Algo en vez de nada: sociedad civil, novedad y política.

Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Luz Nocturna
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6 min readNov 26, 2021

Por: Ariel Pierucci Pérez

Foto: Alfonso Brisegno

La vieja pregunta filosófica planteada en la antigüedad: ¿por qué hay «algo» en vez de nada? ha parido bastantes filósofos y escritos desde entonces. La configuración de la pregunta y sus respuestas ha sido también en parte una reacción a la idea de la nada. La reflexión sobre el «algo» tiende casi siempre a la búsqueda de las maneras de sortear los estragos de la «nada». Propio de las buenas preguntas filosóficas, es posible de plantearnos el debate desde su inversión. A nuestra Cuba actual le ha asaltado la interrogante al revés: ¿Por qué no hay «algo»?

Es la palabra de moda: «hagamos “algo” o pensemos en algo». Estas suelen ser las frases de las agitadas discusiones sobre la situación política del país. Con tono kantiano, al inicio o al final de la conversación, el imperativo «hay que hacer “algo”» nunca se ausenta. Esta búsqueda, permite plantear una interrogante adicional: ¿se está haciendo «algo»? Sería injusto decir que no.

Nuestra sociedad civil cubana no surgió el 11j

Para probar esta falta de inacción, sólo necesitaríamos dar un breve vistazo a sociedad civil. La pereza no ha sido un rasgo característico. Ya sea a título individual, a través de instituciones, o por cualquier otra forma de asociatividad, muchos espacios de la civilidad han sido impulsados. Tras el 11 de julio adquirieron notoriedad en los medios, pero el 10, ya estaban ahí. La sacudida del violento domingo solo recalcó su importancia. Para los partidarios del sistema político, un problema se hizo evidente: la identidad revolucionaria había perdido y cedido hegemonía.

Desde entonces el boom civilista ha inclinado la balanza movilizativa. La actitud más o menos acertada del Estado ha favorecido esta inclinación. No es moda, es una necesidad respondida con apuro. Los espacios dejados por los límites del alcance del Estado se han visto envueltos en un intento de rescate; hecho fácil de notar en el reconocimiento dado al énfasis puesto por la acción civil en el descuidado trabajo comunitario. Amplias expectativas han sido depositadas en este accionar por sus partícipes, la principal: el deseo de hacer algo.

Por su carácter autónomo la sociedad civil brinda satisfacción a la expectativa del «algo». Centrada en la producción de consensos, valores, ideología y mentalidad, la civilidad tiene entre sus diferencias con la política, el despliegue de mecanismos más flexibles en torno a la toma de decisones. Este rasgo, adquiere en Cuba gran importancia debido a la representación autoritaria del ejercicio político. La obtención de resultados, puntea también a favor de lo civil, en comparación con una política identificada con lentitud y burocratismo.

Las contradicciones del «algo» y el «más»

Atractiva por su distanciamiento con los estereotipos políticos, el carácter autónomo y la expectativa de resultado, la sociedad civil ha propagado el sentimiento del «algo» en buena parte de la ciudadanía, sobre todo, en la juventud. El contenido ético de las acciones típicas del civismo, ha contribuido a esto. Sin embargo, pese a la conjunción de todos estos factores, el «algo» no es suficiente. Persisten las conversaciones kantianas con sus imperativos. «Algo», es acompañado por «más». Pero, ¿qué más?

Por suerte, Antonio Gramsci siempre está a mano, sea para aplicarlo, o para observar a la inversa alguno de los problemas planteados por él. En plena década del veinte del siglo xx, preocupaba al pensador italiano el descuido de «lo civil» por parte de los movimientos comunistas de la época. Alarmado por esta desatención, dedicó importantes momentos de su teoría al aprovechamiento de la sociedad civil por la praxis revolucionaria. Consideraba fundamental el equilibrio entre el ejercicio del poder en la sociedad política y la producción de la hegemonía en la sociedad civil. En plena década del veinte del siglo XXI este equilibrio debe ser reatendido, pero a la inversa.

El actual sentimiento de insuficiencia es político. El tono imperativo apunta en esa dirección: en política, hay que hacer «algo». Cabe preguntarse ¿se puede hacer cualquier cosa? De antemano se dará una respuesta negativa. Es sentido común, la política por su seriedad, no permite la ejecución de cualquier cosa. Llega entonces el momento de preguntarse la pertinencia del «algo» en el terreno político.

