El centro de los fundamentalismos: comunidades políticas hermanadas en un discurso antiderecho

Luz Nocturna
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15 min readApr 3, 2022

Por Laura Vichot Borrego

Un fantasma recorre Latinoamérica y el mundo, su nombre es la «ideología de género». Como parte de este discurso, el líder congregacional pinareño Alex Sal Perdomo, ha llegado a pronunciar que: «Los gustos y los sentimientos son cosas del individuo, no se pueden legislar»[1].

Para escándalo de diferentes tradiciones teológicas al interior de Cuba, los derechos por una libre orientación sexual han sido tomados en cuenta, más que como simples «gustos», para que el ser personas con identidades diversas no sea un límite en la materialización de diferentes proyectos de vida. Existen deleites sin los que podemos vivir, pero no podemos despojarnos de la zona de nuestros afectos y prescindir de la necesidad de ser amadxs. La identidad y sexualidad la llevamos con nosotrxs siempre, y por ser tan relevantes, merecemos no ser decantados en «minorías o mayorías» en virtud de las cuales se toman o posponen decisiones políticas.

Alertar sobre los contextos en el terreno de las políticas públicas es clave, en medio de la ola de conservadurismos que afectan la región y se oponen a la perspectiva de género con una raíz trasnacional — no obviemos la aparición en Cuba del slogan «Con mis hijos no te metas», surgido en Perú — . Aquí el discurso fundamentalista se enfrenta al Socialismo, el cual como proyecto y alternativa emancipadora — en palabras de Nancy Fraser — , solo puede ser «feminista, antirracista y antiimperialista, ecosostenible y democrático»[2].

La «ideología de género»[3] es el discurso que abrió un terreno común entre las iglesias evangélicas y apostólicas romanas para cuestionar la cientificidad de la teoría de género, y enarbolar el «naturalismo» o criterio en favor de la binariedad genérica, la domesticación femenina, y por tanto el disciplinamiento de los cuerpos en el «orden natural» históricamente reconocido — el cisheteropatriarcal[1] — . Todo ello, permeado por un fuerte debate cultural y una revisión conservadora de las tradiciones.

Lesbianas, gays, transgéneros, transexuales, intersexuales y otrxs identidades, continúan entre las poblaciones más discriminadas y excomulgadas de los derechos públicos, como parte de los procesos reificadores de la generización y una visión condicionada de los tenidos por derechos colectivos. En diversos contextos — ya sea Europa o Latinoamérica — , lo que se observa es una articulación de los discursos políticos de derecha y el conservadurismo religioso — la teopolítica de Bolsonaro es representativa — ; una alianza, productiva de best sellers que pretenden explicar la subversión cultural en nuestros tiempos, como el Libro negro de la nueva izquierda, de Nicolás Márquez y Agustín Laje.

A los efectos de este contexto… ¿cuál es nuestra realidad inmediata? La necesidad de materializar el Anteproyecto del «Código de las Familias» (Versión 22- 01/08/2021), y no permitir que se posponga el Programa de Educación Integral de la Sexualidad con Derechos Sexuales y Reproductivos (Resolución 16/2021[2]). Pero estas iniciativas no han transcurrido sin antes enfrentar la oposición de los fundamentalismos que residen en Cuba y la Diáspora, siendo notorias las misivas de 25 iglesias cristianas[4] entre los meses de mayo y julio contra ambos proyectos.

Me referiré a lo largo de este artículo a lo que entiendo por comunidad política de fe y a los errores conceptuales del lenguaje sobre minorías sexuales que estas alimentan en Cuba.

Una comunidad política de fe

Max Weber en su Sociología de la religión emplea la categoría «comunidad política» para referirse a una unidad que históricamente se ha mostrado autónoma respecto a las comunidades espirituales y étnicas, denotando los límites de una categoría que no puede pensarse igual con el surgimiento de las grandes religiones monoteístas[5]. Lo que Weber no llega a definir es si la «comunidad religiosa» llega a erigirse como una «comunidad política» en sí, o si puede concebirse como tal en virtud de circunstancias históricas específicas. Sus criterios parecen apoyar con más fuerza el segundo aspecto, en especial cuando el autor expresa que ese sentimiento solo es posible al interior de una fraternidad ante la amenaza de guerra.

