Tomar las riendas

Laura Llopis
los relatos de la maga
4 min readMar 7, 2018

Recomendación musical: Mad world — Gary Jules

Ilustración de Jan Siemen

El director de marketing acabó la reunión con una sentencia: la campaña del Black Phone tiene que ser la mejor campaña de publicidad que se haya hecho nunca.

Y con ese encargo salimos. Todavía no podía creer lo que nos habían contado. Un móvil que da un salto hacia delante del que ya no podremos volver. Una nueva inteligencia artificial capaz de ocupar el lugar de su propietario en cualquier situación que no requiera presencia física. Era una evolución de Siri como nunca se había imaginado. Bueno, en realidad sí, pero solo en la ficción.

Jorge, el director creativo estaba eufórico. Por fin un producto a la altura de sus ideas, podría hacer una gran campaña mundial. Estaba convencido de que con ese producto daría el gran salto de su carrera y con el pedazo de presupuesto que nos habían dado lo cierto es que no había límites para imaginar.

En cambio yo salí un poco turbado de la reunión. ¿De verdad crees que esto es positivo? Ya sé que no podemos poner puertas al campo, pero esto realmente da miedo. Para nada, dijo él, esto es lo que necesitaba, ¿te imaginas no tener que perder el tiempo en contestar wasaps, ni chequear las redes sociales? Lo hace el teléfono por ti, incluso cancela citas a las que no llegarás o llama a tu padre para decirle que estás bien sin que se entere de que no eres tú. Y al final del día te hace un resumen de las cosas importantes. Es una maravilla.

Nos había dado un móvil a cada uno después de firmar un contrato de confidencialidad con unas cláusulas tan tremendas que si no cumplíamos el acuerdo poco menos que nos quedábamos en la calle de por vida. Yo no estaba tan entusiasmado como Jorge pero ya había firmado y llevaba un teléfono en la mochila. Él insistía machacón: ¿Qué pierdes por probar? La verdad es que nada. Mi vida ya era bastante caótica. Quizá el móvil me ayudara a ordenarla.

Llegué a casa con el aparato. Habíamos acordado probarlo el fin de semana y el lunes empezar a trabajar. El móvil no me importaba nada, como mi trabajo. Estaba tan frustrado de que mi carrera consistiera en vender cosas absurdas que la motivación no llegaba con ningún nuevo proyecto. Yo solo quería coger mi mochila y largarme un tiempo, a ver mundo.

Abrí la caja y miré el interior con curiosidad. Parecía un móvil normal. Era negro, con unas líneas curvas en las esquinas. No tenía un solo botón, ni ningún puerto donde meter un cable. Cómo se encendía aquello. Busqué el libro de instrucciones para ver el clásico dibujo del aparato del que salen flechas indicando las funcionalidades. Pero no había libro, solo una cuartilla y una única frase: sostenga el móvil con la mano y diga “hola”. Me dio la risa.

Ok, pues “hola”, ¿hay alguien ahí? Dije medio en broma. “Hola” contestó una voz. Por favor, ponga el dedo pulgar sobre la pantalla para iniciar. Puse el dedo y el aparato se encendió. A continuación me pidió que introdujera mi número de teléfono y el DNI. Una ruedecita como de reloj antiguo comenzó a girar. Un minuto después el móvil dijo que estaba listo.

- ¿Listo? ¿Y por dónde empezamos?

- Quizá te gustaría oír un poco de música mientras descubres todo lo que puedo hacer, dijo el móvil. Se conectó con el altavoz que tenía sobre la mesa y reprodujo una canción.

- ¿Qué está sonando?

- Es el último disco de Muse. Lo han publicado esta mañana.

- ¿Perdona?

- He pensado que te gustaría escucharlo mientras nos conocemos.

Lo miré incrédulo. ¿En serio estaba pasando esto? Solo había introducido mi teléfono y DNI y el aparato ya sabía cuál era mi grupo favorito. Se había conectado a un altavoz que estaba apagado y me hablaba como si fuera una persona, había dicho “he pensado”. Sentí una mezcla de perturbación y curiosidad. Era como en aquella película dónde Joaquin Phoenix se enamora del sistema operativo al que pone voz Scarlett Johansson. Venga va, esto no puede ser real. Pero no solo era real, sino que la voz del aparato era la mía.

Pasé las siguientes horas hablando con el teléfono o conmigo mismo. En ese tiempo revisó mi nevera, hizo un encargo al supermercado, repasó el contenido de mis armarios, me recordó que me había atrasado con la ITV del coche y que el cumpleaños de mi novia estaba cerca. Hizo tres sugerencias de regalos que me parecieron bien, y para colmo me recomendó cambiar de banco por uno que tenía mejores condiciones en su cuenta nómina que el mío. En solo cinco horas, aquel aparato hizo todas las tareas que yo llevaba postergando meses.

Salí a cenar. No podía hablar del móvil ni sacarlo de casa, pero tampoco lo necesitaba. Le había dado autonomía para contestar a los mensajes, llamadas y notificaciones. Tenía que probar todas las funcionalidades y total, qué podía pasar en unas horas. La cena se alargó, luego nos fuimos a tomar unas copas, llegué a casa agotado y me acosté.

Al día siguiente lo primero que hice fue buscar el móvil. En cuanto lo cogí, la pantalla se iluminó y mostró una notificación: resumen del día pendiente. Pulsé. El móvil con mi voz comenzó a hablar: he contestado 67 wasaps ninguno importante; mañana llegarán los pedidos del supermercado y de la tienda de ropa; tu padre quiere que vayas a comer; he comprado un billete de avión de ida a Tokio para dentro de un mes y he mandado una carta de dimisión al trabajo.

Treinta días después aterricé en Narita. Solo llevaba una mochila. El teléfono lo había devuelto y había recuperado el antiguo, que era menos listo pero me servía para comunicarme. Lo primero que vi al entrar en la terminal fue una valla publicitaria. El eslogan decía: Nuevo Black Phone, el primer móvil que toma las riendas de tu vida.

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