El hombre correcto

Laura Llopis
los relatos de la maga
6 min readJan 3, 2018

Recomendación musical: Copenhague, Vetusta Morla. Enlace al final del relato)

Ilustración de Lorreine Sorlet

Bajé la escaleras a paso acelerado. No era una novedad, casi siempre iba corriendo a todas partes, la mayoría de veces sin motivo, por pura inercia. Pero esta tarde quería alcanzar a Manu que acababa de salir de la oficina y se había dejado el móvil sobre mi mesa. Ya ni siquiera buscábamos una excusa para hablar en el trabajo cuando no compartíamos proyecto. Ni para vernos fuera.

Solo habían pasado unas semanas desde que nos habíamos acostado por primera y única vez. Había sido una tarde en mi casa, después del trabajo, mientras Marcos estaba de guardia en el hospital. Cuando Manu se marchó, me apresuré a cambiar las sábanas y después me duché. No podía quitar su olor de mi cuerpo o tal vez de mi memoria, y temía que se quedara allí para siempre y Marcos lo descubriera. Era una locura, no estaba bien, pero no podía evitarlo, no podía alejarme de Manu por más que lo había intentado.

Corrí en dirección a la estación del metro con el bolso aún sin cerrar y el informe en el que trabajaba en la mano. Por lo general él caminaba rápido y ya estaría casi en el andén. Por suerte lo vi al final de la calle. Aceleré hasta llegar a su lado estirando el brazo derecho con el móvil en la mano al tiempo que lo llamaba para que se detuviera. Se giró inmediatamente al oírme, sonrió mientras se acercaba, deslizó los dedos para recuperarlo y aprovechó para acariciarme la mano sutilmente. Sentí que me ruborizaba pero no bajé la mirada y acepté tomar una cerveza en cuanto lo propuso.

Entramos al bar, antes de sentarnos me fui al lavabo. Tenía tantas ganas de acostarme con él que temía que pudiera leerlo en mi cara. Me miré en el espejo, me sentía mareada. Abrí el grifo para notar el agua fría entre las manos. Necesité más, así que me mojé las muñecas y la nuca. Seguía mareada y me senté en un taburete frente a un pequeño tocador. Perdí la noción del tiempo.

Unos golpecitos me devolvieron a la realidad. La puerta se abrió despacio, Manu se asomó tímidamente.

- ¿Estás bien?, preguntó. Yo asentí pero permanecí inmóvil. Manu se acercó hasta mi y cuando sentí su respiración cerca me pareció que el baño se daba la vuelta. Los espejos estaban ahora del revés, el taburete sobre el que me sentaba descansaba sobre el techo, y nosotros estábamos en el centro de la nada. Lo besé ansiosa, él no dudó en devolverme el beso. Me levantó con un brazo al tiempo que se acercaba hasta la puerta y la cerraba por dentro. Fue rápido, casi desesperado, pero me sentí desfallecer con cada caricia. Aquel era el único lugar en el que quería estar y Manu la única persona que quería tener en mi vida.

Salimos del baño por separado. Primero él. Cuando llegué a la barra ya estaba bebiendo una cerveza. Me acercó otra, bebí. Una hora después seguíamos allí, medio alucinados, medio borrachos, bebiendo a veces de la misma botella, ajenos a casi todo. Supongo que parecíamos una pareja más, compartiendo risas después de un día duro de trabajo, antes de volver a casa y ponernos a hacer la cena.

Mi móvil vibró de pronto, miré de reojo el aviso, no recordaba haber puesto ninguna alarma. “Comprar tarta”- leí. Y entonces la escena se puso en pausa. Mientras Manu parloteaba sin parar, yo me miraba desde fuera y era consciente de que ya no podía ignorar que en realidad no debía estar allí. La tarta era para Marcos, que estaría en casa esperándome mientras yo tomaba cervezas con Manu. Mi persona favorita, esa con la que cualquier plan siempre es el mejor, era en mi caso la persona equivocada.

- Tengo que irme, anuncié volviendo a pulsar mi propio play, se ha hecho muy tarde. La notificación parpadeaba con insistencia en la pantalla mientras Manu hacía caso omiso y me sujetaba la mano, como si eso pudiera detenerme.

