Mis fotos de ti

Laura Llopis
los relatos de la maga
5 min readMar 26, 2018
Ilustración de Pascal Campion

(Recomendación musical: Pictures of you _ The Cure)

No quiero abrir los ojos a pesar de oír mi nombre más allá de mis párpados. Aquí estoy bien, aquí todo está bien. Cuando abra los ojos no sé cómo estarán las cosas al otro lado.

Alberto, despierta, estoy aquí. Es Ana. Esta aquí. ¿Me he muerto? Pregunto. Y Ana sonríe. Los médicos dicen que ha habido una complicación pero al final no ha pasado nada, estás bien. Pero algo ha cambiado, sé que ha cambiado.

El médico entra en la sala de reanimación. Nos has dado un susto, parecía que te ibas, pero al final has podido. Sí, lo recuerdo. ¿Lo recuerdas? Sí, he respirado hondo para calmarme cuando el aparato ha dejado de pitar.

Ana sigue a mi lado. Me mira incrédula. El médico también parece extrañado pero no dice nada. Se hace el silencio, pero yo tengo un nudo en la garganta. Creí que no estarías aquí cuando despertara. Lo siento. Y unas lágrimas se deslizan calientes por mi cara. Es la anestesia, dice el médico, a muchos les da por llorar, no te preocupes, todo está bien. Pasaré luego a verte.

Nos quedamos solos de nuevo. Ana está a mi lado, pero está ausente. Quizá es demasiado tarde, quizá tendría que haber muerto. No quise hacerlo Ana. Déjalo ya, dice ella. Ahora céntrate en recuperarte, luego ya veremos.

Me llevan a la habitación. Pablo está en el pasillo con su abuela. Papá, ¿estás bien? Si, hijo, estoy bien. Pablo es muy inocente, pese a su edad, se cree todo lo que le decimos. Es un buen niño, por eso lo pasa mal en el colegio, porque los demás no lo entienden. Es incapaz de ver la maldad, de pensar algo retorcido. Solo se haría daño a sí mismo, a nadie más. Los médicos dijeron desde el principio que algo no iba bien, pero yo creo que Pablo es especial por algún motivo. No ha sido fácil, vivir con una enfermedad nunca lo es. Ana y yo siempre hemos estado ahí, como debe ser, pero es duro, durísimo.

Papá, ¿por qué estás en el hospital? Porque mi corazón estaba cansado y necesitaba que le dieran un masaje, como cuando te duele la espalda. Ahora ya está bien, no tienes que preocuparte de nada. En cambio yo sí me preocupo, ¿quién cuidará de él cuando no estemos? ¿Cómo podrá enfrentarse a toda la maldad él solo? ¿Qué pasará si Ana decide dejarme?

El médico vuelve a entrar, esta vez va acompañado de una mujer. Nos gustaría hablar contigo a solas, dice. Ana coge al niño y salen de la habitación. Quiero presentarte a Nuria, es enfermera de la UCI, lleva 20 años trabajando aquí y está escribiendo su tesis doctoral. Tu caso le interesa.

Nuria es una mujer de unos cuarenta y todos, delgada, con ojeras. Se mueve rápido por la habitación. Mientras el médico habla, ella ha comprobado la historia, ha echado un vistazo al gotero que llevo puesto y ha cogido una silla que ha colocado junto a la cama. Me mira con cierta ternura. Empieza a hablar despacio. Verás, tengo una tesis que se basa en que la muerte no es tan terrible como solemos imaginar. Investigo casos de experiencias cercanas a la muerte, como la que creo que has tenido. Me gustaría saber qué viste, pero antes debo preguntarte si estás dispuesto a contármelo. Yo no te juzgaré, solo quiero saber qué te pasó.

No sé si he entendido bien. ¿Experiencia cercana a la muerte? Pensé que estaba soñando, pero parece que no. No sé en qué le puede ayudar a esta mujer lo que me ha pasado, pero decido aceptar. Ella sonríe y me da la gracias. Empecemos pues, dice. ¿Tuviste algún problema antes de venir al hospital? ¿Algo fuera de lo normal que pudiera haber provocado el infarto?

Ya no sé si quiero hacer esto. No puedo contarle a esta mujer lo que pasó. No puedo decir en voz alta lo que hice. Me siento avergonzado. Ella espera mi respuesta. Preferiría no contestar a esto. Ella asiente. De acuerdo, podrías decirme lo que viste. La maquina dejó de pitar y supe que iba a morir. Me puse muy nervioso, así que intenté respirar hondo, calmarme, para despejar mi cabeza. Entonces la máquina comenzó a pitar de nuevo. Bien, eso está muy bien, dice ella. ¿Alguna cosa más que recuerdes? No. ¿Te importaría que vuelva mañana por si has recordado algo? Asiento.

Me quedo solo. Lo recuerdo todo, pero no he querido contárselo. ¿Cómo le explico lo que le hice a Ana? Yo, que nunca he matado una mosca, en cambio a ella le hice daño. Estaba furioso, ella estaba furiosa, dijimos cosas que no queríamos decir, y entonces le golpeé. Ella no me lo perdonará. No tengo una explicación, no puedo entender qué me pasó.

Intento ir hacia atrás. La máquina quedó en silencio, por eso respiré hondo, porque sentí que se acababa. Pero lo que pasó antes, cómo llegué ahí. Nadie va a creerme, es un tópico. Una habitación sin puertas ni ventanas, con fotos mías colgadas de las paredes, fotos sin cronología, sin lógica. Allí estaban mis recuerdos, algunos de ellos. Un beso apasionadísimo con mi primera novia, un amanecer en la llanura del Serengueti, un paseo en barca por un río de una ciudad que no recuerdo, las lentejas que me cocinaba mi abuela los domingos de resaca, y mi hijo Pablo. Todos puestos allí, como un museo de mi vida. Y las fotos de ti, Ana, las que nunca querría romper.

Si voy más atrás: la sensación de vacío, el frío bajo mis pies descalzos, el camisón verde… Más tópicos. Los pitidos de la máquina a través de la pared, acercarme al muro y que se desplace, entrar en el quirófano, desfibrilador, cuenta atrás. Más tópicos. No puedo contarle esto. No quiero sentirme más vulnerable de lo que ya me siento. Solo quiero hablar con Ana, pedirle perdón.

Estoy muy cansado. Cierro los ojos. Imagino que en este mar de tópicos Ana vendrá de un momento a otro a la habitación. La miraré a los ojos y le pediré perdón. Ella aceptará. Volveremos a casa. Yo seré un hombre nuevo, aprovecharé esta experiencia para cambiar mi vida. Dejaré de ser un egoísta, lucharé por mi familia… Más tópicos.

La puerta se abre. No es Ana, es mi hermano. Le pregunto por ella. No va a venir, dice. Y no hace falta que siga, porque ya sé que ella le ha contado todo, que se ha terminado, que aunque solo fuera una vez, una equivocación, ella no va a perdonarme. Le pido a mi hermano que se vaya. Cierro los ojos de nuevo, quiero volver a esa habitación sin puertas ni ventanas, donde solo había paz.

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