En experiencias como el cristianismo y el islamismo, la consolidación de una «ética religiosa» — otra categoría que el filósofo alemán introduce — , definió los límites físicos e ideológicos de una unidad de orden y justicia con diferentes grados y variables a lo largo de la historia. Un análisis del cristianismo primitivo, y las pugnas en el logro de la pretendida unidad entre «gentiles y judíos» — los conflictos marcados por la diversidad de visiones y doctrinas, la separación de las prácticas del judaísmo rabínico, y la oposición al paganismo — , en medio de la indiferencia y persecución de los césares, nos demuestra cuán relevante resultó en ese proceso la consolidación de una «ética religiosa» funcional en tales sentidos, estrechamente relacionada con las condiciones históricas imperantes[6].

Por lo que entendemos y ampliamos el concepto de «comunidad política de fe» a:

- una zona de intereses materiales y representaciones de los diversos conflictos sociales, económicos, políticos, culturales y geográficos condicionantes de determinada ideología.

- un espacio que opera sobre una «ética religiosa», la cual se entiende como una «ética económica», en la medida que condiciona y logra incidir sobre los estilos de vida (Weber).

- una unidad de orden y justicia.

Hasta el momento, «comunidad política» y «ética religiosa», sobresalen a la vista como dos nociones claves para comprender el fenómeno de los fundamentalismos: una reacción que se escuda en la acusación de ideologizar los procesos de conocimiento, para lo que buscan alimentar la trama asociativa de la sociedad civil en medio de un proceso de secularización. Pero esta también se debe a que una redefinición de los derechos colectivos puede atentar, no solo contra sus doctrinas, sino transformar el tejido social de la religión como institución.

El disciplinamiento de los cuerpos como garantía de prosperidad

De acuerdo con el feminismo marxista, la emergente capitalización de la vida económica (s. XV y XVI), trascendió por medio de una regulación de la reproducción y de la capacidad reproductiva, que introdujo formas de control social rigurosas y una concepción holística de la naturaleza como método de disciplinamiento de los cuerpos que, además, tuvo a las mujeres por principales víctimas. La religión desempeñó un papel crucial en ese proceso, pues la interrelación entre «ética religiosa», «situación de intereses» y de «modos», bajo el influjo de múltiples condicionantes, aportó los símbolos, normatividades, políticas y modelos de identidad subjetiva, necesarios para sostener las relaciones simbólicas de poder.

Esta problemática introdujo en la historia el binomio sobre lo natural y antinatural, ya que Adán y Eva emergieron como la representación de los dos géneros creados por Dios, y la Caída — cuando comieron del árbol de la ciencia — , como el marco de desviaciones inconmensurables que no solo influirían los modos de manifestarse ese orden genérico a lo interno de la sociedad occidental, sino la conciencia sobre otras identidades a lo largo de la historia.

Este análisis indica que es preciso examinar la cosificación de los roles sexuales en torno al trabajo y otras esferas, y el conjunto de las significaciones que en ese contexto adquieren los problemas que afectan a la ciudadanía, para comprender entonces la forma en que el fundamentalismo — como movimiento y proyecto político — se articula y presenta como alternativa de escape por medio de una Teología de la prosperidad[3], en la medida que amenaza los derechos sexuales, reproductivos y no reproductivos de las personas.

No por casualidad pastores y otras personalidades alertan sobre las nefastas consecuencias que para nuestra sociedad implicará la ruptura del orden y la visión dominante: sobre la complementariedad entre los sexos y la existencia de roles determinados por la naturaleza apoyada en gran parte por la Teoría Neoclásica.

