Cultura del hacer: de la ética hacker al movimiento maker

Los valores detrás de la cultura hacker se encarnan en la cultura del hacer.

Valentín Muro
Cultura del hacer
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6 min readDec 11, 2013

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Hace unos 70 años en el MIT funcionaba el Tech Model Railroad Club (TMRC), un club de modelaje de trenes cuyos miembros se autoproclamaban ‘hackers’. El club estaba dividido en grupos según los intereses, más cercanos al arte o a la ciencia pero con objetivos comunes. El primer grupo se encargaba de armar los escenarios de los recorridos, creando mundos a escala miniatura (edificios, personas, plantas, etcétera). El otro grupo, mucho más técnico e ingenieril, se dedicaba a lograr que los trenes funcionaran hackeando equipamiento telefónico que, junto con algunas computadoras con las que contaba el MIT, les permitía un fino control de los trenes.

Hackear, de más está decir, no es necesariamente violar la seguridad de un sistema sino más bien reapropiarse de la tecnología, explorar sus límites y hacer que las cosas funcionen de acuerdo a como queremos que funcionen. Un hacker es, entonces, alguien que no se conforma, que se divierte con el ingenio y que siempre intenta ir un poquito más allá. Es por esto que puede haber hackers de cualquier cosa. La única condición es que se preocupe por compartir tanto las herramientas que desarrolla como el conocimiento que utiliza y construye.

Los hackers creen que desarmando las cosas, viendo cómo funcionan y usando ese conocimiento para crear cosas nuevas y más interesantes podemos entender mejor cómo es que funciona el mundo. Esta pasión por entender cómo funcionan las cosas es lo que hace a cierta ‘cultura hacker’, que tiene sus propios lugares, valores, héroes, leyendas y objetivos.

La pasión por entender cómo funcionan las cosas

A mediados de los 80, el periodista Steven Levy se propuso explorar la cultura hacker y desentrañar cuáles eran aquellos valores que hacían a una ‘ética hacker’ que resumió de la siguiente manera:

  • El acceso a las computadoras — y a todo lo que pueda enseñar alguna cosa sobre cómo funciona el mundo — debe ser ilimitado y total.
  • Toda la información debe ser libre.
  • Desconfianza de las autoridades y promoción de la descentralización.
  • Meritocracia: los hackers deben juzgarse por su talento, sin importar sus títulos, edad, raza o lo que fuere.
  • Las computadoras nos permiten crear arte y belleza.
  • Las computadoras pueden cambiar nuestras vidas para mejor.

La ética hacker propone que la curiosidad sea el motor detrás de la producción del conocimiento, que las personas sean autónomas y libres en la exploración de sus intereses y que compartan con sus pares no sólo la información sino también las herramientas. Casi 20 años más tarde, el filósofo finlandés Pekka Himanen escribió “La ética del hacker” que se enfocaba en la especial relación que tienen los hackers con el trabajo, que combina la pasión por resolver problemas con la libertad.

Un hacker no reclama que se haga algo sino que reclama que se quiten los obstáculos para poder hacerlo él mismo. Por eso otra forma de resumir la ética hacker es que «un mismo problema no tiene por qué ser resuelto dos veces».

Estos valores son ciertamente nobles, creativos e igualitarios y poco o nada tienen que ver con la imagen trillada de los hackers. Se trata de una filosofía íntimamente ligada a la lógica misma de la computación, que prioriza lo compartido, lo abierto, lo descentralizado y que tiene el fin último de mejorar a las máquinas y así mejorar el mundo.

“Si no puedes abrirlo, no es realmente tuyo”

Una peculiar forma en que estos valores hoy se pueden resumir es el lema del movimiento maker: “Si no puedes abrirlo, no es realmente tuyo”. Esta proclama por el aprender haciendo suena como un claro eco de la ética hacker y de aquel club de trenes del MIT. Este movimiento maker es algo así como el «nuevo traje» de la ética hacker: una nueva ola de entusiastas que juegan con la tecnología para aprender de ella.

Si bien el paralelo con los valores de la ética hacker es evidente, el movimiento maker va más allá de las computadoras en pos de recuperar valores culturales muy profundos, como la noción de que lo que hacemos es lo que nos define o el rechazo al lugar pasivo de consumidores, al ser definidos por lo que compramos.

La forma de aprender para un maker es por demanda y no por oferta, como nos acostumbró el sistema educativo. Esto implica pensar primero en qué queremos hacer y luego obtener lo que se necesita, a diferencia de la educación por oferta en la que se nos expone a un montón de información que en algún momento se supone que nos servirá para resolver algo. Aprender y hacer, para un maker, no son más que un juego que pone en evidencia el problema de la educación formal, que con su seriedad y mentalidad de negocios termina enfocándose en evaluaciones abstractas e indicadores dudosos que nada indican respecto de lo que puede lograr una persona.

Hacia una cultura del hacer

Este modo de aprender, sumado a los valores de la ética hacker y las motivaciones detrás del movimiento maker inscriben el viraje de una cultura del “sentarse y escuchar”, aquella que suele estar en las escuelas y es reforzada por los medios y los productos de consumo que reducen a las personas a un rol pasivo, hacia una “cultura del hacer” que se propone devolverle la dignidad a las personas, darles la certeza de que no sólo es posible cambiar el mundo sino que las herramientas están al alcance de la mano.

Cuando hacemos cosas nos sentimos bien, tenemos la sensación de estar teniendo un impacto directo sobre el mundo. Esto explica por qué cada vez más gente adhiere al DIY, o disfruta de producir tutoriales en internet y participa de comunidades de personas que hacen cosas.

La idea que se defiende es que el conocimiento no se construye antes o después de hacer algo, sino mientras lo hacemos. Y no se construye de forma aislada sino entre todos, conversando con quien tenemos al lado en el aula, hackerspace o taller, o bien en internet.

La cultura del hacer no sólo propone compartir el conocimiento, sino también las herramientas, que pueden ser programas o aparatos, pero también claves de aprendizaje. Un buen ejemplo de esto es lo que sucede con el hardware de código abierto como Arduino.

La cultura del hacer propone la reapropiación y el uso crítico de la tecnología, buscando reconocer que no hay inocencia en la forma en que están diseñadas las cosas, y que la subversión es posible. En una comunidad de hackers el valor individual de cada persona no se pierde, ni se deja de lado su curiosidad.

Es fácil hartarse de escuchar invitaciones a cambiar el mundo que nos dejan sin una sola idea de cómo hacerlo. Pero la cultura del hacer lo propone con elocuencia: para cambiar el mundo hay que hacer cosas, y hay que hacerlas ahora.

Referencias

  1. Dougherty, D. (2013) The Maker Mindset
  2. Levy, S. (2010) Hackers: Heroes of the Computer Revolution
  3. Libow Martinez, S.; Stager, Gary S. (2013) Invent To Learn: Making, Tinkering, and Engineering in the Classroom

Este texto fue producido para la participación en el encuentro sobre “Cultura Hacker” organizado por la Universidad de Lima el 31 de octubre de 2013. Puede verse el video de la presentación en YouTube. Gracias a Ailen Salamone por correcciones de redacción.

http://www.youtube.com/watch?v=hNt1sXrx2Ik

En 2014 filmaremos un documental de código abierto que enlazando experiencias personales explorará la forma en que el hacer conecta a las personas entre sí y con su entorno. Podés leer más en hackumental.cc

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Valentín Muro
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Me dedico a entender cómo funcionan las cosas. Tengo un newsletter (comofuncionanlascos.as)