Buenas noticias para el sediento

Jaime Quero
Lumbrera
Published in
3 min readFeb 22, 2021

Cada mañana nos despertamos y levantamos de la cama para cumplir con nuestros deberes. Disfrutamos, lo mejor posible, de las cosas que tenemos; de las personas con las que nos relacionamos y de los logros que hemos alcanzado. Nos alimentamos, descansamos y, en mayor o menor medida, asumimos nuestra cotidianidad. Dedicamos nuestros tiempos libres a practicar lo que nos gusta, a fomentar pasatiempos. Nos sumergimos en videojuegos, películas, series, libros, deportes o cualesquiera sean las cosas que nos atraigan y nos permitan evadir la responsabilidad o el compromiso. Procuramos desarrollarnos académicamente, amasando conocimientos y experiencias para vivir una vida decente, velando por nosotros mismos.

Salimos a tomar con nuestros amigos, vamos a fiesta y ligamos, cada vez que surge la oportunidad. ¡Somos buenos! Procuramos no hacer mal a nadie, en la medida que podamos evitarlo y siempre y cuando no nos veamos perjudicados.

Con respecto al amor, nos gusta la diversidad, intimar con varias parejas antes de decidir con quién pasaremos buena parte de nuestra vida, si es que nos casamos. Y si asumimos el matrimonio, sabemos que no es para siempre, que en algún momento acabará. Si tenemos hijos, tratamos de educarlos de la misma manera que nos educaron a nosotros, porque suponemos que es lo correcto.

De vez en cuando decidimos creer en algo más allá del mundo que podemos ver, por lo general, nuestras creencias son heredadas, somos religiosos por las costumbres de nuestra familia. Asistimos a templos de fe, sin fe. En cambio, cargamos siempre con un compromiso por tradición.

Cada mañana nos despertamos sin agradecer, porque no sabemos qué hay que agradecer. Hay cosas que no agradecemos porque las merecemos; ¡nos hemos esforzado tanto!

Así vivimos… o eso creemos, porque cuando creemos que estamos viviendo, entonces estamos muriendo. Lenta, agónica y sin esperanza. Lo más alarmante de esta situación, es que no podemos darnos cuenta de ello.

Hasta que, en cierta ocasión e incluso, en varias ocasiones alguien llega y nos habla de un hombre llamado Jesús, un hombre sin igual, con un mensaje sin igual, que se centra en la buena noticia de la salvación.

¿Salvación? ¿Salvación de qué o quién?

Al igual que no sabemos qué agradecer, tampoco sabemos de qué fuimos salvados. Pero mientras más escuchamos este mensaje, más atraídos nos sentimos. Este hombre daba un mensaje de amor y hostil a la vez. Porque nosotros somos buenos, y él decía que éramos malos, que todo lo que sale de nosotros, es malo. Nosotros hacemos buenas cosas, pero él dice que nada de lo que hagamos podrá justificarnos ante Dios; dice que la única cosa que nos justificará ante Dios, es creer en él.

“¡Menudo fanfarrón!, no me extraña que lo hayan crucificado”, pensamos.

Y luego nos damos cuenta que ese mensaje es hostil porque creemos que somos buenos, porque creemos que somos dignos y merecemos lo mejor. Creemos que el cielo lo tenemos ganado, y aún con nuestras actitudes y defectos, pensamos que Dios será blando con nosotros porque sabe que no somos perfectos. Así vivimos, o más bien morimos; sedientos, caminando por un camino árido y yermo alejándonos de Dios.

La buena noticia, presupone la mala. Y la mala es que todos, absolutamente todos, somos malos, pecadores y andamos alejados de Dios, ignorándolo y andando como si no existiera. Somos enemigos de Él. La buena noticia es que Jesús vino a reconciliarnos con Dios, y a darnos la oportunidad de alcanzar la plenitud que no hemos dejado de buscar.

Algunos hemos escuchado el mensaje y hemos reconocido nuestra maldad, nuestro pecado, arrepintiéndonos, volviéndonos del camino árido y marchito para beber de la fuente de vida, del agua que nos quita la sed una vez y por todas. Hoy vivimos creyendo en Jesús, el hijo de Dios, Dios encarnado, completamente hombre, completamente Dios. Quien dio su vida para que todos los que en Él creen tengan salvación y vida eterna.

Debido a eso, cada mañana nos levantamos agradeciendo y viviendo para agradarle, porque, indudablemente, llegará la mañana en la que no despertaremos y tendremos que presentarnos ante Él.

--

--