La chica de la Estación del Norte (4/4)

Laura Llopis
los relatos de la maga
5 min readJun 21, 2018

Recomendación musical: Radiohead — Creep)

Ilustración de @tanvi.lakhotia_autografy.

Viene de…

Algo se retorció dentro de mí. Quizá siempre estuvo así, quizá yo lo enrosqué todavía más. El caso es que me estaba ahogando. Fui a trabajar temiendo que todos se dieran cuenta de lo que me había pasado y también temiendo que Marga hubiera hablado con Alex y me pidiera explicaciones. No sucedió ninguna de las dos cosas. Me sentí un poco aliviada. Aún así, pasé el peor día de mi vida. No era capaz de iniciar y acabar una tarea. Me levantaba cada pocos minutos: para ir a por un café, para estirar las piernas, para ir al aseo. Una vez allí, me encerraba y lloraba. El día pasó lento, no hablé con nadie hasta que Marga se acercó a mi mesa a preguntarme. No me encuentro bien… Bueno, no lo suficiente para irme a casa… No, no te preocupes, se me pasará… Pero yo sabía que no se me iba a pasar.

Después del trabajo no crucé la estación. Fui al centro de salud. Esperé casi una hora hasta que el médico de guardia me atendió. Vengo a que me recete la pastilla del día después. Levantó la cabeza del talonario de recetas y me miró sin decir nada. Tendría unos años más que yo, vestía bien debajo de la bata de médico: unos pantalones chinos grises y una camisa blanca de marca. El pelo recién cortado, las manos cuidadas. Ya no hace falta receta para comprarlas, pero si necesitas algo más… ¿Te encuentras bien? Me pareció que intuía que algo iba mal. Tuve ganas de decirle la verdad, que no estaba bien, que no sabía si me habían violado, que creía que era culpa mía, que con cuarenta años me daba vergüenza admitirlo, que pensaba que nadie iba a creerme… Quizá él sí, pero qué más daba ya. Sí, todo bien, ha sido un accidente.

Los dos días siguientes fueron terribles: dolores de cabeza, vómitos, sangrado, calambres… Pero aquello no era lo peor. Lo peor era verme a mí misma en el espejo, era el desorden por toda la casa, mi pelo sucio sujeto en una coleta, la televisión en marcha de día y de noche, los intentos de dormir con la luz encendida, el sentimiento de vergüenza en todo momento. Volví a faltar al trabajo. Allí no pareció importar mucho mi ausencia.

Esos días decidí que ya no podía continuar así. Estaba harta de Valencia, de sentirme mal, de buscar algo que no podría reconocer aunque lo encontrara pues intuía que el problema estaba en mí y tendría que resolverlo primero. Estar en casa me asfixiaba, necesitaba salir, así que cuando por fin me sentí con fuerzas salí a la calle. Había estado pensando mucho en lo que había pasado con Alex y quería hablar con él, disculparme. Vivía a solo unas manzanas.

Llamé al timbre. No contestó. Mientras decidía si debía esperarlo o era mejor dejarlo correr, un vecino salió. Aproveché para entrar y me fui directa al rellano, junto a su puerta. Me senté allí. No sé cuánto tiempo pasó. Me quedé dormida. Me despertó el ruido del ascensor y al abrir los ojos vi la cara de Alex, los ojos muy abiertos, mirándome desde lo alto.

- ¿Qué haces aquí? — preguntó.

- Solo quería disculparme por lo del otro día… — empecé.

- No hacía falta que vinieras. No pasa nada.

- Quería hacerlo de todos modos. No estuvo bien, tú necesitabas hablar y yo…

- Deberías haberme avisado de que vendrías. Tengo muchas cosas que hacer. Siento que hayas estado esperando para nada.- Dijo mientras metía la llave en la cerradura.

- No pasa nada. He estado enferma unos días y necesitaba salir a que me diera el aire.

- …

- Bueno, gracias por no contárselo a Marga.

- …

- Ya me voy. Nos vemos pronto.

Salí a la calle. Las mejillas rojas, el calor subía por mi cuello, el nudo en la garganta y por fin las lágrimas. Ya no podía humillarme más. Caminé despacio mientras buscaba el móvil dentro de mi bolso. No había notificaciones. Volví a casa y escribí un mail a mi jefe. Sirva este correo para hacer efectiva mi dimisión… Después llamé al dueño de la casa en la que vivía. Siento avisarte con tan poco tiempo pero me voy. Sí, me ha salido un trabajo en otra ciudad. Sí, he estado muy cómoda en esta casa. Dejaré el piso cuando acabe el mes. Gracias. Contacté por internet con una empresa de mudanzas. No tenía muchas cosas pero necesitaba que alguien las llevara a casa de mi madre hasta que decidiera cuál era el siguiente paso. A finales de semana, ya tenía todo organizado.

Llegué a la Estación del Norte con una mochila en la espalda. No tenía destino fijo. Pensaba viajar unas semanas y luego intentar ordenar mi vida. Fui a la taquilla. El tipo gris que vendía billetes ya no estaba. Miré los horarios. El próximo tren a Barcelona salía en poco más de una hora. Podría empezar por allí y luego ya vería. Me fui al bar y desde allí compré el billete por internet. Pedí un café, saqué una libreta que acaba de comprar y me dispuse a escribir: cosas que quiero hacer. No sabía por dónde empezar. Levanté la mirada. La cafetería estaba llena de gente, nadie que fuera capaz de distraerme del quehacer que me había impuesto.

Pero entra un nuevo cliente. Se acerca al camarero como si lo conociera, pide algo y se dirige a una mesa. Me llama la atención por dos cosas: lleva una mochila igual que la mía y su cara me resulta familiar. Intento averiguar de qué lo conozco pero no lo consigo. Mi móvil se ilumina. Tienes un mensaje. Abro la aplicación dispuesta a borrarla. Ya no me interesa conocer a nadie. El primer perfil que aparece es el del tipo que acaba de entrar y entonces lo reconozco. Es el vendedor de billetes. Lo miro desde mi mesa, él me mira y sonríe tímido. Vuelvo al móvil, borro la aplicación y recojo mis cosas. El tren saldrá en un rato. De camino a la salida me acerco a su mesa:

- ¿Hoy no vendes billetes?- le pregunto.

- No, hoy viajo, por fin.

- ¿A dónde vas?

- Aún no lo sé. Empezaré por Barcelona y luego ya veremos.

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