La pretendida racionalidad retórica de algunos líderes o pastores expresa que el anteproyecto del Código de las Familias, constituye una respuesta institucional al desastre en que se ha convertido la familia cubana y a los problemas demográficos fruto de las formas de dirigir la nación. Para sostener esta idea, no solo se refieren a problemas de incidencia indiscutible, sino también al índice de divorcio, la “temprana” ley del aborto inducido y las leyes o iniciativas que “favorecen el envejecimiento poblacional” (es decir, aquellas que se implementan de acuerdo a una perspectiva de género como la Resolución 198/2021, Resolución 16/2021 y la Versión 22 del Anteproyecto de Código de las Familias).

El «núcleo» perverso y la reacción fundamentalista

El fundamentalismo en nuestro país aprovecha un terreno de adversidades incuestionables — las cuales ahora no son el centro del artículo y abordarlas lo alargaría demasiado — , para movilizar una «comunidad política de fe» de composición compleja. Si tuviera que caracterizar su núcleo perverso y más retrógrado, me referiría a esa parte blanca, anticomunista, imperialista; una clase media emergente y alimentada por remesas del extranjero que han favorecido su emprendimiento dentro de la Isla, en estrecha relación con esa otra parte de la «diáspora» que pretende exportar a Cuba un modelo de eticidad en nombre del agotamiento de toda perspectiva de desarrollo. Esa «moral rancia» niega que las personas estamos atravesadas por relaciones de género que nos afectan en diferentes grados y magnitudes.

Algunos líderes carismáticos de denominaciones diversas, no solo cantan victoria luego de que el Ministerio de Educación anunciara el aplazamiento de la implementación de la Resolución 16–2021; sino que animan a la población a dirigirse al correo habilitado por Ministerio de Justicia (familias@minjus.gob.cu) para oponerse a puntos medulares como: el matrimonio igualitario, la necesidad de no legislar gustos y sentimientos, y la adopción de niñxs por familias monoparentales y homoparentales.

En este contexto pos 11 de julio, asistimos a una transformación de los modos de operación. Algo de esto se vio venir cuando el pasado mes de julio, el presidente de la Convención Bautista de Cuba Oriental, Josué Rodríguez Legrá, anunció a mitad de la jornada que la primera carta destinada a la Ministra de Educación, Dra.C Ena Elsa Velázquez Cobiella, alrededor de la cual se organizaron y movilizaron gran parte de las notas oficiales, se trató de un documento ilegítimo por no estar firmado, y ante un peligro de coacción, cerró el proceso de recogida de firmas.

En las condiciones actuales, solo puede esperarse una resistencia cautelosa, una estrategia de posible demanda-diálogo-pacto, o una acción radicalizada. Después de todo, estos actores sociales — quienes no constituyen un bloque monolítico — , no-hegemónicos ni contrahegemónicos — como diría Boaventura de Sousa Santos — , no deben pasar por alto.

Categorías sociales vs representaciones políticas

En los marcos del debate fundamentalista, la biología es destino de todas las personas, y la naturaleza y la cultura — la ciencia y la razón — , son precisas en cuanto a este supuesto. El «rechazo a los nuevos modelos de familia» alega que «preferencia, gusto y atracción se convierten en el criterio de verdad» (Convención Bautista de Cuba Oriental, 2021), todo lo cual opera en contra de la voluntad de la mayoría del pueblo cubano, dato que no está contabilizado en ningún lugar.[7]Pero lo que realmente nos interesa de este discurso es que resalta los efectos excluyentes y discriminatorios del concepto «minorías sexuales».

La necesidad de representarnos como cuerpos y cuerpas senti-pensantes y actuantes, no es una expresión de moda. Las representaciones políticas surgen como parte de las resistencias y condiciones de subsistencia, ante la necesidad de mostrar y encontrarnos en esas luchas que embisten el cuerpo, en la medida que se extienden por los perímetros de lo doméstico y lo público. En fin, es preciso resaltar que las jerarquías y distancias ordenadas por el género (la heterosexualidad dominante y la cisnorma), por la clase y la apropiación del trabajo, la raza y la perspectiva colonial, son estructuras determinantes y socializadoras.

