“Wire”, de Wire

Los Inrockuptibles
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3 min readJul 30, 2015

Las reuniones de bandas suelen ser más provechosas sobre el escenario que dentro del estudio. Y es que los discos “de regreso”, por lo general, no resultan muy memorables. El caso de Wire, sin embargo, es distinto. En su historia, se reagruparon varias veces, ajenos a cualquier moda u oportunismo. Su accionar es simple: graban solo cuando tienen algo que decir. Tal vez por eso su discografía no tiene baches, aunque sí atraviesa diferentes etapas. Están los favoritos, los fundacionales, los de fines de los setenta: Pink Flag (1977), Chairs Missing (1978) y 154 (1979). Y están los que fueron marcando –o justificando– sus gloriosas reapariciones a lo largo de casi cuarenta años.

A este nuevo álbum, de título homónimo, se lo podría ubicar dentro del período que los británicos inauguraron con Object 47 (2008), ya sin Bruce Gilbert. Y merece cierto crédito, a priori, por cambiar algunos aspectos de la producción. Por empezar, Matt Simms, quien había entrado en 2010 como guitarrista para las giras, se involucró en el proceso de grabación. Y algo de esa sangre nueva se nota en los arreglos, sobre todo en el uso de efectos (el sintetizador modular en “High”; el loop que ondea en “Swallow”).

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Todo indica que se trata de una obra pulida, elaborada con tiempo, al detalle. Pero las apariencias engañan. Graham Lewis, bajista y autor de la mayoría de las letras, dice: “Trabajamos muy rápido. Grabamos las bases en cinco días, con la banda tocando en vivo. Y luego nos tomamos dos días más para sobregrabar. Aprovechamos cada momento”. Colin Newman, cantante y guitarrista, completa: “¡Fue duro! Acordamos la fecha de lanzamiento en marzo del año pasado, incluso antes de haber grabado algo… Así que había que atenerse a una fecha límite. Me mudé de casa en septiembre, y perdí mucho tiempo con eso. Además, por esa época, llevamos nuestro festival DRILL a Brighton. Está claro que, si no hubiesen pasado esas cosas, el ritmo de producción habría sido otro. Al final terminamos ‘hardcoreándolo’ por completo. Y quedó listo en cuatro meses. Estoy muy orgulloso de la forma en que salió”.

De entrada, Wire suena más nítido y etéreo que en Change Becomes Us (2013), su antecesor inmediato. Incluso parece más pop, bajo una directriz netamente new wave. Pero siempre hay algo perturbador, algo que brota de su médula post punk: los temas se tensan de manera gradual, como conteniéndose, en lapsos sorprendentemente breves. Esa adaptación cifrada del krautrock otorga un dinamismo cautivante, con finales impredecibles: un corte en seco (“Blogging”), un cohete en ascenso (“Shifting”) o una implosión repentina que se lleva todo menos la voz (“Burning Bridges”). Las nuevas canciones de Wire se esparcen como vapor frío, como gas de ensueño. Algunas apuestan por la oscuridad, como “Sleep-Walking”. Otras son puro sobresalto, como “Joust & Jostle”. Y están, también, las que nacieron para ser perfectas, como “In Manchester”. Colin: “Creo que hay diversidad, pero no de cualquier tipo. O sea, no de un modo artificial. Estas canciones realmente pueden ir en cualquier dirección. Me encanta que uno pueda percibirlo como un disco pop, pero que de repente te lleve a lugares inesperados para terminar en un agujero negro”.

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Cerca del cierre, con el acelerador a fondo, se meten en un laberinto con eco (“Octopus”). De ahí, no parece haber salida. Pero sí: “Harpooned” llega como válvula de escape, como llama que se enciende para apagarlo todo a su alrededor. De fondo, emergen unos coros. Suena liberador. Es el rapto más largo de todo el disco. Dice Colin: “Si bien Wire es un grupo muy musical, también tiene un fuerte componente de ‘antimúsica’. Y ‘Harpooned’ está armada sobre un solo acorde. Creo que ese enfoque básico, minimalista, es nuestro mejor legado”.

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Wire

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(Pink Flag)

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