El traje azul

Laura Llopis
los relatos de la maga
5 min readFeb 28, 2018

Recomendación musical: Glory Box - Portishead

Ilustración de Eric Hibbeler.

Después de tantos años conteniendo las tropas, la cosa más tonta va a desatar el desastre. Estoy corriendo por la calle para llegar a tiempo a la tintorería. Tengo que recoger el traje azul de Juan que estará en casa nervioso esperándome, como siempre que me hace un encargo. Estoy harta de sus encargos. Como si no tuviera bastante con lo mío… No creo que sea tan importante usar esta noche el traje azul, podría escoger cualquier otro entre las decenas que tiene en el armario. A veces creo que hace este tipo de cosas para fastidiarme, para dejar claro que él es el importante de esta pareja, y aquí estoy, corriendo por la calle y preguntándome cómo he llegado a este punto en el que ya no me reconozco.

Veo la tintorería al girar la esquina. Están bajando la persiana. Lo que faltaba. Tengo que rogar al dependiente que me atienda. Si vuelvo a casa sin el traje voy a tener que enfrentarme a su ira y la verdad es que ya no puedo más. Las últimas semanas han sido realmente difíciles. Desde que el presidente del Gobierno se negó a apoyar el pacto que su partido puso encima de la mesa, han amenazado con dejar de prestar los votos que sostenían el mandato. Al principio pensé que era un lance más de la política, pero la cosa está calentándose demasiado y esta noche darán una rueda de prensa de la que no creo que salga nada bueno.

Él piensa que el mundo debe girar a su alrededor, incluida yo. Sobre todo yo. Y después de tanto tiempo siento que ya no tengo fuerzas para nada más: no quiero competir con su carrera política para tener un poco de atención, no quiero sentirme como una pieza más del engranaje de su vida, una pieza que podría sustituir en cualquier momento si no funciona bien.

A la vez que giro la llave en la cerradura oigo un estruendo en la calle. Me he cruzado con algunos grupos de radicales que van hacia el Parlamento. Dudo si tendrán algo que ver o si ya veo fantasmas donde no los hay influida por Juan. No me sorprende que no haya luz en casa. Se habrá ido otra vez. En los últimos días sucede a veces. Debemos tener algún tipo de problema con la red que no me ha dado tiempo a solucionar, aunque él me lo recuerde cada día.

Nada más abrir la puerta me arranca el traje de las manos sin que me dé tiempo a reaccionar. Me entran ganas de ahogarlo, pero respiro hondo al tiempo que entro en casa. Me dejo caer en la cama mientras se viste rápidamente a la luz de unas velas que ha colocado estratégicamente por la habitación. Aquí tumbada me doy cuenta de que ya no formo parte de esta vida. De hecho, podría desaparecer ahora y nada cambiaría para él. Solo tengo ganas de llorar, así que lloro, aprovechando que no hay luz y no puede verme, ni oírme porque en la calle cada vez hay más jaleo. Siento que necesito encontrar el modo de salir de aquí sin que mi vida se vaya a la mierda. De nuevo me pregunto cómo me he dejado llevar tanto.

De pronto vuelve la luz y la escena me parece todavía más patética. Intento ocultar las lágrimas pero lo cierto es que él ni siquiera me mira. Está mirando por la ventana, ajeno a lo que pasa en nuestra habitación. La distancia que nos separa parece infinita, cuando no hace tanto tiempo me hubiera quedado a vivir en cada uno de sus abrazos. Ahora eso ya no parece posible, ni siquiera probable. Qué coño hago aquí, en esta vida que ya no es mi vida, sino la suya. De pronto digo algo sin pensar “Cuando vuelvas esta noche no estaré”. Lo digo y siento como si un nudo se deshiciera en mi interior. Él vuelve a mirar al interior de la habitación, sin moverse de la ventana. Me mira incrédulo mientras se ajusta la corbata. Creo que hay cierto desprecio en su mirada pero no estoy segura. Se va.

Me quedo quieta unos segundos o quizá minutos, no sé si la amenaza la he dicho en voz alta o no. Pero un resorte me hace saltar de la cama. Busco el móvil en el bolso y le mando un mensaje a mi amiga Susana: “lo dejo, se acabó, esta noche necesito dormir en tu casa”. Abro el armario, saco una pequeña maleta y meto lo primero que encuentro, casi al azar. La necesidad de salir de allí es tan urgente que no me importa qué cosas se vendrán conmigo. Voy al baño y hago lo mismo con algunos productos cosméticos, el cepillo de dientes, poco más. Deambulo un rato por la casa. Me parece la casa de otros. Reconozco mis cosas pero no me reconozco a mí misma en ellas. No sé cuándo me perdí aquí dentro. Repaso una a una las habitaciones. Me parece irreal haber vivido en ellas.

Salgo a la calle sin apagar la luz. Para qué, qué importa. Ahora que por fin ha vuelto la dejo encendida. La casa se queda en silencio como siempre, como cuando estamos en ella. Las calles también están en silencio ahora. Susana solo vive a unas manzanas de casa. Compruebo el teléfono. No ha contestado a mi mensaje. Camino rápido, no quiero mirar atrás.

Susana abre la puerta con cara de espanto, como si acabara de ver un fantasma. La abrazo fuerte, necesito sentir la conexión con alguien después de todos estos meses de soledad, de desprecio y de vacío. Me pongo a llorar al sentir su calor. Ella también llora. No entiendo cuál es su motivo, quizá me compadezca. Aún así le pregunto. Pero en vez de explicármelo, me coge de la mano y me lleva hasta el salón. Allí está la tele encendida. En directo, la rueda de prensa y Juan en primer plano. No escucho lo que dice, solo veo el puto traje azul, impecable, y por mi cabeza comienzan a pasar un montón de pensamientos desordenados, inconexos. De pronto algo llama mi atención, vuelvo a la tele y leo el titular que pasa silencioso por la parte inferior de la pantalla: “Cataluña declara la independencia de España”.

--

--