Ante la necesidad de conciliar la cultura con la naturaleza, solo podemos decir que la heterosexualidad ha representado un orden tan fuerte que solo con la plena conciencia del sexo como categoría social y culturalmente determinada, podremos desmontar. Ciertamente si la heterosexualidad no existiera, o en su lugar primara otro orden, podríamos afirmar con total certeza, que no entenderíamos la homosexualidad, la bisexualidad, la intersexualidad, la transexualidad, como tales.

En este camino el lenguaje puede ser un obstáculo. Frente a la necesidad de nombrar identidades se sostienen relaciones políticas de «desigualdad», construidas sobre la base de un modelo de subjetividad hegemónica y dominante. El lenguaje sobre «minorías sexuales», por ejemplo, es agente de varias dificultades históricas y conceptuales, ha superado el marco del activismo y las organizaciones para asentarse en el léxico de políticos y la atmósfera en que gravitan las políticas públicas. Unido a ello, el carácter transnacional de nuestros movimientos significa que hablamos varios lenguajes poscoloniales, y esto es lo que ha llevado a la estadounidense Rosalind P. Petchesky, a afirmar que el «lenguaje es un terreno de luchas políticas»[8].

La expresión «minorías sexuales», suele colocarse unas veces a la altura y otras en contraposición, de las cuestiones relacionadas con las minorías etnolingüísticas, culturales y nacionales al interior del Estado-nación. Por lo que esta es heredera inmediata de las nociones liberales occidentales de tolerancia que se remontan a la Reforma Protestante en Europa y a decretos como la Ley de Tolerancia inglesa de 1689, que excluía a católicos, judíos, musulmanes y ateos de su fuero de protección[9].

Y es que en la medida que lxs disidentes sexuales se han presentado entre las voces más críticas en el reclamo de sus derechos, han dragado la hegemonía de los términos universales «hombre», «ciudadano» y «trabajador», instaurados por la Ilustración, ya que la mayor mentira de la modernidad fue exactamente el presentarse como universal.[10] Todo lo cual permite comprender, que el lenguaje sobre «minorías sexuales», es excluyente ya que implica un grado de subordinación respecto a las representaciones protegidas por el orden binario patriarcal.

Los argumentos de la pensadora estadounidense Judith Butler[11] y los debates suscitados durante buena parte de los noventa, comenzaron por cuestionar que no era posible utilizar un sujeto único y universal que asegurara la representación política de todxs porque «la construcción política del sujeto» se realizó atendiendo a objetivos legitimadores y excluyentes, «operaciones políticas» que se esconden y naturalizan mediante el análisis político en el que se basan las estructuras jurídicas. El ejemplo que Butler coloca, es como el término «mujeres» devino «un motivo de angustia», en la medida que excluía esas otras representaciones del sujeto de derecho dentro del análisis feminista.

Como en esta sociedad no basta con reafirmar lo que somos, obligatoriamente pasamos por una clasificación respecto a la diferencia sexual percibida y la sexualidad, que deja la identidad en un orden dependiente de tales categorías. Lo más común a diario es que esta se encierre dentro de la zona de las preferencias exclusivamente; explicación que solo ha alimentado la imagen de «minorías», «desviaciones», «aberraciones», y un sinfín de determinaciones al respecto. Por lo que podemos afirmar que este lenguaje no solo alimenta una normatividad dudosa, sino que propicia la patologización de las disidencias sexuales y propicia el determinismo biológico.

El Código de Familias se encuentra escrito en un plural que alega diversidad, inclusión y no discriminación respecto a las identidades y formas de organizar los diferentes proyectos de vida.

