La Influencia de Una Auténtica Mujer Cristiana

Yohana Molina
Lumbrera
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7 min readAug 4, 2021

“Las mujeres dentro de la iglesia pueden ser una gran bendición o pueden causar un daño increíble. Pueden hacer el Evangelio creíble o pueden hacer que muchos le den la espalda a Cristo…”

Este mensaje lo leí hace 2 años en un blog y ha quedado guardado en mi mente y corazón desde entonces. Ha sido difícil procesar esta gran verdad porque, aunque textualmente no lo expresan las escrituras en algún versículo, hoy por hoy puedo verlo desde Génesis hasta Apocalipsis y esto me lleva a ser mas cuidadosa de que lo expreso con mi voz y aun sin hablar.

Viviendo para la Gloria de Dios

Seguimos vivas para bíblicamente glorificar el nombre de Dios, siendo influenciadas e influenciando a otros (as) a través de la proclamación del evangelio.

Comenzamos con esto, pues dentro de la iglesia estamos llamados, hombres y mujeres, a llevar las buenas nuevas de salvación. En esta labor estamos comisionados ambos sexos.

Debemos anunciar lo que Dios ha hecho en la cruz por medio de Cristo

De manera bíblica, clara y práctica debemos exponer el pecado, la imposibilidad de salvarnos a nosotros mismos, la ira de Dios, el arrepentimiento, la fe, entre otros. No limitemos esta labor al lugar o cargo dentro de la iglesia por desear especialmente el micrófono, pulpito y renombre. Así que, proclamar el evangelio es una tarea de todos.

Viviendo para Servir

Dios ha pensado en todo, por eso nos ha dado otras tareas diferentes a la de los hombres, importantes y complementarias para influenciar positivamente dentro de la iglesia local. Desde el principio Dios nos escogió para ser ayuda idónea de nuestros esposos terrenales y de nuestro prometido Jesucristo.

“Nuestra entrega” es un ingrediente distintivo: Como esposas, entregamos nuestra independencia, nombre, destino, voluntad y cuerpo al esposo. Como madres, entregamos nuestras vidas por la de los hijos. Como solteras, la carta a los corintios dice que debe haber una entrega de forma genuina al servicio del Señor, de la familia y de la comunidad.

Las mujeres recibimos de Dios con contentamiento lo que nos da, para devolverlo al prójimo como si lo hiciéramos a Él.

¡Mujeres! somos del cuerpo de Cristo, hacemos parte de su iglesia y, cuando Dios nos da ojos para ver que esto nace de su corazón, debe llenarnos de gozo porque es un regalo ser esposa, madre y/o sierva de Dios, es un regalo poder reflejar en nuestro rol las virtudes de aquel que nos formó y nos escogió.

Enseñar y ser Enseñadas

En toda la Biblia, vemos que los sabios comparten su sabiduría la comparten constatemente; ejemplo tenemos de Noemí a Rut, Mardoqueo a Ester, Elizabeth a María, Jesús a los apóstoles y discípulos, Pablo a Timoteo y Tito. Viviendo para Cristo podemos mentorear a las mujeres jóvenes con las que compartamos en el hogar, en la comunidad y en la iglesia local. Cumplir fielmente lo que la Palabra nos dice y con la motivación correcta es la labor de una autentica mujer cristiana que desea que la Palabra de Dios no sea blasfemanda. Para ser y hacer con diligencia esta labor requerimos ser reverentes en el porte, no calumniadoras, no esclavas del vino y “maestras del bien”.

Como maestras del bien, es nuestro deber enseñar la las mas jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, y sujetas a sus maridos.

Ser mentora siempre ha sido un ministerio con influencia positiva e importante para las mujeres, a través del cual podemos mostrar toda buena fe y adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador que nos llama a servirle con los dones y talentos que nos ha dado para su gloria. Debemos dedicarnos con los más altos estándares de responsabilidad que procuraríamos a la hora de desarrollarnos profesionalmente en el mercado laboral. Una mujer con un corazón entregado a Dios glorifica su santo nombre en todo lugar y momento.

Amando a nuestros maridos en Sujeción

Parece una misión suicida a la luz de las verdades del Siglo XXI, pero si basamos nuestras enseñanzas y las practicamos guíadas por lo que dice la biblia resultará en ocasiones difícil pero muy placentero imitar a nuestro Salvador en esto; porque Cristo es igual al Padre, pero voluntariamente Jesús es sumiso y receptivo al Padre y el Padre ama al hijo y lo exalta. Esto se repite en la relación entre Jesus y la iglesia.