- Erika, no te vayas, quédate conmigo. Podríamos…

- No Manu, no podemos. Tengo que irme. Es el cumpleaños de Marcos. ¡Joder lo había olvidado!

Nos quedamos un momento en silencio, mirándonos, intentando averiguar cuál era el siguiente paso, si es que aquello era posible. Manu cedió y me dejó levantarme. Sin pensarlo salí corriendo, como presa de un pánico al que ni siquiera le había puesto un nombre. Corrí por la calle y corrí dentro de la estación, porque no podía seguir delante de aquel hombre al que amaba, el hombre correcto y a la vez el hombre incorrecto.

Manu me alcanzó en el andén. Me sujetó por los hombros con suavidad, me pidió que esperara un momento. No dijo nada más, solo me miraba como si no fuera capaz de apartar sus ojos de mi. Intenté deshacerme de él con calma, quizá sin poner el empeño suficiente. Nos miramos en silencio. Allí estábamos, casi ya rendidos a la evidencia. En el centro de una ciudad en movimiento nosotros permanecíamos estáticos, mirándonos, intentando quizá congelar el momento, esta nueva despedida. No pude evitar que una lágrima se deslizara a traición. Manu la recogió con su dedo índice.

-No deberías sentirte culpable por sentir.- dijo.

- ¿Acaso tú no te sientes culpable? — Pero él no contestó y las lágrimas ya rodaban por mis mejillas sin posibilidad de detenerse.

No sé de dónde saqué las fuerzas, pero le besé despacio, lo más cerca que pude de la boca, solo rozando un poco el final de sus labios, y me deshice del abrazo.

- Manu de verdad tengo que irme.

El tren acababa de parar junto a nosotros y las puertas se abrieron. No podía permitirme esperar al siguiente. Entré y me derrumbé en un asiento. Por primera vez en mi vida sentía algo que iba más allá de mi misma, algo que estaba conectado con Manu sin remedio. Era la primera vez que tenía esa sensación, todo mi cuerpo había sido invadido y no tenía ni idea de cómo deshacerme de aquello, si es que esa posibilidad existía.

Ya en la calle, a unas manzanas de casa, me detuve en el escaparate de la pastelería. No miraba los dulces, sino mi reflejo. El maquillaje se había esparcido por mis ojos a causa del llanto. Respiré hondo, abrí el bolso, saqué un paquete de pañuelos de papel y humedecí uno con la lengua. Me limpié rápidamente intentando recomponerme. Seleccioné la tarta más bonita y le pedí al dependiente que la metiera en una de esas cajitas que tienen asas en la parte de arriba. Con un rotulador rojo que llevaba en el bolso escribí “te quiero” sobre la caja antes de entrar en casa. Ni siquiera sé porqué lo hice, tal vez la culpabilidad me arrastraba a este tipo de declaraciones que, por lo general, no eran muy habituales en mi.

Marcos abrió la puerta antes de que acabara de girar la llave, me besó apasionadamente. Alcé la caja de la tarta en un intento de alejarlo con suavidad asegurándome de que veía las palabras escritas en rojo. Sonrió, volvió a besarme. Y de pronto me sentí muy bien. Aquel recibimiento tampoco era habitual.

Sin mediar palabra me condujo hasta la habitación. Perdí el bolso y la tarta por el camino. Mientras caminábamos hechos un ovillo hacia la cama cerré los ojos y deseé con todas mis fuerzas estar equivocada respecto a Manu. Deseé que Marcos fuera capaz de enseñarme el camino para llegar de nuevo hasta él, para encontrar la que debía ser mi verdadera casa.

Me desperté en medio de la noche. Durante un momento dudé cuándo me había quedado dormida. Mi estómago se estremeció al recordar el sexo en el baño del bar pero lo hizo aún más al pensar en mi llegada a casa. Me levanté despacio. Me metí en la ducha y me preparé un café. Eran la seis de la mañana del sábado. Podía volver a la cama pero me puse la ropa de correr. El sol estaba a punto de salir cuando la primera canción comenzó a sonar. La inercia de mi vida puso mis piernas en acción, como si por mucho que corriera pudiera huir.

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