los juegos olímpicos. Te puede encantar, podés tener talento, pero necesitás algo más, capacidades físicas, una resistencia mental. No tenía la disciplina, la resistencia. Sólo tenía una parte de la ecuación. Es raro cuando lo vuelvo a pensar: conozco muchas mujeres que se dedican a la música hoy. Una chica que crece hoy tiene el ejemplo de otras que escriben sus propias canciones. Pero cuando yo empecé, no sabía que existían. El pop que conocía era de chicos en bandas con guitarras. Después, cuando tuve entre quince y diecisiete años, descubrí a Joni Mitchell, Ani DiFranco, después a Tori Amos y Björk. Ahí empecé a escribir mis canciones. Son realmente Ani DiFranco y Joni Mitchell las que me dieron la idea de hacerlo. Hoy, de una forma indirecta, me encuentro haciendo lo que quería hacer al principio: dedicarme a componer.
Tres años pasaron entre Begin To Hope y Far. ¿Por qué tanto?
Escribo todo el tiempo, reúno canciones, siempre tengo ganas de hacer discos, pero no pude ponerme a pensar seriamente en Far antes porque estaba de gira. Es cierto: pasaron tres años, y es mucho tiempo. Entonces me dije que tenía que aprovechar cada oportunidad a fondo, aprender muchísimas cosas. Por eso elegí hacer el disco con cuatro productores. La idea era: ¿por qué tener un solo profesor cuando se pueden estudiar cuatro materias? Si hubiera tenido más tiempo, probablemente habría llamado a ocho productores diferentes para el álbum. Con cada uno de ellos era casi como una clase magistral, sólo para mí.
¿Qué cambió en tu forma de trabajar entre los dos discos?
Empecé escribiendo canciones como solista, en el piano. Me contentaba con escribir, y después iba al estudio y trabajaba en la producción. Para este álbum, la novedad es que escuchaba la producción en el momento de la composición. Quería realmente que las canciones fueran llevadas por el sonido, por las atmósferas. Escribía los arreglos y pensaba también en las canciones en términos del sonido, de lo interior.
¿Tenías el álbum en la cabeza antes de grabarlo?
No, no tenía una idea en particular, sólo canciones. Jamás tuve una idea precisa y terminada de un álbum antes de hacerlo. Tengo muchas ideas, pero desde que me pongo a trabajar, parto hacia otras direcciones, me olvido de lo que tenía en mente. El álbum perfecto no existe para mí. Una canción grabada jamás es exactamente como la pensaba al escribirla. Incluso en escena, no es como quisiera. Cuando compongo, es algo abstracto. El pasaje a la realidad es diferente. En general, hay diez maneras diferentes de interpretar una canción, y no sé cuál es la mejor. Intento una, si funciona en el momento, queda. Pero a veces me arrepiento más tarde. Es como con la ropa: te podés poner ropa a la moda, ropa vieja, ropa que hacés vos mismo… Es divertido. Escucho cosas que me parecen producidas en exceso, y quizás otras personas me dicen “está bien, es despojado”. Como vengo del piano, tengo mi percepción, tolero poco los arreglos, por ejemplo. Lo que a mí me parece que tiene muchos arreglos, a otros les parece despojado. A mí me gusta cuando esos arreglos están solamente sugeridos, si no, no hay lugar para la imaginación del oyente.
Tus canciones son siempre a la vez graves y lúdicas, generosas, caprichosas, como las bandas sonoras de los cuentos para chicos…
Para mí siempre hay un poco de comedia en la tristeza, y un poco de tragedia en lo gracioso. Cuando sólo hay comedia o tragedia en algo, no puedo creer en eso. Pero pienso que es injusto atribuirle esas cualidades sólo al mundo de la infancia. Los adultos también tienen derecho a vivir todo eso, no tiene que estar reservado a los chicos. Creo que todos los adultos tienen eso en ellos, pero se les dijo que no sean así, y devienen esclavos de la edad adulta, que incluso parece una mala palabra, un sinónimo de responsabilidades, fatiga… Todo se vuelve más difícil y menos divertido. Yo creo que es realmente divertido ser adulto. Para mí, la gran diferencia entre los chicos y los adultos es que los adultos son autónomos, pueden ocuparse de ellos mismos.
¿De qué te sentís esclava?
El miedo es la primera alienación, intento siempre combatirlo, pero a veces se manifiesta sin que uno sea consciente, va y viene. Son pequeñas cosas, pequeños miedos, las preocupaciones que uno combate día a día. El verdadero coraje es liberarse de los pequeños miedos cotidianos que nos impiden movernos, el miedo a las consecuencias de nuestros actos.
¿Dirías que ponés lo mejor de vos en tu música?
La música es el estado de elevación, es lo más intenso. En la música está ese aliento, esas cosas que uno siente más fuerte. Cuando hago canciones, estoy inspirada, me siento como si fuera más que yo. Pero la mayor parte del tiempo no estoy inspirada, soy un pequeño animal cansado que tiene hambre. En mi vida, sólo soy yo.
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En vivo el jueves 7 de octubre en el Gran Rex.
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