Una Medida Higiénica Definitiva

Moisés Mangonés Cordero
Lumbrera
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7 min readJul 31, 2021
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Las medidas higiénicas adoptadas en el mundo entero a razón de la pandemia, han traído de nuevo viejos y ancestrales rituales de higiene y purificación cuyo origen fácilmente se escapa del rastro de la historia escrita, medidas que realmente siempre han estado presentes y que hoy en día son estrictamente observadas por millones en todo el mundo. Disposiciones como la de retirarse el calzado empiezan a ser acogidas a nivel global, ésta en particular, con una rigurosidad religiosa similar a la que hace miles de años originó esta medida en el seno de diversas culturas orientales, incluyendo por supuesto la cultura judeo-cristiana.

Los pies, a lo largo de la Biblia, señalan en un sentido metafórico las resoluciones del hombre y sus acciones; resoluciones malignas: como los pies presurosos a derramar sangre, o que corren a hacer el mal en el judaismo¹, o los de una voluntad benigna, como los pies de los que anuncian la paz, los que anuncian las buenas nuevas² en el cristianismo.

A lo largo de toda la literatura bíblica, la idea de los pies se sigue desarrollando en torno a las disposiciones y acciones de los hombres. Pablo dice: «Calzados vuestros pies con el apresto del Evangelio»³. Apresto, según la RAE, es: «Prevención, disposición, preparación para algo». En este caso, Pablo se refiere a la voluntad de anunciar la buena noticia, el esperanzador mensaje de sanidad para la enfermedad que siempre ha afligido a todos los vivientes: el mal, nuestro mal.

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La consabida noción de que cualquier desplazamiento hacia cualquier destino impregna nuestros pies y calzado del lodo, el polvo y el hollín del mundo mismo, terminó configurando esta relación entre el pecado del hombre y los sucios pies. Recordemos que en la antigüedad, a falta de los medios de trasporte que para nosotros son tan comunes, los hombres se veían obligados a recorrer grandes distancias y frecuentar a pie rutas, caminos y sendas, muchas veces inhóspitas que hacían al viajero impuro, por estar expuesto a los males del camino y traer en sus pies la contaminación del mundo externo. Las palabras del célebre David sobre este asunto refuerzan aún más lo expuesto: «mis hombres están limpios aunque el viaje es profano»⁴; esto, luego de haber sido interrogado por un sacerdote sobre la pureza de sus soldados después de tres días de viaje como requerimiento para entrar al santuario. Hay que decir que, en general, en el medio oriente había un sentido de higiene muy elevado y una conciencia colectiva que veía imposible separar la pureza sanitaria de la pureza espiritual.

Es conocido que en las culturas del extremo oriente, despojarse del calzado es una costumbre relacionada con lugares que demandan reverencia y con un sentido de limpieza domiciliaria, como lo es en China y Japón, además que la tradición religiosa requiere que la entrada a los templos debe hacerse descalzo, como los es también en las mezquitas en el medio oriente. Qué ejemplo recrea mejor esto, sino una de las escenas más célebres de la Biblia: La zarza ardiente. Dios manda a Moisés a despojarse de su calzado, por encontrase en un lugar santo⁵, entonces volvemos a ver que los pies en un sentido práctico y también en un sentido metafórico representan la impureza, la suciedad de los hombres, la contaminación que adquieren en el mundo externo.

Desplacémonos a otra escena: La escena del mismo Señor de la zarza pero esta vez no demandando el despojo del calzado, sino limpiando con sus propias manos dos docenas de pies sucios⁶, el Señor en la persona de Jesús tomando agua y una vasija para despojar aquellos pies de los sedimentos del mal, para descurtirles la suciedad, esa que acumulamos los hombres al recorrer el mundo y esa que inevitablemente vuelve a recubrir todo a su paso en su polvorienta procesión invisible; todo, hasta lo que por instantes parece limpio. Jesús conocía esta dinámica pero aún así dijo a sus discípulos: «ustedes están limpios»⁷, refiriéndose a una limpieza más grande, la de sus almas, y justamente luego diría:

“«… pero no todos» porque sabía quién le iba a entregar por eso dijo: «No todos están limpios».”⁸

Refiriéndose a Judas, aquel cuyos pies acababan de ser lavados por Dios mismo, pero no su alma, pues es aquella pureza, la del alma, la que el Señor anhela.

