La Adversidad a Favor del Evangelio
Pablo fue encomendado por Cristo y con el apoyo de la Iglesia en Jerusalén para predicar el evangelio a los “gentiles”, es decir, a las naciones y personas que no eran judías. En esta misión el apóstol tardó unos 14 años y luego regresó a Jerusalén.
Por causa de la predicación del evangelio, Pablo fue llevado a juicio por los fariseos, pues este grupo religioso consideraba (equivocadamente) que la predicación de Pablo contradecía la Ley de Dios. Sin embargo, dado que Pablo tenía la ciudadanía romana, pidió ser juzgado por Roma. Así que es enviado a esta ciudad.
Hechos 28:16
«Cuando llegamos a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto militar, pero a Pablo se le permitió vivir aparte, con un soldado que le custodiase.»
Estando en Roma, Pablo convocó a los principales judíos para presentar su defensa y para compartir el evangelio a todo el que se acercaba a su lugar de reclusión.
Hechos 28:22–24
«Pero querríamos oír de ti lo que piensas; porque de esta secta nos es notorio que en todas partes se habla contra ella.
Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. Y algunos asentían a lo que se decía, pero otros no creían.»
Hechos 28:30–31
«Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.»
Entonces tenemos a Pablo preso (siendo inocente) por predicar a Cristo. Y estando preso, Pablo escribe cartas a varias iglesias ubicadas en otras regiones, entre ellas a los filipenses.
Filipenses 1:12–14
«Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor.»
¿Leyeron bien? ¡¡Esto es increíble!! Pablo dice que estar preso ha sido bueno, porque esta situación ha ayudado a avanzar el evangelio. ¿Cómo es esto posible? ¿Será que Pablo estaba loco? ¡No!, Pablo estaba usando sus circunstancias para predicar a Cristo. Y los que lo veían sufrir por la causa de Cristo y que, a pesar de ello, él perseveraba en su misión, cobraban ánimo y se llevaban de valor para predicar.
Aprendemos del apóstol que cualquier situación, buena o mala, que se nos presenta, debemos tomarla como una oportunidad para que el evangelio avance. Pablo no era un superhombre, no contaba con una resistencia física y mental extraordinaria. Este era un hombre como cualquiera de nosotros, pero que tenía claro cuál era su misión, que es la misma a la de cualquier cristiano: glorificar a Dios con su vida y predicar el evangelio a toda criatura.
Filipenses 1:19–20
«Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte.»
Así que nosotros, tenemos la misma labor y vemos en estos pasajes un ejemplo claro de cómo llevarlo a cabo. En medio de situaciones adversas nosotros podemos glorificar a Dios. Lo hacemos cuando a pesar de lo que pase no perdemos nuestra confianza en el Dios que nos salvó entregando a Jesús en nuestro favor, mantenemos nuestra esperanza en sus promesas, aprovechamos las mismas circunstancias para darlo a conocer, resistimos en medio de la aflicción y mantenemos nuestra fe puesta en Él.
Al hacer esto nuestra vida ayuda a que el evangelio avance y directa o indirectamente estaremos animando a otros a confiar en Dios y a hablar de Jesús sin temor. Tenemos en nuestras manos un tesoro de valor incalculable (el evangelio de Jesucristo), ninguna adversidad puede disminuir su valor, puede anular sus promesas, ni podrá quitarnos el gozo que produce.
Pablo se despide en esta carta diciendo: «Saludad a todos los santos en Cristo Jesús. Los hermanos que están conmigo os saludan. Todos los santos os saludan, y especialmente los de la casa de César. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén.» (Filipenses 4:21–23).
¿Lo notaron? En la casa de César, donde Pablo estaba preso, el Señor había salvado a varios de los que trabajaban allí (quizá los guardias y otros servidores) usando la predicación del evangelio de este recluso que no desaprovechó ninguna ocasión para dar a conocer a su Señor.