Viviendo por Su Causa

Rodolfo Peña
Lumbrera
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4 min readAug 24, 2021
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Hechos 20:18–24 (NBLA)

Cuando vinieron a él, les dijo:

«Ustedes bien saben cómo he sido con ustedes todo el tiempo, desde el primer día que estuve en Asia. He servido al Señor con toda humildad, con lágrimas y con pruebas que vinieron sobre mí por causa de las intrigas de los judíos. Bien saben cómo no rehuí declararles a ustedes nada que fuera útil, y de enseñarles públicamente y de casa en casa, testificando solemnemente, tanto a judíos como a griegos, del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.

Ahora yo, atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá, salvo que el Espíritu Santo solemnemente me da testimonio en cada ciudad, diciendo que me esperan cadenas y aflicciones. Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios.»

Este mensaje fue dado por Pablo en Mileto mientras se despedía de sus hermanos creyentes allí. Y cuando leemos detenidamente lo que Pablo relata, vemos que en su servicio al Señor atravesó por diversas aflicciones que describe como “lágrimas y pruebas” y que en ese momento se había dispuesto a ir a Jerusalén y lo único que tenía seguro es que en su próximo destino le esperarían cadenas y más aflicciones, porque el Espíritu Santo se lo había testificado.

¿Cómo ven el panorama de Pablo? ¿Iríamos nosotros a un lugar a servirle al Señor con la única garantía, dada por Dios mismo, de que sufriremos en aquel lugar?

Desde una perspectiva simplista y distante de las Escrituras, esta misión sería una misión suicida, sería algo similar al masoquismo quizá. Sin embargo, la perspectiva de Pablo es distinta. Pablo dice que llevará a cabo esta misión, a fin de poder terminar su carrera y el ministerio que recibió del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios.

Pablo consideraba el propósito de su misión como mayor a cualquier costo que tuviera que pagar para poderlo alcanzar. Quizá nosotros hayamos estado en situaciones similares cuando, por ejemplo, hemos caminado varios kilómetros para llegar a tiempo a clases, hemos sacrificado algunos gustos personales con el fin de comprar una casa, un carro o cualquier otra cosa para lo cual nuestros ingresos no son suficientes y debemos ahorrar. Probablemente hemos destinado tiempo, esfuerzo e incluso dinero para poder prepararnos para un trabajo y para finalizar nuestras carreras técnicas o profesionales.

Considerando esto, que para nosotros es algo normal sacrificarnos y quizá padecer por causa de aquello que consideramos importante, necesario o valioso, podremos entonces entender cómo pensaba Pablo. Porque la causa de Pablo era mayor que cualquier otra causa. Era la causa de Dios. Y esa causa se puede resumir en la propagación del evangelio de la gracia de Dios.

Y en este punto quiero que nos preguntemos si el esfuerzo que ponemos en otras causas es comparable con el que ponemos en la causa del Evangelio. Pues, lo que podemos ver en medio de los creyentes, es que por la causa del Evangelio somos menos esforzados, hacemos menos sacrificios, no somos perseverantes y de hecho somos inconsistentes. Y la razón puede ser que a nosotros no nos costó ser salvados por el Señor, dado que fue por su bendita gracia. Y resulta que cuando recibimos algo gratis lo que suele pasar es que no le damos el valor.

Pero nuestra salvación, a pesar de que fue gratis para nosotros, no fue gratis para Dios.

La salvación le costó a Dios, derramar la sangre de su Único Hijo, Jesús

Por tanto, si nuestra fidelidad a Cristo y llevar a cabo lo que el Señor nos ha encomendado (propagar el evangelio y hacer discípulos) nos traerá prisiones, tribulaciones, cansancio, gastos e incomodidades, nuestra perspectiva debe ser la de Pablo.

Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios (Hechos 18:24).

Y lo que hizo a Pablo pensar de esta manera, no es más que aquello que predicaba, el evangelio de Jesús. La noticia de que el Hijo de Dios no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2; 6–8).

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Rodolfo Peña
Lumbrera

Sigo a Jesús • Miembro de IBDC • Consultor en PM&A • Colaborador en Lumbrera • Casado con Yoha • Papá de Vale • Tío de Liam