La chica de la Estación del Norte (2/4)

Laura Llopis
los relatos de la maga
5 min readJun 21, 2018

Recomendación musical: The Temper Trap _ Love Lost

Ilustración de @rafajenn.

Viene de…

Solo dos frases fueron necesarias para quedar con ella. Y nos vimos. Así de sencillo. Sin los rollos de preliminares a los que estaba acostumbrada cuando hablaba con tíos. Nos encontramos en el Café Federal a última hora de la tarde. Estuve bastante callada. No tenía ganas de contarle de dónde venía. Solo pensar en el entierro me evocaba imágenes que no quería recordar. Y de ahí mi imaginación me llevaba a la casa de Patricia, en la que nunca había estado, a su cama, que la acunaba mientras moría. Sí, era mejor estar callada, escuchar, no dar explicaciones, no atraer pensamientos que no era capaz de manejar, no mostrar mis miedos. No podría explicar ni siquiera por qué la había llamado. Tampoco sabía si quería acostarme con ella. ¿Acaso ese era el mejor momento?

Tomamos unas cervezas y mientras se hizo la hora de la cena. Me propuso ir a picar algo. No tenía hambre pero le dije que sí. Seguirla me parecía más sencillo que explicarle que era hora de irme a casa, a compadecerme, a llorar, a dejar volar los pensamientos que me llevaban hasta la anciana cuyo cuerpo se momificó. Me condujo a un pequeño restaurante a unas calles de allí. Ella miró la carta, pidió la cena y habló durante todo el tiempo. Me sentía cómoda escuchándola. Solo tenía que sonreír de vez en cuando, asentir y contestar con algún monosílabo. Solo tenía que disimular cuando las cortinas cubriendo el féretro en el crematorio venían a mi cabeza. Solo tenía que permanecer atenta a sus palabras cuando me imaginaba a mí misma en el suelo de la bañera. Eso bastaba, al menos para ella. Me contó en qué trabajaba, cuál era el último viaje que había hecho, que la carne le gustaba poco hecha y que practicaba Pilates. Habló de un montón de cosas que ya no recuerdo, en cambio no creo que pueda olvidar lo que sentí cuando me rozó la mano. Lo hizo varias veces: al servir el vino, al pasarme el pan… Me gustó su tacto, cálido y suave. Me gustó mucho su tacto.

Salimos a la calle al cabo de dos horas. Habíamos bebido, no mucho, aunque para mí lo suficiente. Me propuso ir a su casa. Y acepté. Fue como tirar de la palanca de un pinball y soltar la bola. Paró un taxi y le dio la indicación. Durante el trayecto no hablamos. Solo deslizó la mano por mi pierna hasta que encontró el extremo de la falda, por donde se coló. Me acarició despacio. Me dejé hacer. No tenía ni idea de lo que iba a sentir, de si sería como acostarse con un hombre o no. Mi piel reaccionaba del mismo modo al contacto con sus dedos, pero mi corazón estaba más agitado, sentía más calor. No podía estar segura de si aquello lo provocaba que ella fuera una mujer o que era la primera vez que me encontraba en esa situación. La bola del pinball siguió paseando por la maquina, rebotando en los laterales, buscando un sitio por donde colarse.

Y se coló en su habitación. La primera puerta a la izquierda. Me dejó allí unos minutos, mientras ella se perdía por la casa. Curioseé entre sus cosas, olí una camiseta que había dejado olvidada sobre la cama, repasé los libros de una estantería que había en un rincón. Me gustaba lo que lo leía, me gustaba imaginarla leyendo tumbada en la cama, antes de acostarse. Entró en la habitación al mismo tiempo que yo recolocaba uno de los libros. Sonrió mientras se acercaba y me sujetó la cabeza con ambas manos, en un gesto que empezó lento pero se volvió veloz en su boca, besándome con urgencia, como si no pudiera esperar más. Luego se apartó lentamente y me miró con expresión seria, escrutándome. Tranquila, dijo, te voy a tratar muy bien. Entonces la urgencia volvió a una de sus manos que hundió en mi melena, primero tiró de ella hacia atrás y luego me atrajo hacia su boca, que empezó a recorrer mi cuerpo. Mis piernas se aflojaron, mi ropa se fue deslizando hasta llegar al suelo. Todo menos la falda, por la que sus manos se colaban una y otra vez. Ella sabía lo que hacía, dónde tenía que acariciar, cómo avanzar con la lengua, dónde presionar con fuerza y dónde rozar. Yo solo era la bola que se escurría por la máquina, esperando el siguiente toque.

Y aquellos toques por su pantalla me gustaban. Pero mientras me dejaba hacer no sabía si sería capaz de pasar a la acción, si podría ponerme en su lugar y darle el placer que ella esperaba. Sentir tan cerca ese cuerpo igual al mío, y tan diferente. Porque el sexo de una noche tiene muchos matices. No como el sexo cotidiano donde todo es predecible, donde los cuerpos se conocen tan bien que no hay margen para el vértigo. Aquello, en cambio, era nuevo por el desconocimiento del cuerpo y porque estaba con una mujer. La búsqueda del placer era igual pero cambiar el rol y proporcionarlo, me parecía otra cosa.

Pensé en echarme atrás, salir de allí en cualquier momento, sin embargo no podía apartarme de ella mientras su boca y sus manos me hacían sentir todo aquello. Sentir que sus dedos siempre estaban en el lugar correcto, que su boca se encontraba con mi boca en el preciso momento en que la entreabría para besarla. Era como ir a una ciudad por primera vez y descubrir que ya la conocías, que sabías orientarte por sus calles, que todo te resultaba familiar.

Pero no pude pasar a la acción, no pude dejarme llevar más allá de las caricias. Le di placer aunque no del mismo modo que ella lo había hecho conmigo. No como debería haberlo hecho sino fuera porque sentía que no tendría que estar allí, que solo había llegado huyendo del miedo a morir, de la soledad, de acabar como Patricia o peor aún momificada. Ella parecía entenderme sin llegar a saber lo que pasaba por mi cabeza. Estuvo paciente, no te preocupes, no tienes que hacer nada que no quieras hacer.

Pese a mis ganas de huir casi al inicio, la noche se alargó hasta el amanecer. Descubrí todo el placer que era capaz de sentir en solo unas horas, nuevas sensaciones que me llevaban a perderme por sus brazos, por el hueco que dejaba entre los pechos y la barbilla cuando su cabeza se rendía sobre la almohada, me perdía entre sus dedos mientras los seguía con los míos y me aferraba a ella cuando el vértigo era demasiado intenso. Y la recuerdo quieta, al final, observándome mientras yo hacía lo mismo para grabarla en mi memoria, porque sabía que no volvería verla, por muy sola que me sintiera.

Sigue en…

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