El Alzheimer y la resistencia de la fe.

Historias familiares.

Moisés Mangonés Cordero
Lumbrera
11 min readDec 7, 2021

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“Ha zozobrado en los mares del olvido”, este es el análisis conceptual, la expresión poética que lanza mi padre frente a nuestra tía, su tía paterna Perla, mientras ella en su sillón divaga y repite una y otra vez las mismas cosas. Perla, como la llaman desde niña, nacida en la década de los años 30, es el último eslabón de la generación de mi abuelo quien fue su hermano mayor, un navegante fluvial y de cabotaje que murió cuando mi papá era apenas un púbero hace unos 60 años y que hoy sería un hombre centenario. Mi tía Perla, con 91 años, pocas veces fue llamada por su nombre de pila, Elvira Elisabeth, pues en algún momento inmemorable de su niñez del que no se sabe tiempo ni exactitud y como en una suerte de renombramiento bíblico, alguien consideró apropiado a su belleza el nombre de Perla, al cual ha respondido durante toda su vida, aunque el presagio de que deje de responder a éste, amenaza cada día más con traspasar el umbral de la fantasía a la realidad; una bruma de olvido parece haberse posado sobre su persona, y a pesar de que su nombre de bautizo o su apodo permanente sea quizás de las últimas cosas que el olvido logre alcanzar en su persecución contra sus recuerdos, ya ha ido perdiendo una a una remembranzas que eran su vida misma.

Su vida avanza hacia el olvido total del pasado, al tiempo que yace inmóvil ante el presente y como encallada en el tiempo ya no sufre de expectativas sobre el futuro; los tiempos se han vuelto impotables, irretenibles para su memoria que va en una procesión indetenible hacia su niñez, y aunque los días azules y despreocupados de la infancia son el sueño de muchos, este no es ese tránsito onírico y agradable que muchos añoran, sino uno en el que se van desprendiendo de a poco todos los elementos que los años y su trasegar habían aferrado al corazón; los recuerdos, las confidencias y todo lo vivido, las cosas que hacen a una persona ser.

Alguna vez escuché a un autor expresar que si llegaba a perder la memoria algún día, lo único que deseaba recordar eran los pilares de su fe, sobre Dios, su necesidad de un Salvador y la persona de Cristo. Era un autor cristiano que valoraba como lo más digno de recordar al Evangelio, las buenas nuevas cercanas a cumplir dos milenios, que aunque milenarias siguen estando vigentes y no pierden relevancia ni novedad. Para cada hombre que las halle en este siglo o en el venidero la expectación sigue siendo la misma que fue para los hombres de antaño, pues las cosas sagradas siempre han tenido un gran valor en la memoria de los hombres durante todas las edades y épocas, y se constituyen en un patrimonio interno difícil de desprender de la memoria, aun por el mismo Alzheimer.

Una investigación del doctor Benjamin Mast, PhD de la Wayne State University y bachellor in arts del Calvin College, se enfoca en el poder de los recuerdos que están vinculados a lo sagrado, la fe de las personas, sus elementos y cómo estos resisten al Alzheimer. El doctor documenta en su libro Second Forgetting casos como el de un hombre gravemente afectado por esta enfermedad que responde a la lectura de pasajes de la Biblia, los recita y también susurra himnos religiosos, todo esto a pesar de haber olvidado hasta el nombre de sus hijos.

Mi tía Perla, al igual que el hombre del libro, también tuvo la oportunidad de acumular recuerdos sobre lo sagrado y anclarlos a lo más profundo de su memoria. Aún en medio de sus soliloquios se le escucha hablar sobre Dios y responder con amenes, son reflejos que aún no ha perdido, como la relación de Dios con el bien y el temor al mal que aún expresa. Es curioso que conceptos tan complejos como el bien y el mal (el dualismo) aún sobrevivan en su conciencia a pesar de que ya no logra sostener un hilo de palabras coherentes desde hace mucho tiempo. Yo lo asocio al desarrollo temprano, quizás infantil de una educación religiosa. Es probable que estas nociones se hayan afianzado en su juventud en la que sucedió la historia más increíble de su vida, una serie de eventos memorables que son su patrimonio mental y del que aún conserva fragmentos resguardados en sus recuerdos, una historia cuyas minucias ya no pueden ser referidas por su propia protagonista, pero son suficientes las narraciones que han trascendido entre la familia para hilvanar el buen relato que es, con todo lo de fantasía y tragedia que lo componen.