Apuntes finales

Recientemente a través de la cadena audiovisual Luz Visión, bajo el enunciado «Iglesia Cubana alza su voz ante el Código de Familia» (11 de octubre de 2021), no solo se proclamaba el éxito de la campaña «A la escuela sin ideología de género» — con récord de 140 000 firmas — , sino que también se llamaba a los cubanos — cristianos y no cristianos — a una posición crítica más activa en el seno de la familia, la comunidad y las redes sociales; a participar en los canales de formación auspiciados por diferentes plataformas contra la «ideología de género», realizar redes de contactos y a pegar un volante PROFAMILIA en su puerta.

Este brevísimo artículo no se ha detenido en los hechos sino en la comprensión de su trasfondo político y social. En mi criterio, para preservar los principios enarbolados dentro del Código de las Familias, en los marcos de un Estado Laico, es preciso también educar y concientizar sobre otro paradigma de comprensión de las responsabilidades — y por tanto los derechos — colectivos.

Falta de consulta popular y libertad de expresión, apoyo mediático a la campaña LGBTIQ, derecho a la libertad de prensa y medios de comunicación, escuelas privadas o segregación en el ámbito escolar, cubren, entre otras, las listas de inconformidades y demandas de las declaraciones que iglesias y alianzas hicieron circular meses atrás. De esta forma pretenden obstaculizar el logro de una igualdad sustantiva para múltiples personas, adolescentes y niñxs, mediante una propuesta de familiarización de la toma de decisiones, puesto que para los fundamentalismos debe corresponder a padres y madres qué enseñar a sus hijxs, en la medida que se oponen abruptamente a la diversidad de núcleos familiares.

Los hechos nos demuestran que un nuevo Código de las Familias y un Programa de Educación Integral de la Sexualidad no solo se adaptan a los nuevos tiempos; explicarlo así otorga la imagen de una «moda» y abre el camino a la comprensión de la cultura cubana, por el lado de los conservadurismos, como un espacio de contradicciones inmutables. Estas políticas sociales amplían y consolidan los principios del Socialismo al interior de la nación cubana, por lo que se entiende que todo proyecto político debe ser inclusivo, diáfano y no discriminatorio.

[1] Cisheteropatriarcal, se refiere a la organización socio-política donde el género masculino y la heterosexualidad gozan de plena supremacía respecto a otros géneros y sobre otras orientaciones sexuales. Este orden beneficia al hombre heterosexual y cis (aquel cuya identidad de género coincide con la asignada al nacer) por encima del resto de las personas. Enfatiza por tanto que la discriminación ejercida sobre las Mujeres y personas LGTBIQ se sostiene en el mismo principio sexista (heterosexualidad obligatoria y cisnorma).

[2] Resolución №16/2021, Ministra de Educación, en: https://telegra.ph/EL-MINISTERIO-DE-EDUCACI%C3%93N-DE-LA-RESOLUCI%93N-16-DEL-26-DE-FEBRERO-DE-2021-09-14

[3] La Teología de la prosperidad tiene sus orígenes históricos en Norteamérica durante la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX. Se trata de una creencia religiosa controvertida, que se ha extendido por toda Latinoamérica con el crecimiento de las iglesias y misiones evangélicas, de la mano del movimiento neopentecostalista (culto carismático cargado de intensidad emocional, que se afinca entre los estratos más desfavorecidos de la región, y postula una fe basada en el pensamiento positivo). En esencia postula que la bendición económica y física, y por tanto el estatus social, son siempre voluntad de Dios. Con frecuencia se predica de la mano de una vision apocalíptica del mundo. Esta tradición teológica ha ejercido una notable influencia en Cuba.

[1] Sal Perdomo, Alex, Análisis, critica y propuesta al anteproyecto del Código de las Familias (VERSIÓN 22- 01/08/2021).

[2] Fraser, Nancy, Los talleres ocultos del capital, 1era. ed., Traficantes de sueños, 2020, pp. 12.

