Seremos la Patria que sepamos ganar

Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Luz Nocturna
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8 min readNov 16, 2021

Editorial Luz Nocturna

Foto: Wendy Pérez Bereijo

¿Dónde van a sacar aceite mañana? ¿A cuánto estará la MLC la semana que viene? ¿Cuántos paquetes de pollo se podrán comprar en la calle con un salario medio? ¿Cómo y cuándo la ciudadanía podrá exigir la solución a sus inconformidades sin ser acusada de «hacerle el juego al enemigo»?

Son preguntas sin respuesta, en medio de una crisis económica, política y social que muestra su rostro descubierto en un escenario de precarización de la vida material, agudizado por factores externos como las 243 medidas que recrudecen el bloqueo y que la administración Biden insiste en mantener en contra de sus promesas electorales; por las afectaciones causadas por la Covid-19, que han estremecido a todo el planeta; pero también por las debilidades estructurales de la economía y la política cubanas, muchas de ellas agravadas por años de decisiones erradas sin correcciones oportunas.

En la base del malestar se encuentran la proliferación de tiendas en MLC y la ausencia de una tasa formal de cambio a esta moneda, lo cual deja buena parte de la economía doméstica y el sector privado en manos de la especulación. Se evidencian la escasez de productos de primera necesidad en moneda nacional, la desorganización y falta de transparencia en la distribución de estos a través de las redes de comercialización, la inflación y los precios al alza, la dificultad para conseguir medicamentos, entre otros muchos problemas que no encuentran el suficiente correlato en el discurso político y mediático del gobierno cubano y de sus organizaciones afines.

A esto se une el agotamiento de un pueblo que, aunque en ocasiones se muestre enérgico, ha resistido ya por más de sesenta años el castigo del imperio más poderoso de la humanidad que, como padrastro autoritario, presiona a la adolescente enamorada quitándole sus pertenencias para que abandone al amor de su vida por un buen matrimonio con un empresario que promete garantizarle un «cómodo» estatus de «esposa florero».

En medio de esta situación, nos lastran más los vetustos métodos de una dirección política que se empeña en hablarles solo a los convencidos, la dificultad de atisbar un bienestar social a corto plazo y la falta de mecanismos para canalizar los disensos legítimos de una ciudadanía que entra — sin prisas, pero sin pausas — al convulso siglo XXI. Estos fueron los principales factores internos que, en combinación con el estratégico trabajo de las agencias estadounidenses promotoras del cambio de régimen, han desencadenado fenómenos sociopolíticos de diversas naturalezas como el 27N, el 11J y el más reciente: el 14–15N; y que mantienen abierta la posibilidad de nuevos conflictos.

La más reciente tensión, que acapara titulares en medios estatales, no estatales, nacionales y extranjeros, estuvo protagonizada por Archipiélago, un grupo de Facebook devenido en movimiento político bajo el liderazgo del joven Yunior García Aguilera, dramaturgo aclamado hasta hace unos meses por el público y la crítica hasta que decidió, por debatidas razones, cambiar el rumbo de sus narrativas. Se presentan como una plataforma para el diálogo plural, pero en su relato virtual sobresale el anticomunismo y la aspiración de normalizar Cuba según el patrón de capitalismo económico y liberalismo político, de cuyas consecuencias reales los países periféricos de América Latina son prueba suficiente. También reciben, sin rechazarlo públicamente — no queda claro si por convicción o por estrategia política — , el beneplácito de organizaciones e individuos aliados o partícipes del peor anexionismo y terrorismo contra Cuba.

Aun así, su discurso se entronca con insatisfacciones, anhelos y frustraciones, sobre todo de una generación nacida luego del llamado eufemísticamente «Período Especial», que no conoció la utopía de los 60 y los 80 más allá del relato de sus padres y las clases de historia, no pocas veces plagadas de apologías y lugares comunes. Una generación que sí conoce en carne propia las deformaciones de la crisis del modelo cubano, las desigualdades, racismo, sexismo, homofobia y transfobia, la adoración al familiar que manda remesas, la adoración al familiar que manda remesas, la falta de oportunidades para pensarse un proyecto sostenible en su país, los amigos que enfrentan selvas y mares en busca de una mejor vida. Una generación que fue obligada a ir a los trabajos voluntarios, que experimentó la corrupción y la falta de maestros en sus escuelas, que gritó sin convencimiento consignas descontextualizadas de décadas pasadas y que presenció cómo sus padres, abuelos o vecinos, militantes del Partido Comunista de Cuba, contravenían los preceptos de su organización y compraban en bolsa negra «la leche de los niños».