Todo comenzó en su pueblo natal en Córdoba, Lorica, que para su época era una comunidad floreciente de comerciantes criollos, italianos y árabes; también llamada popularmente Lorica Saudita, de ahí, fue llevada a Barranquilla, la principal ciudad del Caribe colombiano, para recibir tratamiento médico por una dolencia crónica en su pierna, un dolor severo que auguraba un mal peor. Tras su llegada y seguramente en medio de mil preocupaciones no imaginaba que a su estancia en Barranquilla le seguiría embarcarse en un viaje extraordinario, una expedición a paisajes extraños y exóticos, inimaginables para una joven provinciana de los años 30; un viaje que, para su contexto, difícilmente el más ocurrente y fantasioso cuentero de la mágica Lorica Saudita hubiera podido augurarle a Perla, una adolescente de menos de 20 años.

Lorica, Córdoba, Colombia, foto de FONTUR entidad de Mincomercio, Industria y Turismo, Colombia.

En la búsqueda de tratamiento médico se establecieron en la ciudad y Perla al parecer recibía asistencia en la Clínica Bautista, un cuerpo médico auspiciado por una misión bautista estadounidense que para los años 40 era nueva en estas latitudes tradicionalmente católicas, y con la cual Perla empezó un vínculo religioso, esta comunidad bautista reformada tuvo una fácil acogida en Barranquilla, que era una ciudad acostumbrada a los inmigrantes y que nunca presentó resistencia a los árabes, ni a los judíos, ni a los europeos, por lo cual no era de extrañarse que tampoco a protestantes americanos como los bautistas, más cuando estos empezaron a prestar un servicio comunitario tan valioso como la medicina y la educación. Sobre mi tía abuela Perla y los pormenores de su fe juvenil se sabe poco y hoy es imposible indagarlos de ella, pues han quedado sumergidos en un océano insondable de olvido. Lo que sí se sabe es que por medio de la iglesia bautista fue llevada a los Estados Unidos, un viaje que marcó su vida para siempre; una travesía que para la primera mitad del siglo XX solo estaba reservada para los diplomáticos, políticos y acaudalados comerciantes del país. Así fue como, teniendo apenas unos veinte años, arribó a Baltimore, Maryland, donde aprendió el idioma, se integró a la iglesia bautista de Baltimore, conoció el invierno y por supuesto la nieve, aquella de la que quizás solo había escuchado por las radionovelas en Lorica. Lo trágico de la historia es que en los Estados Unidos su pierna le fue amputada; aún así y a pesar de lo traumático de la pérdida y del hecho de estar sola en un país extranjero, permaneció en Baltimore donde fue cobijada por una dama estadounidense que le brindó cariño y cuidado como a una hija propia, y durante los muchos y largos meses de rehabilitación física la mantuvo en su casa, brindándole siempre cristiana hospitalidad, la misma que le prodigó durante las otras ocasiones en que volvió a los Estados Unidos.

Baltimore snow day photos from Dec 14, 1951. Cortesía de los archivos de The Baltimore Sun de la Universidad de Maryland, Condado de Baltimore. (The Baltimore Sun)

Mi tía regresó a Colombia y el resto de sus años anduvo con una prótesis a la que se adaptó con la misma inteligencia con la que se desenvolvió en el extranjero, llevando una vida totalmente funcional en Barranquilla, donde logró con mucho esmero trabajar, formar una familia, superar sus limitaciones y afrontar una nueva tragedia, la de una viudez temprana que la dejó como madre soltera para el resto de su vida. A pesar de todo esto, su travesía por el mundo y por la vida había formado en ella un carácter lo suficientemente fuerte como para responder con coraje a cada nuevo embate del tiempo demostrando su gran resistencia y entereza, la misma que muestra ahora en el tránsito a sus días otoñales donde sus muchas vivencias parecen no reposar ya en su depositario original, su memoria, sino que como hojas secas caen una a una, recogidas por sus descendientes y parientes a los que tanto amor les prodigó y son repasadas en nuestras reuniones familiares y por primera vez en un escrito como este.

El Alzheimer nos ha privado de una ventana al pasado y de un asomo a la fe de mis ancestros como ella. Perla era para mi padre una relatora de historias sobre mi abuelo que murió en el albor de su vida dejando en orfandad a sus hijos; a la vez, mi abuelo era para ella una referencia al pasado, pues ella misma también sufrió la orfandad siendo una niña y mi abuelo, su hermano mayor, era quien le relataba historias sobre su padre, un fervoroso conservador de armas tomar que murió en un enfrentamiento durante la violencia de los años 30. He allí una simbiosis de relatos y de memorias que han sido interrumpidas por el tiempo y sus muertos, como es natural, pero hoy, como novedad, por causa del Alzheimer, que ha dejado escondidas las historias de Perla, su extraordinaria travesía juvenil a América y su fe.

