Poemas de Luis Rogelio Nogueras
Selección: Adrian J. Cabrera Bibilonia.
Café de noche
Jean Nicolas Arthur Rimbaud
y Karl Heinrich Marx
se han vuelto a encontrar este verano en Londres,
en el mismo café donde una noche de 1873
se cruzaron,
acaso tropezaron y siguieron de largo,
demasiado ocupados como iban.
Ahora los dos recuerdan con asombro
cómo llovía esa tarde sobre Europa,
cómo la vieja ciudad temblaba bajo el agua,
qué solas se veían las torres de todos los campanarios,
y se ríen.
Hace ya tanto tiempo
y sin embargo están cien años más jóvenes,
Marx,
con su saco un poco estrujado para siempre,
sus zapatos invencibles,
su irremediable sonrisa de filósofo,
y Rimbaud fumando desvergonzadamente,
ruidoso y destartalado como un viejo gramófono,
con sus pantalones demasiado ceñidos,
su eterna mirada soñadora
de oveja degollada.
Bajo la lenta luz de las bombillas
de Kenington Park,
pasean en el atardecer de Londres,
siguiendo el lento vuelo de un alcatraz
color de plomo
que pasa hacia la bahía,
mirando la frágil agonía de una nube
que se desgarra contra el fondo
ocre y triste de un paisaje de Van Gogh.
Luego bajan hasta el puente,
fumando en las viejas pipas,
y se asoman al río que se rompe, gira,
corre sin fin, ciego,
y se preguntan qué lo mueve hacia el mar,
eternamente.
La noche llega en la cubierta del vapor The Hell
y un pescador saluda desde la orilla.
Una estrella enorme tiembla en el agua
velada ahora por la niebla.
Lentos bajo el peso de la lluvia,
Marx y Rimbaud
regresan al mismo café de Bull Street
donde una noche de 1873,
por la prisa,
el imperativo de una cita,
el tren que no llegaba a tiempo y se hacía tarde,
no pudieron conocerse.
Cuando se despiden,
un perro solitario le ladra a su propia sombra
en una esquina,
y por el fondo del poema
pasa cojeando el fantasma de Verlaine.
Comienza a dormirse la ciudad.
Perdida del poema de amor llamado «Niebla»
Ayer he escrito un poema magnífico
lástima
lo he perdido no sé donde
ahora no puedo recordarlo
pero era estupendo
decía más o menos
que estaba enamorado
claro lo decía de otra forma
ya les digo era excelente
pero ella amaba a otro
y entonces venía una parte
realmente bella donde hablaba de
los árboles el viento y luego
más adelante explicaba algo acerca de la muerte
naturalmente no decía muerte decía
oscura garra o algo así
y luego venían unos versos extraordinarios
y hacia el final
contaba cómo me había ido caminando
convencido de que la vida comienza de nuevo
en cualquier esquina
por supuesto no decía esa cursilería
era bueno el poema
lástima de pérdida
lástima de memoria
Eternoretornógrafo
El joven poeta murmuró cerrando el libro
de Apollinaire:
“Este sí es un poeta…”
Y Apollinaire, el soldado polaco Wilhelm
Apollinaris de Kostrowitzky,
enterrado hasta la cintura en el fango de la trinchera
cerca de Lyon,
mirando la noche estrellada del 4 de agosto
de 1914,
la tierra seca, florecida de estacas y alambre de púas,
sembrada de minas esa noche de 1914,
mirando las bengalas azules, rojas, verdes
en el cielo envenenado por los gases
apretó el húmedo librito de Rimbaud mientras
sobre su cabeza pasaban silbando los obuses.
Y Rimbaud, haciendo sus maletas en Charleville,
echó junto a su ropa los versos de Villon.
Y Villon, el doce veces condenado, el apócrifo,
el inédito, pensó ante el patíbulo en las tres
cosas que más había amado: su mujer Christine, su leyenda,
la de él, la de Villon,
y el borroso recuerdo de unos versos
que hablaban de la noche del 711 en que Taric se apoderó
de Gibraltar.
Y el sombrío poeta árabe que escribió aquellos versos
la noche del 711 apoyándose
en la cimitarra
imitaba los versos que su abuelo le leía
en la lejana Argel;
y el abuelo de Argel había leído a Imru-ul-Qais,
al que Mahoma consideraba el primer
gran poeta árabe;
lo había leído una interminable
jornada en el desierto de Sahara (más húmedo ahora que entonces)
en la lenta marcha de los camellos y las teas
encendidas.