[3] El género, se consolidó en la década de los setenta como categoría de análisis de las Ciencias Sociales y como paradigma cultural del movimiento feminista, en tanto herramienta explicativa de relaciones de subordinación que siguieron a la primera división del trabajo, por motivo del sexo. Paralelamente, también se empleó de forma peyorativa para encarnar y racionalizar un discurso en contra de: «la incertidumbre y confusión en la cultura respecto a las diferencias complementarias entre hombres y mujeres», «la promoción al igualitarismo feminista», «las crecientes afirmaciones de legitimidad para las relaciones sexuales consideradas como ilícitas o perversas», y «la descripción pornográfica de la sexualidad humana», entre otras mencionadas en La Declaración de Danvers de 1988, redactada por el Concilio de masculinidad y feminidad bíblica.

Por lo que un uso particular de la categoría «género», emanó de una expresión movilizada por el Vaticano para extender sus argumentos contra iniciativas internacionales como la Cumbre de El Cairo (1994) y Beijing (1995): «ideología de género». En plena crisis de los paradigmas, en un escenario de inseguridad para regiones como Latinoamérica, hablar de una ideología encarnaba el prejuicio sobre un «nuevo adoctrinamiento» y otra forma de «totalitarismo»; una pesada carga en la conciencia ciudadana afectada por los conflictos armados e incompatible con la perspectiva neoliberal de desarrollo.

[4] Asamblea de Dios, Iglesia Metodista, Convención Bautista Oriental, Convención Bautista Occidental, Iglesia Menonita en Cuba, Iglesia Cristiana Reformada en Cuba, Convención Bautista Libre de Cuba, Iglesia Misionera en Cuba, Iglesia del Nazareno, Iglesia Evangélica Independiente, Iglesias de la Biblia Abierta, Comité Pastoral del Ministerio Unidad Pastoral Habana, Iglesia Evangélica Misionera de Cuba, Liga Evangélica de Cuba, Primera Iglesia Pentecostal de Cuba, Iglesia Adventista del Séptimo Día, Iglesia Cristiana Pentecostal de Cuba, Ministerio de las Iglesias Estrella de Belén en Cuba, Iglesia Misión Evangélica Mundial, Iglesia Católica Apostólica Romana, Iglesia de Dios del Evangelio Completo, Sociedad Misionera Cubana Hermanos en Cristo, Iglesia Evangélica Los Pinos Nuevos, Iglesia Pentecostal Buenas Nuevas, Iglesia Evangélica y Misionera Poder y Luz.

[5] Weber, Max, Sociología de la Religión, elaleoh.com., pp. 60–69.

[6] Siendo el Concilio de Nicea, en el año 325, el acontecimiento clave para que la iglesia se consolidara como institución mayoritaria y legalmente reconocida

[7] «En Cuba estamos a las puertas de un debate popular del proyecto de un nuevo «Código de las Familias» (…). Se espera la incorporación de la ideología de género y consecuente regulación del matrimonio y la unión consensual igualitarios. (…) Al parecer, la política oficial del Estado Cubano es brindar apoyo y ofrecer espacios — institucionales y sociales — a grupos minoritarios, instituciones e individuos afines al movimiento LGTBIQ+. (…) En consecuencia, los ideólogos de este movimiento, junto a los medios, dan por sentados argumentos que carecen de toda evidencia científica y que van en contra del sentido común y del orden natural de las cosas.» (Iglesia Metodista, 25 de mayo de 2021).

[8] Petchesky, Rosalind P., «El lenguaje de las “minorías sexuales” y las políticas sobre la identidad», Sexuality Policy Watch, Universidad Peruana Cayetano Heredia, 2009.

[9] Ibíd.

[10] Ver Lagarde, Marcela, Género y feminismo, Desarrollo humano y democracia, 2da. ed., horas y Horas, Madrid, 1997, pp. 155–156.

[11] Butler, Judith, El género en disputa, 3a. ed, trad. Antonia Muñoz, España, Paidós, 1999, p. 316.

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