La práctica en la sociedad civil no ha impulsado acciones indeterminadas. Por este motivo, el término «algo» no le hace justicia. Proyectos comunitarios, donaciones, atención a personas vulnerables, trabajo en las escuelas, lucha contra el racismo, la homofobia y el machismo, entre otras, no son entes abstractos. Poseen objetivos claros respecto a problemas sociales específicos y esperan resultados beneficiosos para colectivos humanos concretos. Si esta concreción ha sido posible en la civilidad cubana ¿por qué la abstracción persiste en lo político? Tal vez el problema se origine en los referentes.

La novedad en la conquista del «algo»

El ideal político cubano está marcado por el paradigma de la épica, las hazañas míticas y los héroes. El estereotipo de la acción política está compuesto por un historial de grandes luchas y proporcionales victorias. No es de extrañar entonces la magnificación de las aspiraciones políticas. Frente a este ideal, la acción paciente, constante y cotidiana puede quedar mal parada.

Por supuesto, la propuesta no puede ser un calco de lo civil en lo político. Cada terreno posee exigencias y respuestas propias. La sociedad civil, depende de una producción constante de consensos, la política, obra en pos de la creación y reproducción de mecanismos de poder. La similitud solo puede darse en un aspecto: lo novedoso. La novedad, no debe limitarse a la civilidad, la política, necesita también su cuota. ¿Se limita la política a la pertenencia al PCC o a las organizaciones de masas? ¿Basta con la celebración de una fecha, con la repetición de una consigna? ¿Es suficiente el acostumbrado estereotipo político? Ninguna pregunta puede obtener respuesta positiva si se aspira a llenar de nuevas prácticas un ámbito marcado por esa necesidad.

La entrada de la novedad, sin duda sería un gran paso de avance en la salida del algo. Y enseguida, daría paso a un prejuicio tal vez natural ¿debe significar el abandono del paradigma histórico revolucionario en lo político? Por la realidad de sus hechos pasados, es imposible proponerlo. Las grandes hazañas tuvieron lugar, y sus respectivos héroes — reconocidos y anónimos — , las protagonizaron. El punto de equilibrio, se hace difícil de encontrar, pero es necesario, pues se trata de diferentes visiones epocales. Tal vez aquí, nos acercamos a la respuesta. ¿Vivimos el mismo tiempo? ¿Somos los mismos individuos? ¿Sufrimos iguales contradicciones?

Sabemos las respuestas y entendernos desde nuestras diferencias circunstanciales, nos permitirá comprender la imposibilidad de pensar de manera idéntica a nuestros referentes. La repetición de una psiquis del pasado, por admirable que nos resulte, sólo nos conducirá a la insatisfacción interminable.

Ampliar la política desde la novedad y conocer y enriquecer sus referentes, permitirá visiones concretas con carácter realista. Hacer algo político depende, en gran medida, del punto de partida. La elección de un referente adecuado aporta mucho a la obtención de buenos resultados. La visibilidad dada en los últimos tiempos a la civilidad — observable en las demandas y conquistas de la comunidad LGBTI+, la lucha por el bienestar animal, el activismo de movimientos antirracistas o el imprescindible trabajo comunitario — ha señalado un espacio necesario de valoración.

Las dinámicas participativas y flexibles de su praxis, ofrecen un ejemplo viable a la política para la inclusión y movilización. La cobertura mediática sobre sus logros y potencialidades es un merecido reconocimiento, necesitado de la eliminación del carácter utilitario de los acostumbrados mensajes triunfalistas, causantes de hastío en el público y errados en su intención política. Mantener este error, tendría entre sus consecuencias la reafirmación de la tradicional separación política/civilidad, y reduciría la necesaria búsqueda de ejemplos políticos a una estrategia comunicativa, sinónimo de hacer nada en medio de la tanta necesidad de satisfacción de expectativas.

El efecto de esas repeticiones es fácil de imaginar. El imperativo kantiano del «algo» mantendría su dominio en las conversaciones, y, en el menor de los problemas, este autor reciclaría este texto en un interminable bucle de reproches. En el peor, escribiría desde el bando de los vencidos la frase más lamentable de los errores históricos: ¿¡Qué lástima que no se haya hecho algo!?

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Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Luz Nocturna

Científico, filósofo marxista, activista revolucionario. Un polovina nacido en la Unión Soviética en medio del derrumbe. Cubano de corazón.