Y es probable que Imru-ul-Qais escribiera
en la lengua de Alá imitaciones de Horacio.
Y Horacio admiraba a Virgilio,
y Virgilio aprendió en Homero,
y Homero, el ciego, repetía en hexámetros los extraños poemas
que se susurraban al oído
los amantes en las estrechas calles de Babilonia
y Susa.
Y en Babilonia y Susa
los poetas imitaban los versos de los hititas de Bog Haz Keui
y de la capital egipcia de Tell El Amarna,
y los poetas del 4000 a.n.e.
imitaban a los poetas del 5000 a.n.e.
Hasta que el hombre de Pekín, en la húmeda caverna
de Chou-Tien
viendo arder lentamente sobre las brasas el anca
de un venado,
gruñó los versos que le dictaba desde el futuro
un joven poeta que murmuraba cerrando un libro
de Apollinaire.
Cuando el tren parte
Porque cuando el tren parte
ninguno de los pasajeros sabe que unos kilómetros de vía
son suficientes
para encontrar la cabeza de humo de un poeta y
destrozarla.
Porque cuando el tren parte
con un ruido de corazón de huracán
el que dejó algo importante olvidado en la estación
el invadido por una oscura nostalgia
el maquinista distraído
no saben que viajar en tren es siempre una aventura
que es posible llegar a cualquier sitio
entre la noche y el amanecer
o no llegar
porque hay un poeta tendido en la vía
y hay que esperar por el inspector para que determine
si la culpa es del maquinista distraído o de Atila Jozef
Si el tren pasó sobre el poeta
o fue el poeta quien pasó bajo el tren.
Ama al cisne salvaje
ama tus ojos que pueden ver,
tu mente que puede oír
la música, el trueno de las alas,
ama al cisne salvaje– Robinson Jeffers
ama tus ojos que pueden ver,
tu mente que puede oír
la música, el trueno de las alas,
ama al cisne salvaje
No intentes posar tus manos sobre su inocente
cuello (hasta la más suave caricia le parecería el
brutal manejo del verdugo).
No intentes susurrarle tu amor o tus penas
(tu voz lo asustaría como un trueno en mitad de la noche).
No remuevas el agua de la laguna no respires
Para ser tuyo tendría que morir.
Confórmate con su salvaje lejanía
con su ajena belleza
(si vuelve la cabeza escóndete entre la hierba).
No rompas el hechizo de esta tarde de verano.
Trágate tu amor imposible.
Ámalo libre.
Ama el modo en que ignora que tú existes.
Ama al cisne salvaje.
El oficio
Suicidas, limpiabotas, ingenieros
y otros amigos de infancia:
vean que cerca ando yo de las cosas
(tan cerca como ustedes)
que escribo este poema y es como si levantara
un puente, lustrara un par de zapatos
o me diera un tiro en pleno pecho.
Mirando un grabado erótico chino
Mirando un grabado erótico chino
tú me preguntaste
que cómo era posible hacerlo de ese modo
Lo intentamos ¿recuerdas?
Lo intentamos
Pero fue un fracaso
China tiene sus arcanos
China tiene sus secretos
China tiene sus murallas infranqueables
Horario de oficina
Con sólo alzarte la falda
correrte un poco las bragas
separar las piernas
sobre el buró
junto a la máquina de escribir
harías poesía
pero claro que no debes comentarlo
con tus amigas
mucho menos con tu esposo
difícilmente entenderían
que se trata
de un asunto literario.
La suerte está echada
Se acabaron los poemitas lacrimógenos
las noches de insomnio
los dos paquetes de cigarrillos al día
la falta de apetito
el mal humor
las miradas perdidas en el aire
detrás de moscas invisibles o musarañas.
Se acabaron los dibujitos abstractos
en el mantel con la punta del cuchillo
la palidez
los polvorientos sonetos con estrambote al estilo de Navarro
las miradas ansiosas al teléfono
el mudo interrogatorio al cartero
A partir de hoy todo va a cambiar
¿Te fuiste con tus lindos ojos azules?
Mala suerte
Que te vaya bien
(y los hermosos ojos azules
te los puedes meter en tu inolvidable culo)