Ahora, sobre si el Alzheimer puede avanzar tanto como para borrar la fe de una persona, hay que decir que existe un principio teológico reformado que es rector en la fe bautista y es la fe como un don de Dios, es decir, aquellos que creen, creen porque Dios les ha concedido el don de creer, tal como lo dicta Pablo en su carta a la iglesia de Éfeso, capítulo 2:8:

«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios»

Es decir, la fe no es autogenerada sino concedida por Dios, y creada por el Él, por eso Hebreos 12:2 dice “Jesús, el Autor y Consumador de la fe”; entonces podemos decir que el Alzheimer o cualquier enfermedad puede avanzar y anular a la persona pero la fe que alguna vez profesó es autoría de Dios.

Esta fe se puede ir con las memorias de la persona pero no de las memorias de Dios que es su Autor y consumador.

Ahora, sobre el estado de demencia que produce el Alzheimer y si Dios es capaz de traer a la fe a alguien en este estado, bien podríamos asemejarlo a la idea que Pablo presenta en Efesios 4–5:

«Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)».

El apóstol describe el estado espiritual del hombre previo a la intervención de Dios como muerto, inerte, incapaz de ir a Cristo, como si de una inhabilidad se tratara y sí, la obra de salvación es íntegra y completamente por iniciativa de Dios hacia el hombre extraviado y sin deseo de rescate. En esto no hay mucha diferencia entre el estado inhabilitante del Alzheimer y la condición espiritual del hombre sin Dios, desprovisto de luz y razón para las cosas eternas, ávido vorazmente por la vanidad, como arrastrado por un impulso primario e instintivo.

Para nada exagero si digo que el hecho de que un hombre reconozca sus miserias y proceda al arrepentimiento vislumbrando a Cristo como el Único Posible Eterno y Absoluto Salvador es un prodigio tan grande como el de un hombre demente que en un instante es transpuesto a un definitivo episodio de lucidez; así es la fe para salvación.

A muchos Dios los conduce a la fe a través de largos y extensos peregrinajes espirituales, vidas enteras, años, meses, días y horas de pensamientos y meditaciones, recorriendo distancias internas inmedibles hacia profundos pensamientos, dilucidaciones en el corazón, la memoria y en otros lugares invisibles del ser y el alma; como a otros, el Señor simplemente les alumbra el entendimiento en un abrir y cerrar de ojos, en un evento definitivo de salvación, cual el ladrón en la cruz, el malhechor que primero se burló de Cristo y luego providencialmente recapacitó. Al respecto, Mateo 27:44 dice: «le injuriaban también los ladrones», es decir, ambos le escarnecían, algo que es comúnmente ignorado pero que es presentado también por Marcos 15:32 que afirma «También los que estaban crucificados con él le injuriaban».

De manera que “el buen ladrón” como la tradición le ha llamado, era como ha de esperarse de todo malhechor: malo y cruel, pero lo fue hasta el instante en que la Providencia Divina lo condujo de la demencia de perdición a la lucidez espiritual definitiva, de la ceguera total al asombroso episodio de videncia espiritual que ha trascendido en la historia, el milagro de ver en aquel agonizante reo de muerte colgado a su costado a Dios, al Salvador y Rey Celestial, que podía salvar su alma que estaba en camino a la merecida perdición, como le reconoció al Señor diciendo (Lucas 23:41):

«Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo»

Mostrando arrepentimiento y declarando en cambio, la inocencia del Señor. Luego expresó a Jesús la universalmente conocida plegaría: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» (Lucas 23:42).

La crucifixión por Christoph Bockstorfer (1524)

Un prodigio divino hizo que el hombre despertara del Alzheimer del alma y en el último momento de su vida hallara el tesoro del evangelio del que todo cristiano debe anhelar su recuerdo permanente, y los no creyentes, pedir a Dios que les despierte del sueño lúcido en el que viven; lúcido, porque por su propia voluntad se desplazan en medio de su existencia haciendo lo que bien les parece y saciando todo lo que les demandan sus impulsos e instintos primarios, pero olvidando que al fin de cuentas sigue siendo un sueño del que en algún momento se despertarán, a comparecer ante el Juez Cósmico por su vida disoluta y a recibir la justa ira de Dios, mientras que los creyentes despertaran para ser hallados justos por la vida perfecta de Cristo, al que en vida reconocieron como el Único posible absoluto y Suficiente Salvador Eterno.

Por último, sobre la fe en Cristo de aquellos que han sido alcanzados por alguna enfermedad que los ha anulado antes de terminar su peregrinaje sobre esta tierra, para ellos la Palabra da un gran consuelo de salvación en el célebre pasaje de Romanos 8:38, descansemos en esto:

«Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro».

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Moisés Mangonés Cordero
Lumbrera

Amante de Dios y de su Palabra, profesional en una de sus mejores creaciones: El Arte.