El ascenso de Archipiélago hasta acaparar buena parte de la atención de la opinión pública no puede separarse de varios factores coyunturales: el debilitamiento de otros grupos como el MSI y el 27N, y las recientes fracturas en el tejido social provocadas por la explosión del 11 de julio y la respuesta a esta. La fecha planificada para la marcha del 15 de noviembre fue justamente el momento en que ocurriría la apertura del país y, por tanto, antes de que pudiera rendir fruto alguna de las estrategias en curso del gobierno para recuperar estabilidad. Estas circunstancias condicionaron que muchos actores de todo tipo pusieran sus esperanzas de cambio en las acciones del grupo, pero también que su táctica fuera tachada de oportunista por parte de sectores cercanos al gobierno — e incluso críticos — , lo cual determinó las condiciones en las cuales se llevó a cabo el enfrentamiento.

Ante las tensiones, desde el Estado se desplegó una serie de líneas de acción táctica con desigual nivel de eficacia y de distinta probidad ética. Se apostó, en varios espacios de comunicación política, por maquillar los problemas con una pintura aguada de consignas y triunfalismo, por deslegitimar a los adversarios mediante perfiles anónimos — en varias ocasiones respaldados por medios públicos — que se regodean en valores nada socialistas como el sexismo y la homofobia. Se recurrió una vez más a las detenciones arbitrarias y, para colmo, se resucitaron, como zombis, los lamentables y deshonrosos actos de repudio.

A algunos podrá parecerles funcional la manera en que el gobierno cubano «controló» la amenaza de una revuelta; no obstante, se trata de un analgésico fuerte que reduce los síntomas de una enfermedad, pero no cura su génesis. Incluso, si se emplea en sobredosis, puede agravarla. Los actos de repudio no solo hipotecan con una muy alta tasa de interés el capital político del proyecto socialista, sino que además ponen en peligro a la ciudadanía enfrentando a unos contra otros y sumiéndola en el odio y la indecencia. Las detenciones arbitrarias, entre tantos males, violan los principios de seguridad jurídica y legalidad, así como el valor de dignidad refrendado desde el preámbulo constitucional; con ello, ponen en tela de juicio la legitimidad misma del sistema jurídico y el aparato policial cubanos.

No se puede desconocer, sin embargo, el impulso que ha tomado la actividad legislativa en los últimos meses. Esta va desde lanzar a la luz pública una versión del Código de las Familias altamente progresista, hasta la aprobación en octubre de la Ley del Proceso Penal, el Código de Procesos, la Ley del Proceso Administrativo y la futura aprobación en diciembre de la Ley de Reclamación de los Derechos Constitucionales ante los Tribunales. Debemos destacar que la nueva Ley de Proceso Penal marca la asistencia jurídica desde el inicio del proceso en la fase «instructiva de cargos» y permite que la representación legal del acusado impugne ante tribunal cuando la fiscalía imponga una medida cautelar de prisión provisional. En el caso de la ley procesal administrativa, permitirá reclamar en la instancia judicial una gran cantidad de procesos administrativos que antes quedaban fuera de esta.

También es cierto que se han tomado otras medidas de corte popular, desarrollista y democratizador, como la liberación parcial de las PYMES, la mejor distribución de los salarios en empresas estatales, el acceso más abierto a la educación superior, la flexibilización de las entradas de productos de primera necesidad al país, el otorgamiento de libretas de abastecimiento a familias que viven hoy en la vulnerabilidad de la indocumentación de su vivienda, el remozamiento de barrios que al parecer habían quedado en el olvido, la televisación de espacios de diálogo puntuales con actores críticos cercanos al gobierno, la apuesta exitosa por el desarrollo de vacunas propias y la inmunización rápida y eficaz de la población.