Cristo ejerce un liderazgo amoroso y servicial; la iglesia responde con sujeción y respeto, como nosotras deberíamos responder en amor y sujeción a nuestros maridos. Pues nuestro deleite como hijas de Dios no se encuentra en el desempeño en las distintas labores que ejercemos en la iglesia local (esas son buenas obras que el Señor preparó para que anduviésemos en ellas), debemos encontrar nuestro deleite en nuestra fidelidad al cumplir la tarea que Dios nos asigna entendiendo que todo lo que hace Dios es bueno en gran manera. La mujer nunca será hombre y el hombre no podrá ser mujer, somos distintos en la asignación de los roles que cada uno tiene que cumplir en donde soberanamente Dios nos quiera.

Cumplir los deberes conyugales es otra misión imposible para la mente humana, pero en 1 Pedro 3–6 Dios nos da el mandato de estar sujetas a nuestros maridos; considerando nuestra conducta casta y respetuosa, vistiéndonos internamente el corazón, adornadas de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Estando sujetas a nuestros maridos. Pedro nos da como ejemplo el matrimonio de Abraham y Sara, en donde Sara obedecía a Abraham haciéndole bien, sin temer ninguna amenaza. Entonces, De la misma manera esposas, tenemos que aceptar la autoridad de nuestros amados aun cuando alguno de ellos se niegue a obedecer la Palabra de Dios, entendiendo que nuestras vidas rectas les hablará sin palabras. “Ellos serán ganados”. No seamos impacientes y si seamos muy intencionales en trabajar como embajadoras de Cristo en este mundo de tinieblas”

Definiendo nuestras prioridades

Ya no trabajemos para el consumismo y la vanidad “No se interesen tanto por la belleza externa: los peinados extravagantes, las joyas costosas o la ropa elegante”. En cambio, vístanse con la belleza interior, la que no se desvanece, la belleza de un espíritu tierno y sereno, que es tan precioso a los ojos de Dios”. No me resulta fácil, pero podemos y debemos hacer lo correcto, sin temor a lo que nuestros esposos pudieran hacer.

El amar nuestros hijos es una labor diaria pero también es un regalo que a diario recibimos de Dios. Ser mentora, el amor, reconciliación, la disciplina y perdón fluyen de manera especial. Nunca es demasiado pronto ni tarde para ministrar los corazones de nuestros hijos a través de la Palabra. La influencia de una madre sobre su hijo es relevante, así como el hacerlo desde temprano. Podemos usar nuestros dones y talentos para dirigir a nuestros hijos por el camino de Salvación, tenemos una capacidad real de impactar la sociedad desde nuestro hogar, para bien o para mal, para extender el reino de Dios a través de la formación y atención oportuna que demos a nuestros hijos.

Las mujeres somos llamadas a sostener, servir, tener comunión con Cristo, enseñadas por Él.

No somos comisionadas a pastorear ni a ejercer autoridad sobre los hombres y gloria a Dios que en una autentica mujer cristiana no ocupar este rol no impide servir a los hombres como al Señor. La paciencia y amabilidad, el nutrir las relaciones, la misericordia y todas estas cualidades forman parte del liderazgo de Cristo y son necesarias en las manifestaciones de amor de nosotras a nuestros hijos, aun cuando no seamos comisionadas a ser cabeza dentro del hogar.

Cultivando la Prudencia

Cuando me toca definir ser prudente en Efesisos 4:29 encuentro el mayor de mis retos como esposa, madre y sierva: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. Nuestras palabras deben ser un regalo para el oyente.

Todos llegamos a la congregación con pesadas cargas emocionales y luchas de la vida, buscando un pedacito de cielo en la tierra. No seamos indiferentes, deseemos ser alentadoras porque somos llamadas a levantar al cansado, edificar a los santos, evangelizar a los perdidos, podemos llevar dulce al alma, esto es HACER LO BUENO, VENCIENDO EL MAL CON EL BIEN.

En el hogar, en nuestros matrimonios y relacionándonos con nuestros hijos, la Palabra nos llama a ser castas, cuidadoras de su casa y buenas.

“Quiero, pues, que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Timoteo 2)

Pablo nos explica que ser prudentes y castas se hace notar en la forma de vestir, y luego habla de actitudes y finalmente en acciones. No podemos separar lo interno del externo, tampoco podemos separar nuestra vida de fe los domingos de los otros días. Ni la iglesia de nuestro hogar.

Conclusión

Nuestro desafío como auténticas mujeres cristianas es que seamos santas desde la cabeza a los pies. Aceptemos con amor lo que Dios diariamente quiere darnos, recibiendo con ambas manos y de corazón lo que Dios quiera entregarnos. La labor de la mujer dentro del cuerpo de Cristo es un tesoro precioso que debemos cuidar y nutrir todos los días. Por esto no desaprovechemos el hacer el bien y cultivemos nuestro servicio a Dios tal como él lo ha escrito.

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Yohana Molina
Lumbrera
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Hija de Dios, discípula de Cristo, esposa, madre, hija, hermana, tía, muchos títulos que no tienen precio. Para todo lo demás hay que estudiar