Toda la escena nos recrea un gran ejemplo de humildad y servicio en la persona de Cristo, pero también nos recuerda que solo y únicamente a través de Cristo tendremos limpieza y salvación de nuestras almas; entonces, de esta manera llegamos a comprender que así como es imposible para nosotros los hombres conseguir que el polvo no nos encuentre o evitar que tarde o temprano cubra cualquier superficie sobre la faz de la tierra, así también es imposible humanamente librarse del pecado, a donde vayas te va a seguir, pues reside en nosotros y circunda alrededor de todas nuestras actividades. Ni un domo de cristal ni una apariencia externa de piedad podrá evitar que el polvo se filtre por una minúscula grieta o que el pecado encuentre acceso y por dentro traiga muerte, y aunque por fuera la tumba esté blanqueada y empedrada en mármol, por dentro sólo tiene podredumbre, huesos y polvo como dijo Cristo.

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Bien podríamos decir que el polvo es al mundo lo que el pecado es al hombre, donde quiera que vayas estará y todos nuestros humanos esfuerzos de higiene y pulcritud siempre resultarán en cansancio; la polución es algo que supera cualquier fuerza humana y ni la coalición de todas las fuerzas globales podrá reversar su cruel avance; por más que alguien se esfuerce no podrá barrer el polvo del mundo, pues el mundo mismo no es más que una mota de polvo suspendida sobre el espacio, y aún el mismo espacio exterior es circundado por millones de partículas de polvo cósmico y el polvo estelar orbita a años luz de distancia. Parece que un destino ineludible nos conduce a esa partícula: el polvo, y sí, pues es en polvo en que al final todos seremos reducidos y en lo que nos convertiremos, y es al polvo al que al final todos iremos⁹.

Así también está el mal orbitando en todos nuestros espacios e inocuos son nuestros humanos esfuerzos por deshacernos de él, pues está en nosotros y el único que puede librarnos es El Señor mismo, Cristo, quien tomó forma de hombre de polvo, pero fue Él, el único que no volvió al polvo, pues la muerte no lo pudo retener, y en cuanto al mal, en todo fue tentado¹⁰ pero no pecó; Cristo:

“el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia”¹¹

Recibió nuestro castigo¹², la ira de Dios que nosotros merecemos, sobre él, para saldar la deuda con la justicia a sus redimidos, a sus escogidos y así brindarnos la paz.

Ahora, gracias a esta redención, un día nos levantaremos del polvo del que tanto hemos huido para no volver más a él y seremos transpuestos a su Reino donde ni la polilla ni el óxido corrompen y donde aún el mismo polvo de las estrellas y del universo entero habrá sido recogido de un puñado, pues:

«No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará» ¹³ el Reino donde seremos por fin libres del dolor¹⁴, del pecado y toda suerte de maldad.

¡Bendito sea el Señor!

Finalmente, la expresión imperativa “vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros”¹⁵ recuerda a los cristianos que debemos sobrellevarnos y perdonarnos los unos a los otros por nuestros pecados y faltas fruto de la voluntad débil, recordando lo que dijo el Señor: “es imposible que no vengan tropiezos”¹⁶, solo que en un cristiano la conciencia ha sido renovada y ya no desea hacer el mal ni lo disfruta, sino que cuando peca y tropieza, subsecuente al tropiezo no hay deleite sino arrepentimiento, no hay una recreación en el error sino aborrecimiento y tristeza, y a la vez fe en que el Señor nos ha perdonado a través de Cristo. Sabiendo todo esto, entonces, cuando nuestro prójimo peque contra nosotros, de nuestro interior debe brotar misericordia recordando que Dios perdonó nuestras faltas y nos dio gracia, perdón y salvación en vez de condenación esto, si es que hemos puesto nuestra confianza en Cristo como nuestro Salvador y Dios.

¹Isaías 59:7 ²Romanos 10:15 & Isaías 52:7 ³Efesios 6:15 ⁴¹Samuel 21:5 ⁵Éxodos 3:5S. Juan 13:5S. Juan 13:10S. Juan 13:10–11Génesis 3:19 ¹⁰Hebreos 4:15 ¹¹Pedro 2:22–24 ¹²Isaias 53:5 ¹³Apocalipsis 22:5 ¹⁴Apocalipsis 21:4 ¹⁵S. Juan 13:14 ¹⁶Lucas 17:1

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Moisés Mangonés Cordero
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Amante de Dios y de su Palabra, profesional en una de sus mejores creaciones: El Arte.