En este contexto de confrontación, desde la sociedad civil también se hizo visible otra iniciativa nombrada Los Pañuelos Rojos. Protagonizada por activistas militantes de distintos colectivos de izquierda, su convocatoria inicial no vino de ningún medio u organización estatal y fue capaz de articular a actores civiles y políticos — principalmente jóvenes — de varias regiones del país, con una notable diversidad en cuanto a género, orientación sexual, color de la piel y clase social. Significó una práctica política distinta de las que emergieron de organizaciones gubernamentales. Si bien no desechó el sentido crítico, su diferencia más visible fue en cuanto a forma y, más allá de pronunciamientos puntuales, el tratamiento de los problemas internos no fue medular ni protagonista, al menos en la comunicación gestionada por la propia plataforma. Tampoco ayudó a su imagen, dentro de los sectores más decepcionados por la gestión gubernamental, su convivencia aparentemente acrítica con la alta dirigencia del país, mientras en otros espacios se cometían actos sumamente cuestionables. Como cualquier proyecto joven, siempre puede estar sujeto a evolución y su futuro éxito dependerá de su capacidad para exigir y participar en las soluciones a los problemas sociales.

Cuba transita hoy por una encrucijada en la que puede ganarlo o perderlo todo. Si preferimos a líderes y dirigentes que priorizan sus puestos y comodidades antes que la vergüenza, poco favor le hacemos al proyecto de nación. Si aceptamos la manzana envenenada de la injerencia extranjera, ya sea con grants, apoyos mediáticos y políticos a cambio de la renuncia a principios soberanos, o contratos explotadores firmados a espaldas de la ciudadanía, poco favor le hacemos al proyecto de nación. Si subordinamos, como movimientos civiles, nuestras agendas a endulzarle los oídos a una cúpula de extremistas acomodados — dentro y fuera del país — , poco favor le hacemos al proyecto de nación.

El Estado está obligado a ganar en celeridad, claridad, eficacia y eficiencia para identificar, comunicar y gestionar mejor las prioridades de su pueblo, que es cada vez más diverso. Tiene también que aprender a lidiar con sus inconformidades legítimas, respetando la legalidad, el civismo y la democracia. Debe hacerlo, no como una táctica puntual y disuasiva, sino como una estrategia sostenible, en medio de una crisis interna y bajo ataques externos. Es la única vía para salvar el propósito que tanta sangre y sacrificio nos ha costado a cubanos y cubanas.

A la sociedad civil nos toca intentar hacer sostenibles proyectos ciudadanos sin que pierdan su pureza ética; generar dispositivos de transformación teniendo en cuenta y lidiando estratégicamente con el riesgo siempre presente de ser instrumentalizados por la derecha injerencista o incautados por la burocracia interna; trascender la teoría para llegar a los resultados; unirnos desde nuestra diversidad de criterios, privilegios y posiciones, respetando esas diferencias; exigir con firmeza y entereza nuestras demandas, pues nadie las va a pelear mejor que nosotros.

El hecho de que una convocatoria lanzada desde Facebook, por un pequeño grupo mínimamente organizado, pusiera en alerta a todo un Estado y a gran parte de la sociedad, es una muestra no de la fortaleza de Archipiélago, sino de la situación económica y social que vive el país. Este no será el último desafío surgido desde grupos opositores, con mayor o menor arraigo en la sociedad civil, y con mayor o menor alianza con los enemigos históricos del gobierno cubano. En una guerra que no es de intensidad, sino de desgaste, vivir tapando agujeros traerá la derrota. El único camino para construir un consenso que garantice al país desarrollarse en un sentido de prosperidad y de emancipación social, es enfrentar las causas profundas de la crisis actual con una estrategia sostenible que permita a la ciudadanía saber dónde se venderá el aceite mañana, comprar con su salario el pollo suficiente y participar en la solución de los problemas de una nación que, si no es nuestra, no será.

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Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Luz Nocturna

Científico, filósofo marxista, activista revolucionario. Un polovina nacido en la Unión Soviética en medio del derrumbe. Cubano de corazón.