Extraños

Laura Llopis
los relatos de la maga
3 min readFeb 14, 2018

Recomendación musical: Wilco — How to fight loneliness

Matthew Dawn.

Con lo llorona que soy y he tenido que comprar lágrimas artificiales. Definitivamente esta ciudad está loca. Me vuelve loca. Vuelve loco a mi cuerpo. Las calefacciones a tope. Cuatro capas de ropa para ir por la calle. Luego en el trabajo, te cueces. Los ojos se secan. En la calle me lloran. Es como si un gato me persiguiera todo el día. Con la alergia que me dan. La gente corre de un lado a otro. Siempre hay prisa por llegar. ¿Por llegar a dónde? ¿A trabajar? O al cine, a una cena, a tomar la caña. Da igual que sea ocio. Hay prisa porque todo está lejísimos. Y el metro abarrotado, con personajes de todo tipo, predicadores incluidos. Y la gente empuja. Y cuando llegas por fin al destino, más gente.

La gente corre más por la mañana. Levantarse es una hazaña, teniendo en cuenta el frio que hace en la calle. A mi no me cuesta. Quiero empezar pronto para acabar pronto. Ya llevo dos meses, solo falta otro para que acabe el invierno. Entonces decidiré si me voy o me quedo. Leo lo tiene claro. Te vas. Y no le falta razón. Todo es impersonal. El invierno es más duro. Las distancias más largas. La soledad más espesa, a pesar de Leo. No aguantaré mucho aquí.

No me da tiempo a cruzar. El hombrecillo del semáforo parpadea. Yo también tengo prisa. Por la inercia, creo. El tipo calvo me mira. Siempre me han gustado los calvos. Tienen un aire de honestidad del que carecen los que tienen pelo. No hay nada que esconder, ni la forma de la cabeza. Cada día me fijo en alguien al azar y compongo mi vida con él. El calvo es un buen tipo. Maduro, simpático. Tiene un gato que se llama Cooper. Una pena. Si no fuera por el gato me casaría con él. Vive en las afueras, Aravaca o La Florida y trabaja en Chamberí. Desayuna en Starbucks porque es lo más cercano a su despacho. Su compañera le tira los tejos, pero él no quiere liarse con nadie del trabajo. Ya le asquea bastante, como para llevárselo a casa. Prefiere una artista, como yo, aunque no lo sepa. Me mira desde el otro lado de la calle. Con disimulo. Seguro que está pensando a qué me dedico. Seguro que intenta saber a dónde voy ahora, qué llevo en el bolso gigante y por qué el abrigo parece sacado del armario de mi abuela. Porque lo saqué de ahí. Pero prefiere pensar que en otra vida podría haber sido mi marido, o mejor mi amante. Qué lastima que ni siquiera lo considere un minuto en serio. Porque yo me casaría con él. Ahora mismito si pudiera. Solo tendríamos que resolver el tema de Cooper, que por ahí no paso.

El semáforo sigue rojo. Mejor. Si llego tarde otra vez igual me despiden. Estoy hasta el gorro de las fotos de carnet. ¿Quién se hace todavía fotos de carnet? En serio, no lo entiendo. Si hasta en el gimnasio te hacen la foto con una webcam… Y mi jefe se cree Steve McCurry. Dos horas para colocar a un tipo para la foto del pasaporte. Me dan ganas de ahogarlo. El calvo sigue mirando. Y yo lo miro a él. Es extraño. En esta ciudad nadie se mira a los ojos por la calle. Pero cuando pasa, te enamoras. Es normal. Necesitamos que nos miren, que nos vean, para estar menos solos. ¿Me suena el móvil? Paso de quitarme los guantes para cogerlo, seguro que es Leo. La señora que está a mi lado me sonríe. Querrá advertirme de que suena el teléfono de mi bolsillo. Ya lo he oído señora. Es que no lo pienso coger. Pasa el último coche y el semáforo cambia a verde. Cruzo mirando al calvo sin disimulo. Él también me mira. Ralentizamos al paso al llegar uno al lado del otro. Le sonrío. Noto que se ha enamorado también. Qué pena que nos olvidemos al girar la esquina.

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